Creo que igual que yo, todos los hermanos y hermanas en el Señor hemos recibido de Él mucha paz y bendiciones, y que nos hemos propuesto seguir al Señor durante toda nuestra existencia. Recuerdo aquellos tiempos en que tenía fervor en mi interior. Para retribuir el gran amor del Señor, trabajaba activamente en esparcir Su evangelio y apoyaba el trabajo de la iglesia, y tenía confianza en que estaba siguiendo con firmeza Su camino. Además, admiraba constantemente Su gracia, y las lágrimas frecuentemente afloraban a mis ojos cuando oraba, sintiéndome tan cerca del Señor. Me vanagloriaba de ser una seguidora del Señor.
Pero sin darme cuenta, ese sentimiento se esfumó. Me volví fría en mis sentimientos de amor y así como en la fe, y no sentía placer en la oración, ya que no recibía respuestas del Señor, sintiéndome como si estuviese hablando al espacio vacío. Ya no me vanagloriaba de ser una seguidora del Señor; en vez de ello, frecuentemente me mortificaba a mí misma diciéndome que había fallado en seguir las enseñanzas del Señor. Pecaba y me confesaba a diario, totalmente atribulada por mis pecados. Como resultado, perdí mi motivación en predicar el evangelio, y hasta sentía temor de que se supiese que yo era cristiana, por miedo a que mi comportamiento no glorificase al Señor, sino que mancillase Su nombre. En ocasiones, sentía que mi fe en el Señor no era más que un tributo vacío al nombre de Jesucristo.
A veces solía preguntarme, “¿Cómo yo, que a duras penas puedo asirme al nombre de Jesucristo, cuento como una seguidora del Señor? ¿Habré sido abandonada por el Señor? Si no es así, ¿por qué no puedo sentir Su presencia? ¿Por qué siento que he perdido la luz que me guía en mi camino, y he sucumbido a las tinieblas?
Estudiaba con frecuencia la Biblia, tratando de encontrar la respuesta en las Sagradas Escrituras. Más tarde, a través de los escritos de la Biblia, descubrí que no todas las personas que creen en Dios pueden ser consideradas como Sus seguidores. La forma en que Dios considera si una persona es o no Su seguidor, difiere según la época. En este espacio, me gustaría compartir lo que he aprendido con hermanos y hermanas, e intercambiar con ustedes acerca de quiénes son de la aprobación del Señor y quiénes son Sus seguidores.
En Éxodo 6, Jehová Dios le habló a Moisés, “Por tanto dirás á los hijos de Israel: YO JEHOVA; y yo os sacaré de debajo de las cargas de Egipto, y os libraré de su servidumbre, y os redimiré con brazo extendido, y con juicios grandes: Y os tomaré por mi pueblo y seré vuestro Dios: y vosotros sabréis que yo soy Jehová vuestro Dios, que os saco de debajo de las cargas de Egipto” (Éxodo 6:6-7). Las Sagradas Escrituras nos muestran en el Antiguo Testamento, durante la Era de la Ley, que Dios escogió a los israelitas como Su pueblo y se convirtió en su Dios. Él escogió a Moisés para que sacase a los israelitas de Egipto, les mostrase la ley, y los guiase durante sus vidas en la tierra. Los primeros israelitas aceptaron la guía de Jehová Dios, y actuaron estrictamente de acuerdo con la ley. Si alguien violaba la ley, aquellos que cometían pecados menores estaban obligados a ofrecer sacrificios como lo pedía Jehová Dios, mientras que los que cometían pecados graves, eran sentenciados a muerte. Todos ellos se regían por la ley. Y como ya habían sido testigos del carácter de la majestad y la ira de Jehová, permanecían leales al Él. Gracias a esto recibieron enorme gracia y protección de Dios, y se les permitió servirle a Él en el templo por varias generaciones. Por lo tanto, ellos eran seguidores de Dios en aquella época.
Sin embargo, debido a la influencia de Satanás, la humanidad se corrompió en gran manera y las personas eran aún más malvadas y degeneradas, por lo que con el paso del tiempo, los judíos no pudieron seguir cumpliendo con la ley. Pecaban y violaban la ley con frecuencia, lo que los ponía en riesgo de ser ejecutados en cualquier momento. Pero como Dios es misericordioso con la humanidad, Él inició una nueva etapa de obra fuera del templo, paso a paso y de acuerdo con Su plan. Y así, el Señor Jesús se encarnó en la tierra y trajo consigo el evangelio del reino del cielo para mostrarlo a los hombres. Él esperaba que todos pudiesen ver la luz y dejar el templo, para así seguir los pasos de Dios. En la Biblia está escrito que, cuando Jesucristo esparció el evangelio del reino de los cielos, Él dijo, “Y diciendo: Arrepentíos, que el reino de los cielos se ha acercado” (Mateo 3:2). Además, Él sanaba a los enfermos y expulsaba a los demonios, y llevaba a cabo muchos milagros y prodigios. ¿Entonces, quiénes son los seguidores de Jesucristo?
En aquella época, en las costas del Mar de Galilea, Jesucristo llamó a Pedro y a su hermano Andrés. En la Biblia está escrito, “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres” (Mateo 4:19). Igualmente, Santiago hijo de Zebedeo y su hermano Juan fueron también llamados por el Señor. Él llamó también al resto de los discípulos de esta misma forma. Por ejemplo, Él le dijo a Felipe, “Sígueme” (Juan 1:43). El Señor dijo esto porque Él podía mirar profundamente dentro del corazón de los hombres, y sabía que Pedro y todos los demás ansiaban y buscaban la verdad. De hecho, a través de Sus palabras, Pedro y los demás reconocieron que Jesucristo había venido de Dios. Así que, ante Su llamado, todos siguieron a Jesucristo sin vacilar. Finalmente, ellos obtuvieron la gracia del agua bendita que emanaba de las palabras del Señor, tomaron Sus palabras como guía para todas las cosas, y disfrutaron de la obra del Espíritu Santo en aquellos tiempos. De esta forma, se convirtieron en genuinos seguidores de Dios en aquella época.
Pero en aquellos tiempos, la mayoría de los líderes religiosos, encabezados por los sacerdotes más importantes, los escribas y los fariseos, los cuales se atenían servilmente a la ley, se negaron a salir de sus templos para buscar la verdad que Jesucristo proclamaba, y hasta llegaron a blasfemarlo y condenarlo. Ellos decían que Jesucristo blasfemaba, que expulsaba a los demonios del cuerpo a través del príncipe de los demonios, y lo condenaban por no respetar el día de reposo. Finalmente, todos estos líderes religiosos se aliaron al gobierno romano y crucificaron a Jesucristo. Ellos eran obstinados y arrogantes, y continuaban rigiéndose por la antigua ley, por lo que en su interior odiaban la verdad y a Dios. Ellos no se limitaron a no buscar en sus corazones la verdad en la obra de Jesucristo, sino que llegaron al extremo de condenarlo y blasfemarlo. Aunque admitían como sagrado el nombre de Jehová Dios, nunca aceptaron las obras de Jesucristo. No podían en adelante ser considerados como seguidores de Dios. Esto lo podemos constatar en la actitud de Jesucristo hacia ellos. Como se puede leer en la Biblia, Jesucristo dijo, “Mas ay de vosotros, escribas y Fariseos, hipócritas!” (Mateo 23:13), y “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre lanzamos demonios, y en tu nombre hicimos mucho milagros? Y entonces les protestaré: Nunca os conocí; apartaos de mí, obradores de maldad” (Mateo 7:22-23). Aquí Jesucristo los condena, diciéndoles que iban a ser desgraciados, y los calificó como malvados. Por lo que queda claro que cuando Dios comience Su nueva obra, si no lo buscamos en nuestros corazones, y en cambio nos dedicamos a blasfemarlo y condenarlo y nos rehusamos a seguir Sus pasos, nos convertiremos en Sus enemigos.
Por lo descrito anteriormente, podemos darnos cuenta de que la obra de Dios no es estático, sino que está avanzando siempre. Sus obras se renovarán, de acuerdo siempre con las necesidades de nosotros los seres humanos. Por lo tanto, el saber si somos o no seguidores de Dios, estará reflejado en la medida de cuánto seamos capaces de cumplir con Su obra. Cuando Dios lleva a cabo una nueva obra y arroja una nueva luz, sólo los que sean capaces de dejar a un lado sus viejas creencias, escuchar y obedecer, y seguir concienzudamente el camino del Espíritu Santo, serán seguidores de Dios y serán aprobados por Él. Esto está en perfecta consonancia con lo que podemos leer en la Biblia, “Estos, los que siguen al Cordero por donde quiera que fuere. Estos fueron comprados de entre los hombres por primicias para Dios y para el Cordero” (Apocalipsis 14:4). Por el contrario, los que se mantengan en sus antiguas creencias y no sean capaces de seguir las obras actuales de Dios, no serán merecedores de obtener la guía del Espíritu Santo, y no figurarán entre los que siguen la obra de Dios.
Reflexionando acerca de mí, siento que ahora me encuentro en tinieblas, sin saber qué hacer. Siento que he sido abandonada por el Señor, como si no fuese más Su seguidora, y esto me causa un repentino acceso de tristeza. Sin embargo, sigo anhelando día y noche el regreso de Jesucristo, con la esperanza de poder seguir Sus pasos. Bueno, hermanos y hermanas en el Señor, ¿sienten ustedes como yo, esté desesperado anhelo? Oremos fervientemente al Señor, y pidámosle que nos guíe en el camino a seguir. Podemos leer en varios versículos del Apocalipsis lo siguiente, “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice á las iglesias” (Apocalipsis 2:17). Las profecías contenidas en el libro de Apocalipsis tratan acerca de las futuras obras de Dios. Estas palabras indican que, a Su regreso, el Señor hablará una vez más a las iglesias y a Sus seguidores. Así que, siempre debemos ser cuidadosos, siempre debemos prestar atención en cada lugar donde se predique el regreso del Señor Jesús. Como lo hicieron Pedro y los demás discípulos, quienes reconocieron la voz de Dios a través de las palabras del Señor, debemos escuchar atentamente para oír la voz de Dios y seguir los pasos del Cordero para así poder convertirnos en Sus seguidores.
(Traducido del original en inglés al español por Ernesto Morejón Pedret. )
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