Historias y reflexiones cristianas sobre la vida
Haoran regresó al pueblo después de haber estado a la ciudad. Durante todos aquellos años, fue el único universitario del pueblo. Toda la gente en el pueblo y alrededor del pueblo decía que era un chico muy prometedor.
Una mañana temprano, el Abuelo le pidió a Haoran que cargase con la cesta a la espalda y que le siguiese a la montaña.
Por el camino, el Abuelo le dijo a Haoran que metiese en la cesta todo aquello que le pareciese bueno y bonito.
Cuanto más recogía Haoran, más pesada notaba la carga. Para no sobrecargar la cesta, empezó a ser más selectivo, y metía en la cesta tan sólo lo de mayor necesidad, lo más esencial. Sabía que era necesario llegar a un compromiso.
Cuando estaba a medio camino montaña arriba, había tantas cosas ya en la cesta, que resultaba extenuante llevarla.
Viendo a Haoran sobrecargado, el abuelo sugirió que sacase de la cesta las cosas menos importantes y que las tirara.
Haoran le hizo caso al abuelo, y escogió; luego continuó escalando a su lado la montaña.
A petición del abuelo, Haoran retomó la recolecta de cosas buenas, como había hecho antes. Y poco a poco, la cesta se fue llenando y volvió a pesar mucho. Entonces, el abuelo le permitió hacer una segunda elección.
Recogiendo, y a la vez dejando por el camino, Haoran llegó agotado a la cima de la montaña. Se sintió extremadamente relajado cuando pudo dejar por fin la cesta en el suelo.
Haoran contestó agradecido: “Abuelo, me he dado cuenta de que la vida es como un viaje con muchas tentaciones a lo largo del trayecto. Mientras íbamos subiendo la montaña, recogí un montón de cosas. Pero cuantas más cosas añadía a la cesta, más pesada se hacía la carga. Tan sólo aprender a escoger y abandonar, puede hacerme la carga más llevadera”.
Entender esto fue la experiencia real de la vida de Haoran, pero lo que cabe destacar es cómo llegar a un compromiso. Muchos de nosotros han experimentado los altos y bajos de la vida, y se han dado cuenta de la importancia de saber escoger y abandonar. Pero cuando nos encontramos con un problema de índole práctica, simplemente no sabemos discernir con qué quedarnos y qué echar y siempre acabamos por tomar la decisión incorrecta.
La mayoría de las veces, escogeríamos lo que nos gusta y apasiona, pero no necesariamente es lo que nos conviene. En cambio, nos perdemos cosas bonitas mientras perseguimos nuestros sueños. Por ejemplo, perseguimos lucir joyas valiosas, vivir en grandes mansiones, y conducir coches de lujo, disfrutar de una vida en busca del placer. Trabajamos duro y nos esforzamos por ganarnos la admiración de los demás. Puede que acabemos lográndolo, pero cuando la vida se acaba, nos damos cuenta de que todas esas cosas en realidad no nos pertenecen. No podemos evitar preguntarnos: ¿Cuál es el significado de la vida humana? ¿Tan sólo está ahí para ir en busca del disfrute material? En este punto es cuando mucha gente empieza a reflexionar: ¿He escogido mal desde el principio? Y, sin embargo, sólo tenemos una vida que vivir.
Dios dice: “La fama y la fortuna que uno obtiene en el mundo material le dan satisfacción temporal, un placer pasajero, un falso sentido de comodidad, y hacen que uno pierda su camino. Así, las personas, cuando dan vueltas en el inmenso mar de la humanidad, anhelando la paz, la comodidad y la tranquilidad del corazón, son absorbidas una y otra vez bajo las olas. Cuando las personas tienen aún que averiguar las preguntas más cruciales de entender —de dónde vienen, por qué están vivas, adónde van, etc.—, son seducidas por la fama y la fortuna, confundidas, controladas por ellas, irrevocablemente perdidas. El tiempo vuela; los años pasan en un pestañeo; antes de que uno se dé cuenta, ya ha dicho adiós a los mejores años de su vida. Cuando uno está pronto para partir del mundo, llega a la comprensión gradual de que todo en el mundo está yendo a la deriva, que uno no puede mantener más las cosas que poseía; entonces uno siente realmente que sigue sin poseer nada en absoluto, como un bebé que llora y que acaba de llegar al mundo”.
Ahora entiendo, por fin, que Dios es Quien decreta y gobierna toda nuestra vida. Dios sabe lo que necesitamos para sobrevivir en este mundo, y es Él quien nos lo proporciona en el momento justo y en proporción a nuestras necesidades e insuficiencias. Sin embargo, como los humanos no tenemos verdades, no podemos distinguir entre lo positivo y lo negativo, entre blanco y negro. Cuando nos vemos confrontados con el hecho de que tenemos que escoger, a menudo perdemos el norte y Satán nos tienta con la búsqueda equivocada. La vida transcurre en un abrir y cerrar de ojos. Tan sólo cuando se aproxima la muerte, nos damos cuenta de que todo aquello que hemos estado persiguiendo a lo largo de nuestras vidas, está vacío; no nacimos con nada de ello; ni nada de ello nos los llevaremos cuando muramos. Como dijo Job: “Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo tornaré allá. Jehová dió, y Jehová quitó: sea el nombre de Jehová bendito” (Job 1:21). Cuando logremos someternos a la soberanía de Dios y Sus disposiciones, como hizo Job, y cuando logremos encontrar las directrices de Dios en todo, entonces, sin duda, sabremos enfrentarnos a todo de forma tranquila y sabremos tomar la mejor decisión, porque Dios nos guiará y tomará el mando en nuestro lugar.
(Traducido del original en inglés al español por Eva Trillo)
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