domingo, 7 de julio de 2019

Reflexión cristiana | Un cristiano en el trabajo: Ahora puedo dirigir bien al personal


Reflexión cristianaUn cristiano en el trabajo: Ahora puedo dirigir bien al personal
Cuando menciono la palabra “superior”, creo que bastantes personas pensarán en adjetivos como “estricto” y “exigente”. Yo también solía pensar que un superior debía ser estricto con sus subordinados y que su palabra tenía que ser como la ley; pensaba que era la única manera de dirigir de manera efectiva a los empleados. Pero en la práctica vi que no era un buen enfoque.

Personal alienado por mi estilo de dirección estricto

Seis meses después de entrar en el mundo laboral, me ascendieron a ser el gerente general del Departamento de Recursos Humanos de la empresa. Quería aumentar el rendimiento de mi equipo para poder probar que tenía capacidad de mando, así que les ordené a mis subordinados que trabajasen de manera muy eficaz y rápida o de lo contrario hablaría con ellos en serio, fuera cual fuera la razón. Los informes diarios que me entregaban tenían que estar libres de errores; si uno de ellos no cumplía mis expectativas, no sólo les amonestaría, sino que haría que lo cambiaran hasta que me sintiese satisfecho.
Una vez, una empleada no hizo bien un informe. Le dije cómo debía cambiarlo, pero aún así no lo hizo correctamente. Al final, tiré el cuaderno entero diciendo: “Olvídate de él, le pediré a otro que lo haga. No tengo paciencia para esperar a que lo hagas”. Ella tembló de miedo cuando me puse así, pero no me importaba porque pensaba que ella simplemente era una holgazana y no quería malgastar mi energía mental. Otra vez, cuando otra empleada me hizo una pregunta y me sonó demasiado simple, me enfadé mucho y le regañé: “¿Cuántas veces te lo he dicho? Cuando tengas una pregunta, piensa primero y averigua tú la respuesta. ¿Por qué me estás preguntando algo tan simple?”. Ella bajó la cabeza y se fue diciendo: “Oh”. Poco después me enteré de que había estado llorando en el baño. Esto me pesó en la conciencia y sentí que mi estilo de dirección era demasiado duro, pero entonces pensé: si no soy estricto con ellos, ¿cómo van a trabajar bien? Así que no pensé demasiado en ello.
Después de un tiempo, mi enfoque de dirección estricto se hizo famoso por la empresa y cuando se contrataba a alguien nuevo le pedía al gerente que no le asignase a mi departamento. Pero, como mi departamento era muy eficiente, seguía asignando a personal para trabajar bajo mi supervisión. Todo el que se unía al departamento estaba lleno de ansiedad y trepidación en el trabajo, temiendo ser amonestado por mí si cometía algún error. Hablaban los unos con los otros en voz muy baja y si me veían venir, inmediatamente se iban a sus escritorios. Al ver que las cosas estaban así, me sentí sin esperanza. Mis empleados cada vez querían estar más lejos de mí y no me hablaban si no era necesario para su trabajo. Me empecé a sentir solo y sabía que era mi estilo de dirección lo que les daba miedo, pero pensaba que para gestionar un equipo bien no tenía otro remedio.

Una dimisión tras otra me hizo recapacitar

En abril de 2015, acabé en el sector del supermercado y me convertí en el gerente general de una nueva tienda, a cargo del funcionamiento de toda la tienda. De nuevo, para poder crear un equipo excelente y mostrar mis habilidades de liderazgo, exigí a mi plantilla no sólo reponer rápidamente, sino que también se organizasen bien las cosas de manera ordenada y agradable a la vista. Si eran lentos o no entendían mis instrucciones les amonestaba: “¿No tenéis cerebro? ¿Cómo habéis organizado los productos de esa manera? No sabéis lo que estáis haciendo y ni os molestáis en preguntar a nadie; ¿para qué tenéis la lengua?”. Pero lo que no esperaba era que, al usar el mismo estilo de dirección en esa tienda, no sólo no aumentó la eficiencia en el trabajo, sino que muchos empleados dimitieron a una media de uno o dos por mes. Casi nadie se quedaba más de seis meses.
Al ver que este enfoque de dirección no sólo no estaba consiguiendo buenos resultados, sino que estaba causando cada vez más dimisiones, me sentí ineficaz y solo con el problema. En ese momento tuve que reflexionar: ¿Por qué soy tan diligente en mi papel de gerente pero las cosas están saliendo así? Me sentí increíblemente perdido y no sabía qué hacer.

El problema detrás de mi mal temperamento con el personal

Más adelante leí en la palabra de Dios: “Una vez que el hombre tiene estatus, encontrará frecuentemente difícil controlar su estado de ánimo, y disfrutará aprovechándose de situaciones para expresar su insatisfacción y dar rienda suelta a sus emociones; a menudo estallará de furia sin razón aparente, como para revelar su capacidad y hacer que otros sepan que su estatus e identidad son diferentes de los de las personas ordinarias. Por supuesto, las personas corruptas sin estatus alguno también perderán frecuentemente el control. Su enojo es a menudo provocado por un daño a sus beneficios individuales. Con el fin de proteger su propio estatus y dignidad, la humanidad corrupta dará frecuentemente rienda suelta a sus emociones y revelará su naturaleza arrogante. El hombre estallará de ira y descargará sus emociones a fin de defender la existencia del pecado, y estas acciones son las formas en las que el hombre expresa su insatisfacción. Estas acciones rebosan de inmundicia; rebosan de conspiraciones e intrigas; rebosan de la corrupción y la maldad del hombre, más aun, rebosan de las ambiciones y los deseos salvajes del hombre”. Después de leer las palabras de Dios por fin entendí que perder la calma cuando me apetecía venía de estar bajo el control de un carácter satánico arrogante, y que lo hacía para proteger mi propia condición y dignidad. Me di cuenta de que, después de convertirme en gerente, para probar que era competente y establecer una buena imagen dentro de la empresa, en cada faceta del trabajo hacía exigencias estrictas a los empleados, y si no podían cumplirlas, me dirigía a ellos desde mi posición como líder y perdía los estribos y les regañaba todo lo que quería. ¿Acaso enfadarme sólo si los empleados hacían un trabajo de calidad inferior no probaba que era un gerente incompetente y así quedaría mal en la empresa? Aunque conseguí algunos buenos resultados con mi estilo de dirección al principio, era muy restrictivo para mi plantilla y mi relación con mis empleados se hizo muy fría. Era simplemente una relación de superior-subordinado y llegó hasta el punto en que nadie quería trabajar en mi departamento. Y entonces, cuando utilicé los mismos métodos para dirigir el supermercado, un gran número de empleados dimitió. Entendí que al confiar en mi propio carácter corrupto para dirigir personal, sólo hacía daño a mis empleados y les restringía y también hacía daño a los intereses del supermercado. Pensé que, como cristiano, mis acciones debían glorificar y dar testimonio a Dios, y no debía pensar sólo en mi propia posición y mis intereses. En particular, no podía confiar en mi propio carácter corrupto de perder los estribos y regañar a los demás. Entonces, oré a Dios y me decidí a no satisfacer mis ambiciones y deseos personales, regañando arbitrariamente al personal a causa de mi carácter satánico.
Desde entonces, cuando los empleados no entendían algo, practicaba la paciencia y se lo explicaba, y cuando había problemas con su trabajo, les daba consejos y ayuda. Aunque a veces todavía les decía que no habían hecho algo bien, ya no les regañaba, sino que se lo explicaba claramente para que entendiesen las consecuencias del error. Cuando lo entendían, lo hacían mejor y contentos. Después de poner esto en práctica durante un tiempo, mi relación con el personal ya no era tan rígida y mi corazón se sintió mucho más libre.

Aprender a cómo tratar a los demás justamente

Poco después me encontré en otro ambiente. Una persona nueva empezó a trabajar en la tienda y no era de un calibre muy alto. Nunca completaba bien las tareas que le asignaba, e incluso después de recibir formación varias veces, no sólo seguía sin entender, sino que tampoco preguntaba a los demás cómo se hacían las cosas.  Me sentí algo irritado, pensando: “¿Cómo va a ser competente en el trabajo de esta manera? Si le despido me ahorraré muchos problemas”. Cuando esto me vino a la mente, me sentí bastante inquieto; entonces me acerqué a Dios en oración: “¡Oh, Dios! No puedo soportar a esta empleada y quiero despedirla, pero me siento muy inquieto por eso. No sé cómo solucionarlo, por favor, guíame”.
Más adelante le hablé a una hermana en la iglesia acerca de mi situación y me leyó un pasaje de las palabras de Dios: “Entre todas las cosas de la creación, desde las grandes a las pequeñas, y desde estas a las microscópicas, no había ni siquiera una que no hubiese sido creada por la autoridad y el poder del Creador, y existía una necesidad y un valor únicos e inherentes a la existencia de cada criatura. Independientemente de las diferencias de forma y estructura, sólo tenía que hacerlas el Creador para que existieran bajo Su autoridad”. También me leyó de Sermones y enseñanzas sobre la entrada a la vida: “La habilidad para tratar correctamente a otras personas no está en sobreestimarlas ni en subestimarlas. Ya sea que otras personas sean estúpidas o inteligentes, ya sean de buena calidad o de mala calidad, ya sean ricas o sin dinero, en todos los casos no debes tener prejuicios ni confiar en los sentimientos. No impongas tus propias preferencias en los demás. Aún más, no impongas en alguien más lo que no te gusta. Esto no es tratar de hacer que alguien haga lo que no está dispuesto a hacer. Al hacer cosas, no te preocupes sólo por ti mismo. También debes tomar en consideración a otras personas. Debes aprender de qué manera ayudar mejor a otras personas y ayudar a otros a obtener beneficios”.
Entonces compartió lo siguiente en comunión: “Todas las cosas creadas por Dios deben existir; todas tienen sus fuerzas y su valor inherente. Aunque cada uno de nosotros crecemos en ambientes diferentes y tenemos diferentes calibres, tenemos que tratar a la gente como debe ser tratada y hacer más por averiguar cuáles son sus puntos fuertes, y entonces buscarles una posición adecuada según sus habilidades. No intentes buscarle la cuadratura al círculo. No es justo tratar a la gente y pedirle cosas siempre basándonos en nuestras exigencias personales, ya que esto viene de un carácter arrogante. Por eso, debemos ser más comprensivos y tolerantes con las deficiencias y debilidades de los demás. Debemos ayudar a los demás con amor, esta es la única manera de tratar con justicia”. Después de escuchar esta palabra de comunión de la hermana, comprendí que Dios ha creado a todo el mundo de manera diferente y que todos tenemos nuestras habilidades individuales. No debería despreciar a los demás, y sobre todo no debería imponer mis exigencias sobre los demás, intentando forzarles a hacer cosas que no pueden hacer. Lo que debería hacer es organizar las cosas según sus habilidades, al tiempo en que aprendo a cómo respetar y entender a los demás; también debo hacer todo lo posible por ayudarles. También pensé en el hecho de que la empleada no había estado en su trabajo durante mucho tiempo y no lo conocía bien. No completar las tareas bien era excusable y debía ser más comprensivo y asignarle un trabajo adecuado para ella. No podía ser demasiado exigente.
Después de eso, le di algunas tareas simples según la situación práctica. Después de hacer esto durante un tiempo, me di cuenta de que era muy trabajadora y además honesta y obediente. Hacía todo lo que podía terminar y todo lo que le asignaba, y a veces incluso cuando terminaba su trabajo, se ofrecía para ayudar a los demás. Esos aspectos de su carácter eran cosas que yo mismo no poseía. Pensé que al principio, debido a mi carácter arrogante, había pensado en despedirla porque no cumplía mis expectativas, lo que no me permitió ver las cosas que hacía bien; entonces la tienda habría perdido a una empleada muy valiosa. ¡Le di gracias a Dios por Su ayuda!

El trabajo sale bien cuando se hace según las palabras de Dios

En los días siguientes, ya no dependí de mi carácter arrogante, haciendo demandas severas a los empleados según mis propias exigencias. Empecé a darles más pautas y a decirles cómo organizar su trabajo. A veces, cuando un empleado no hacía algo a la perfección, siempre que se hubiese esforzado y lo hubiese hecho lo mejor que podía, podía ser comprensivo con él. Mi relación con los miembros de mi plantilla empezó a mejorar gradualmente y a veces bromeamos y hablamos los unos con los otros. No hay una enorme división entre nosotros y hay una comprensión implícita en la colaboración en el trabajo.
Unos meses más tarde hubo una fiesta mayor en Malasia y empezamos a recibir cargamentos muy grandes en la tienda. Yo además estaba ocupado con la organización del trabajo. Cuando vi que el trabajo progresaba despacio, me preocupó que nuestro inventario empezase a acumularse y que nuestro espacio de almacenamiento estuviese demasiado lleno, lo que sería un problema grave. Empecé a ponerme nervioso y una vez más sentí el impulso de depender de mi carácter corrupto para hacerles trabajar más rápido, pero al mismo tiempo me preocupaba que mis empleados se sintieran sofocados. Así que oré a Dios y le pedí que calmase mi corazón y entonces busqué una salida adecuada. Cuando mi corazón estuvo calmado, pensé en cómo cada uno tiene sus propias habilidades personales y que debía organizarlos para que ocupasen la posición más adecuada para cada uno para que desempeñasen su mejor labor particular, y entonces les proporcioné la ayuda necesaria. Cuando hice esto, vi que todo el mundo estaba desempeñando su función bien y los bienes almacenados fueron organizados a tiempo para que llegase el nuevo cargamento. Todo salió bien y todo el mundo ganó más y más confianza en su trabajo. Me sentí mucho más relajado.
A través de esa experiencia, vi que cuando dependía de mi carácter corrupto cuando trataba con mi personal, no sólo era muy restrictivo para todo el mundo, sino que también dañaba los intereses del supermercado. Cuando practiqué las palabras de Dios, no sólo mejoró mi relación con mis empleados, sino que el trabajo fue a la perfección. De esta experiencia vi que las palabras de Dios son la medida por la que debo ser una buena persona y poner Sus palabras en práctica puede transformar mi carácter corrupto y permitirme vivir como ser humano correctamente. También vi que poner en práctica las palabras de Dios me dará las bendiciones y ayuda de Dios, proporcionándome paz y gozo interior. ¡En el futuro, buscaré la verdad más y practicaré las palabras de Dios! Gracias a Dios, ¡toda la gloria sea para Dios!
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