Imperceptiblemente, la obra del Creador de hacer todas las cosas había continuado durante cinco días, tras los cuales dio inmediatamente la bienvenida al sexto día de Su creación. Ese día era un nuevo comienzo, y otro día extraordinario. ¿Cuál fue entonces el plan del Creador en la víspera de este nuevo día? ¿Qué nuevas criaturas produciría, crearía? Escucha, es la voz del Creador…
Como en los cinco días anteriores, con el mismo tono, el Creador ordenó en el sexto día el nacimiento de las criaturas vivientes que Él deseó, y que aparecieron sobre la tierra, cada una según su especie. Cuando Él ejerce Su autoridad, ninguna de Sus palabras se pronuncia en vano; así, en el sexto día, cada criatura viviente que Él había pretendido crear apareció en el momento escogido. Cuando el Creador mandó: “Que la tierra produzca criaturas vivientes según su especie”, la tierra se llenó inmediatamente de vida, y sobre ella emergió de repente el aliento de toda clase de criaturas vivientes… En la verde naturaleza herbosa aparecieron robustas vacas, una detrás de otra, sacudiendo sus rabos de un lado a otro; ovejas que balaban se reunían en rebaños, y caballos que relinchaban y comenzaban a galopar… En un instante, las vastas extensiones de prados silenciosos estallaron de vida… La aparición de este ganado diverso fue un bello panorama sobre los prados tranquilos, y trajo con ella una vitalidad sin límites… Serían los compañeros de los pastizales, y los amos de los prados, interdependientes entre sí; también se convertirían en los guardianes y los cuidadores de estas tierras, que serían su hábitat permanente, y que les proveería todo lo necesario, una fuente de alimentación eterna para su existencia…
El mismo día en que nació ese ganado diverso, por la palabra del Creador también surgió una plétora de insectos, unos detrás de otros. Aunque eran los más pequeños de los seres vivientes entre todas las criaturas, su fuerza vital seguía siendo la milagrosa creación del Creador, y no llegaron demasiado tarde… Algunos agitaban sus pequeñas alas, mientras otros reptaban lentamente; unos saltaban y rebotaban, otros se tambaleaban; unos salían disparados hacia delante, mientras otros retrocedían rápidamente; unos se movían de costado, otros saltaban arriba y abajo… Todos estaban ocupados tratando de encontrar un hogar para sí: unos se dirigían a la hierba, otros se disponían a cavar hoyos en la tierra, algunos volaban hasta los árboles, escondidos en los bosques… Aunque pequeños en tamaño, no estaban dispuestos a resistir el tormento de un estómago vacío, y después de encontrar sus propios hogares, se apresuraban a buscar comida para alimentarse. Unos trepaban por el pasto para comer sus tiernas hojas, algunos se llenaban la boca de polvo y se lo proporcionaban a su estómago, comiendo con mucho gusto y placer (para ellos, incluso el polvo es un sabroso lujo); algunos estaban escondidos en los bosques, pero no se detuvieron para descansar, ya que la savia de las lustrosas hojas verde oscuro proveían una comida suculenta… Tras quedar satisfechos, los insectos no cesaban aún su actividad; aunque pequeños en estatura, poseían una tremenda energía y un entusiasmo ilimitado, y por eso son los más activos y laboriosos de todas las criaturas. Nunca perezosos, tampoco se complacieron en el descanso. Una vez saciados, seguían esforzándose en sus labores por el bien de su futuro, ocupándose y corriendo para su mañana, para su supervivencia… Canturreaban suavemente baladas de melodías y ritmos diversos para animarse y alentarse. También añadían gozo al pasto, a los árboles, y a cada pulgada de suelo, haciendo que cada día y cada año fueran únicos… Con sus propios lenguajes y sus propios caminos, pasaban información a todas las cosas creadas sobre la tierra. Y usando su propia trayectoria vital especial, marcaban todas las cosas, dejando huellas sobre ellas… Mantenían una estrecha relación con el suelo, el pasto y los bosques, y les aportaban vigor y vitalidad; trajeron las exhortaciones y los saludos del Creador a todas las cosas vivientes…
La mirada del Creador recorrió todas las cosas que había creado, y en ese momento Sus ojos se detuvieron en los bosques y las montañas, cavilando. Al pronunciar Sus palabras, en los densos bosques y sobre las montañas apareció un tipo de criaturas diferente a todas las que habían venido antes: eran los “animales salvajes” que la boca de Dios había ordenado. Con mucho retraso, movieron sus cabezas y sacudieron sus rabos, cada uno de ellos con su rostro único. Unos tenían abrigos peludos, otros estaban acorazados, algunos enseñaban los colmillos; unos lucían sonrisas, otros tenían el cuello largo, algunos un rabo corto; unos los ojos desorbitados, otros una mirada tímida, algunos se inclinaban a comer pasto; unos con sangre alrededor del hocico, otros rebotaban sobre dos patas, algunos avanzaban sobre cuatro pezuñas; unos miraban en la distancia sobre los árboles, otros se echaban esperando en los bosques, algunos buscaban cuevas para descansar; unos corrían y retozaban sobre las llanuras, otros merodeaban a través de los bosques…; rugiendo, aullando, ladrando, dando alaridos…; unos eran sopranos, otros barítonos; unos a pleno pulmón, otros claros y melodiosos…; unos eran sombríos, otros bellos, algunos repugnantes; unos eran adorables, otros aterradores, algunos encantadoramente ingenuos… Llegaron uno a uno. Mira cómo se pavonean, con un espíritu libre, distraídamente indiferentes hacia los demás, sin molestarse en guardar una mirada unos para otros… Llevando cada uno la vida particular que el Creador les había concedido, su propio estado salvaje y su brutalidad, aparecían en los bosques y sobre las montañas. Desdeñándolo todo, tan sumamente imperiosos, ¿quién los convirtió en los verdaderos amos de montes y bosques? Desde el momento en que el Creador ordenó su aparición, “reclamaron” los bosques y los montes, porque Él ya había sellado sus límites y determinado el alcance de su existencia. Solo ellos eran verdaderos señores de montes y bosques, y por eso eran tan salvajes y desdeñosos. Los denominaron “animales salvajes” sencillamente porque, de todas las criaturas, eran verdaderamente salvajes, brutales e indomables. No podían ser domesticados, por lo que no podían criarse ni vivir en armonía con la humanidad, ni trabajar por el bien de esta. Siendo esto así, tenían que vivir distanciados de la humanidad, y el hombre no podía acercarse a ellos; por ello, eran capaces de cumplir la responsabilidad que el Creador les había otorgado: guardar las montañas y los bosques. Su salvajismo protegía las montañas y guardaba los bosques, siendo así la mejor protección y garantía de su existencia y propagación. Al mismo tiempo, su salvajismo mantenía y aseguraba el equilibrio entre todas las cosas. Su llegada trajo un apoyo y un anclaje a las montañas y los bosques; inyectó un vigor y una vitalidad sin límites a los montes y los bosques inmóviles y vacíos. Desde ese instante en adelante, estos pasaron a ser su hábitat permanente; nunca perderían su hogar, porque las montañas y los bosques aparecieron y existían para los animales salvajes, y ellos cumplirían con su obligación, harían todo lo que pudiesen para guardarlos. Asimismo, vivirían estrictamente según las exhortaciones del Creador para aferrarse a su territorio, y seguir usando su naturaleza bestial para mantener el equilibrio de todas las cosas establecidas por el Creador, ¡y mostrar Su autoridad y Su poder!
Recomendación: Evangelio meditado
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