miércoles, 13 de octubre de 2021

La obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo II

 Durante nuestra última reunión hablamos sobre un tema muy importante. ¿Recordáis cuál era? Permitidme repetirlo. En nuestra última comunicación tratamos: la obra de Dios, el carácter de Dios y Dios mismo. ¿Es un tema importante para vosotros? ¿Qué parte del mismo os resulta de mayor importancia? ¿La obra de Dios, Su carácter, o Dios mismo? ¿Cuál os interesa más? ¿Sobre qué parte queréis oír más? Sé que es difícil para vosotros responder a esa pregunta, porque el carácter de Dios puede verse en cada aspecto de Su obra, y Su carácter se revela siempre en esta y en todas partes; en realidad, representa a Dios mismo; en el plan general de gestión de Dios, Su obra, Su carácter y Dios mismo son inseparables entre sí.

El contenido de nuestra última comunicación sobre la obra de Dios consistió en relatos de la Biblia sobre sucesos que tuvieron lugar hace mucho. Eran, todos ellos, historias sobre el hombre y Dios, y sobre cosas que le ocurrieron al hombre, al tiempo en que implicaban la participación y la expresión de Dios, por lo que tienen un valor y un sentido particulares para conocerle. Justo después de crear a la humanidad, Dios empezó a tener contacto con el hombre y a hablar con él; Su carácter empezó a manifestarse al hombre. En otras palabras, desde este primer contacto de Dios con la humanidad, comenzó a revelarle al hombre, sin interrupción, Su esencia y lo que Él tiene y es. En resumen, independientemente de que las personas, primitivas o actuales puedan verlo o entenderlo, Dios habla al hombre y obra en medio de él revelando Su carácter y expresando Su esencia, esto es una realidad innegable para cada persona. Esto también significa que el carácter de Dios, Su esencia, y lo que Él tiene y es emanan y se revelan constantemente cuando Él obra y tiene contacto con el hombre. Él nunca le ha ocultado ni escondido nada a este, sino que hace público y libera Su propio carácter sin retener nada. De esta forma, Dios espera que el hombre pueda conocerlo y entender Su carácter y Su esencia. Él no desea que el hombre trate Su carácter y Su esencia como misterios eternos ni quiere que la humanidad considere a Dios como un rompecabezas que nunca puede resolverse. El hombre no puede conocer el camino que tiene por delante hasta que la humanidad conoce a Dios, y es capaz de aceptar la dirección de Dios; solo una humanidad así puede vivir verdaderamente bajo Su dominio, en la luz, y en medio de Sus bendiciones.

Las palabras y el carácter emitidos y revelados por Dios representan Su voluntad, y también Su esencia. Cuando Dios tiene contacto con el hombre, independientemente de lo que dice o hace, del carácter que revele, o de lo que el hombre vea de Su esencia y de lo que Él tiene y es, todo ello representa Su voluntad para el hombre. Independientemente de cuánto sea capaz de saber, comprender o entender el hombre, todo ello representa la voluntad de Dios: Su voluntad para el hombre. ¡Esto está fuera de duda! La voluntad de Dios para la humanidad es cómo necesita Él que sean las personas, lo que exige que hagan, cómo requiere que vivan y que sean capaces de lograr el cumplimiento de Su voluntad. ¿Son estas cosas inseparables de la esencia de Dios? En otras palabras, Dios emite Su carácter y todo lo que tiene y es, y al mismo tiempo le pone exigencias al hombre. No hay falsedad ni fingimiento, ni ocultación, ni adornos. Pero, ¿por qué es incapaz el hombre de saber y por qué ha sido siempre incapaz de percibir con claridad el carácter de Dios? ¿Por qué no ha tenido nunca conciencia de la voluntad de Dios? Lo que Él ha revelado y emitido es lo que Dios mismo tiene y es, y constituye cada trozo y faceta de Su verdadero carácter; entonces ¿por qué no lo puede ver el hombre? ¿Por qué es el hombre incapaz del conocimiento riguroso? Existe una razón importante para esto. ¿Y cuál es esa razón entonces? Desde la época de la creación, el hombre nunca ha tratado a Dios como Dios. Desde los tiempos más remotos, independientemente de lo que Dios hiciera en relación al hombre, el hombre que acababa de ser creado lo trataba como nada más que una compañía, como alguien en quien confiar y que no tenía conocimiento ni entendimiento de Dios. Es decir, desconocía que lo que este Ser emitía —ese Ser en quien él confiaba y a quien consideraba su compañero— era la esencia de Dios; tampoco sabía que este Ser era Aquel que domina todas las cosas. En pocas palabras, las personas de aquella época no reconocieron a Dios en lo absoluto. No sabían que Él había creado los cielos, la tierra y todas las cosas, ignoraban de dónde procedía Él así como lo que Él era. Por supuesto, Dios no exigía entonces que el hombre lo conociera, lo comprendiera, entendiera todo lo que Él hacía, o que tuviera conocimiento de Su voluntad, porque aquellos eran los primeros tiempos tras la creación de la humanidad. Cuando Dios comenzó los preparativos para la obra de la Era de la Ley, hizo algunas cosas para el hombre y también comenzó a tener algunas exigencias, le indicó cómo ofrendar y adorar a Dios. Sólo entonces adquirió el ser humano unas pocas ideas simples acerca de Él y conoció las diferencias entre el hombre y Dios, y ese Dios era Aquel que había creado a la humanidad. Cuando el hombre supo que Dios era Dios y el hombre era hombre, se produjo una cierta distancia entre él y Dios, pero Dios no le pidió al hombre que tuviese un gran conocimiento ni un entendimiento profundo de Él. Por tanto, Él tiene diferentes requisitos para el hombre basados en las etapas y las circunstancias de Su obra. ¿Qué veis en esto? ¿Qué aspecto del carácter de Dios percibís? ¿Es Dios real? ¿Son Sus requisitos adecuados? Durante los primeros tiempos después de que Dios creara a la humanidad, cuando aún le quedaba por realizar la obra de conquista y perfeccionamiento en el hombre, y todavía no les había hablado muchas palabras, Él le pedía poco al ser humano. Independientemente de lo que el hombre hiciera y de cómo se comportase —aunque algunos de sus hechos ofendieran a Dios—, Dios lo perdonaba y lo pasaba por alto. Como Él sabía lo que le había dado al hombre y lo que había dentro de este, tenía claro el estándar de requisitos que podía exigir de él. Aunque el estándar de Sus requisitos era muy bajo en aquel momento, esto no significa que Su carácter no fuera grande ni que Su sabiduría y Su omnipotencia fueran palabras vacías. Para el hombre solo hay una forma de conocer el carácter de Dios y a Dios mismo: seguir los pasos de Su obra de gestión y salvación de la humanidad, y aceptar las palabras que Él dirige a la humanidad. Cuando el hombre sabe lo que Dios tiene y es, y conoce Su carácter, ¿seguiría pidiendo el hombre a Dios que le mostrase Su persona real? No, el hombre no se lo pediría ni se atrevería a pedirlo, porque una vez ha comprendido el carácter de Dios, y lo que Él tiene y es, ya habrá visto al verdadero Dios mismo, y Su persona real. Este es el desenlace inevitable.

Conforme la obra y el plan de Dios progresaban incesantemente, y después de que Él estableciera el pacto del arco iris con el hombre, como una señal de que nunca más destruiría el mundo mediante un diluvio, Dios tuvo el deseo cada vez más acuciante de ganar a aquellos que pudiesen tener el mismo pensamiento que Él. De la misma manera sintió un anhelo cada vez más urgente de ganar a aquellos que fueran capaces de hacer Su voluntad en la tierra y, además, de ganar a un grupo de personas capaces de librarse de las fuerzas de las tinieblas, de no estar atados por Satanás, un grupo que pudiese dar testimonio de Él en la tierra. Ganar a un grupo así de personas era un deseo que Dios tenía desde hace mucho tiempo, algo que Él había estado esperando desde el momento de la creación. Por tanto, independientemente de que Dios usara el diluvio para destruir el mundo o de Su pacto con el hombre, Su voluntad, Su estado de ánimo, Su plan y Sus esperanzas siguieron siendo los mismos. Lo que Él quería hacer, lo que había anhelado desde mucho antes del momento de la creación, era ganar de entre toda la humanidad a aquellos que Él deseaba tener: un grupo de personas capaces de comprender y conocer Su carácter, y entender Su voluntad, que fuera capaz de adorarlo. Ese grupo de personas sería verdaderamente capaz de dar testimonio de Él, y podría decirse que serían Sus confidentes.

Sigamos rememorando hoy las huellas de Dios y siguiendo los pasos de Su obra, para que podamos descubrir Sus pensamientos y Sus ideas, y todos los detalles diversos que tienen que ver con Dios, todo lo cual ha estado “cerrado herméticamente” durante mucho tiempo. Por medio de estas cosas llegaremos a conocer el carácter de Dios, a entender Su esencia; le daremos paso a Él en nuestros corazones, y cada uno de nosotros se le acercará lentamente, reduciendo así nuestra distancia con Él.

Parte de lo que hablamos la última vez estaba relacionado con la razón por la cual Dios estableció un pacto con el hombre. Esta vez comunicaremos sobre los siguientes pasajes bíblicos. Comencemos leyendo las escrituras.

A. Abraham

1. Dios promete dar un hijo a Abraham

Génesis 17:15-17 Entonces Dios dijo a Abraham: A Sarai, tu mujer, no la llamarás Sarai, sino que Sara será su nombre. Y la bendeciré, y de cierto te daré un hijo por medio de ella. La bendeciré y será madre de naciones; reyes de pueblos vendrán de ella. Entonces Abraham se postró sobre su rostro y se rió, y dijo en su corazón: ¿A un hombre de cien años le nacerá un hijo? ¿Y Sara, que tiene noventa años, concebirá?

Génesis 17:21-22 Pero mi pacto lo estableceré con Isaac, el cual Sara te dará a luz por este tiempo el año que viene. Cuando terminó de hablar con él, ascendió Dios dejando a Abraham.

2. Abraham ofrece a Isaac

Génesis 22:2-3 Y Dios dijo: Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. Abraham se levantó muy de mañana, aparejó su asno y tomó con él a dos de sus mozos y a su hijo Isaac; y partió leña para el holocausto, y se levantó y fue al lugar que Dios le había dicho.

Génesis 22:9-10 Llegaron al lugar que Dios le había dicho y Abraham edificó allí el altar, arregló la leña, ató a su hijo Isaac y lo puso en el altar sobre la leña. Entonces Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo.

Nadie puede obstaculizar la obra que Dios se decide a hacer

Acabáis de oír la historia de Abraham. Dios lo escogió después de que el diluvio destruyese el mundo, su nombre era Abraham, y cuando tenía cien años de edad y su esposa Sara noventa, la promesa de Dios vino a él. ¿Cuál fue esa promesa? Dios prometió aquello a lo que hacen referencia las Escrituras: “Y la bendeciré, y de cierto te daré un hijo por medio de ella”. ¿Cuál era el trasfondo de la promesa de Dios de darle un hijo? Las Escrituras proveen el siguiente relato: “Entonces Abraham se postró sobre su rostro y se rió, y dijo en su corazón: ¿A un hombre de cien años le nacerá un hijo? ¿Y Sara, que tiene noventa años, concebirá?”. En otras palabras, esta pareja de ancianos era demasiado mayor para tener hijos. ¿Y qué hizo Abraham después de que Dios le hiciese esta promesa? Cayó con su rostro sobre la tierra, y se río diciendo en su corazón: “¿A un hombre de cien años le nacerá un hijo?”. Abraham creía que era imposible, lo que significa que pensó que la promesa divina para él debía de ser una broma. Desde la perspectiva del hombre, es algo inalcanzable, e igual de inalcanzable e imposible para Dios. A Abraham quizás le pareciera ridículo: Dios creó al hombre, pero parece que no sabe que alguien tan viejo es incapaz de tener hijos; piensa que puede permitirme tener un hijo, dice que me dará un hijo; ¡sin duda es imposible! Así, Abraham se postró sobre su rostro y se rio, pensando para sí: Imposible; Dios se está burlando de mí, ¡esto no puede ser verdad! No tomó en serio las palabras de Dios. ¿Qué clase de hombre era Abraham, pues, a los ojos de Dios? (Justo). ¿Dónde se ha enunciado que él era un hombre justo? Pensáis que todos aquellos a los que Dios llama son justos y perfectos, y son todos personas que andan con Dios. ¡Os atenéis a la doctrina! Debéis ver con claridad que cuando Dios define a alguien, no lo hace arbitrariamente. Aquí, Dios no dijo que Abraham fuese justo. En Su corazón, Él tiene estándares para medir a cada persona. Aunque no dijo qué clase de persona era Abraham, en lo que se refiere a su conducta, ¿qué tipo de fe tenía Abraham en Dios? ¿Era un poco abstracta? O ¿tenía una gran fe? ¡No, no la tenía! Su risa y sus pensamientos mostraron quién era; por tanto, que penséis que Abraham era justo no es sino un producto de vuestra imaginación, la aplicación ciega de la doctrina, y una opinión irresponsable. ¿Vio Dios la risa de Abraham y sus pequeñas expresiones? ¿Las conocía? Sí. ¿Cambiaría Dios lo que tenía decidido hacer? ¡No! Cuando Él planeó y decidió que escogería a este hombre, el asunto s se cumplió. Ni los pensamientos del hombre ni su conducta influirían o interferirían en lo más mínimo en Dios; Él no cambiaría Su plan de forma arbitraria ni modificaría o alteraría Su plan impulsivamente por la conducta del hombre, que incluso podría ser ignorante. ¿Qué dice, pues, Génesis 17:21-22? “Pero mi pacto lo estableceré con Isaac, el cual Sara te dará a luz por este tiempo el año que viene. Cuando terminó de hablar con él, ascendió Dios dejando a Abraham”. Dios no prestó la más mínima atención a lo que Abraham pensó o dijo. ¿Cuál fue la razón de Su indiferencia? Fue que, en aquella época, Dios no pedía que el hombre tuviese una gran fe ni un gran conocimiento de Dios, ni que pudiese entender además lo que Dios hacía y decía. Por consiguiente, no requería que el hombre entendiese por completo lo que Él decidía hacer, las personas que determinaba escoger, o los principios de Sus acciones, porque la estatura del hombre era simplemente deficiente. En aquel tiempo, Dios consideraba que lo que Abraham hacía y su forma de comportarse era algo normal. No condenó ni reprendió, sino que se limitó a afirmar: “El cual Sara te dará a luz por este tiempo el año que viene”. Para Dios, después de proclamar estas palabras, este asunto se hizo realidad paso a paso; a Sus ojos, lo que debía cumplirse según Su plan ya se había logrado. Después de completar las disposiciones para ello, Dios partió. Lo que el hombre hace o piensa, lo que entiende, sus planes, nada de esto tiene relación con Dios. Todo tiene lugar según Su plan, de acuerdo con los tiempos y las etapas que ha establecido. Ese es el principio de la obra de Dios. Él no interfiere en lo que el hombre piensa o sabe, pero tampoco renuncia a Su plan ni abandona Su obra, porque el hombre no cree ni entiende. Los hechos se cumplen, por tanto, según el plan y los pensamientos divinos. Esto es precisamente lo que vemos en la Biblia: Dios hizo que Isaac naciese en el momento que Él había decidido. ¿Demuestran los hechos que el comportamiento y la conducta del hombre obstaculizaran la obra de Dios? ¡En absoluto! ¿Afectaron a Su obra la poca fe del hombre en Él, y sus nociones e imaginaciones sobre Él? ¡No, no lo hicieron! ¡Ni en lo más mínimo! El plan de gestión de Dios no se ve afectado por ningún hombre, asunto, o entorno. Todo lo que Él decide hacer se completará y cumplirá en Su tiempo, y según Su plan, y ningún hombre puede interferir en Su obra. En ocasiones, Dios no presta atención a ciertas insensateces e ignorancia del hombre, e incluso ignora algo de su resistencia y de sus nociones con respecto a Él; y aun así lleva a cabo la obra que debe hacer. Este es el carácter de Dios, un reflejo de Su omnipotencia.

La obra de gestión y salvación divina de la humanidad comienza cuando Abraham ofrece a Isaac como sacrificio

Las palabras que Dios habló a Abraham se cumplieron cuando Él le dio un hijo. Esto no significa que el plan divino se detuviese aquí; todo lo contrario, el magnífico plan de Dios para la gestión y la salvación de la humanidad no había hecho más que empezar, y Su bendición de darle un hijo a Abraham no era sino el preludio de Su plan general de gestión. En ese momento, ¿quién sabía que la batalla de Dios con Satanás había comenzado silenciosamente en el momento en que Abraham ofreció a Isaac?

A Dios no le importa que el hombre sea insensato; sólo pide que sea sincero

Seguidamente, veamos lo que Dios le hizo a Abraham. En Génesis 22:2, Dios le ordena: “Toma ahora a tu hijo, tu único, a quien amas, a Isaac, y ve a la tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré”. El sentido de Dios estaba claro: le estaba diciendo a Abraham que le entregara a su único hijo Isaac, a quien amaba, en holocausto. Mirándolo hoy día, ¿sigue estando el mandato de Dios en conflicto con las nociones del hombre? ¡Sí! Todo lo que Dios hizo en aquel momento es bastante contrario a las nociones del hombre; a este le resulta incomprensible. En sus nociones, las personas creen lo siguiente: cuando un hombre no creyó, y pensó que era imposible, Dios le dio un hijo, y después de haberlo tenido, le pidió que lo sacrificase. ¿No es esto totalmente increíble? ¿Qué pretendía hacer Dios en realidad? ¿Cuál era Su verdadera intención? Le dio un hijo a Abraham incondicionalmente, pero también le pidió que hiciera una ofrenda incondicional. ¿Era esto excesivo? Desde el punto de vista de un tercero no solo lo era, sino que parecía como querer “buscar un problema sin motivo”. Sin embargo, Abraham mismo no opinaba que Dios le estuviera pidiendo demasiado. Aunque tenía unas pocas opiniones pequeñas propias sobre ello, y aunque sospechaba un poco de Dios, seguía estando preparado para hacer la ofrenda. En este punto, ¿ves algo que demuestre que Abraham estuviera dispuesto a ofrecer a su hijo? ¿Qué se indica en estas frases? El texto original dice lo siguiente: “Abraham se levantó muy de mañana, aparejó su asno y tomó con él a dos de sus mozos y a su hijo Isaac; y partió leña para el holocausto, y se levantó y fue al lugar que Dios le había dicho” (Génesis 22:3). “Llegaron al lugar que Dios le había dicho y Abraham edificó allí el altar, arregló la leña, ató a su hijo Isaac y lo puso en el altar sobre la leña. Entonces Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo” (Génesis 22:9-10). Cuando Abraham extendió su mano y tomó el cuchillo para sacrificar a su hijo, ¿vio Dios sus acciones? Sí; las vio. Todo el proceso —desde el principio, cuando Dios le pidió a Abraham que sacrificara a Isaac, hasta el momento en que el hombre alzó el cuchillo para matar a su hijo— le mostró a Dios el corazón de Abraham, e independientemente de su insensatez, su ignorancia y su malinterpretación anteriores de Dios, en aquel momento su corazón era sincero, honesto; de verdad le iba a devolver a Isaac a Dios, ese hijo que Él le había dado. Dios vio obediencia en él, esa misma obediencia que Él deseaba.

Para el hombre, Dios hace muchas cosas incomprensibles e incluso increíbles. Cuando Dios desea orquestar a alguien, con frecuencia esta orquestación está en desacuerdo con las nociones del hombre y le resulta incomprensible. Sin embargo, esta disonancia e incomprensibilidad son precisamente la prueba y el examen de Dios para el ser humano. Entretanto, Abraham pudo demostrar su obediencia a Dios, que era la condición más fundamental de su capacidad de satisfacer Su requisito. Sólo entonces, cuando Abraham pudo obedecer esta exigencia, cuando ofreció a Isaac, Dios sintió verdaderamente confianza y aprobación hacia la humanidad, hacia Abraham, a quien había escogido. Sólo entonces estuvo Dios seguro de que esta persona que había elegido era un líder indispensable que podría acometer Su promesa y Su consiguiente plan de gestión. Aunque sólo era una prueba y un examen, Dios se sintió satisfecho, percibió el amor del hombre por Él, y se sintió confortado por este como nunca antes. En el momento en que Abraham levantó su cuchillo para matar a Isaac, ¿lo detuvo Dios? Dios no permitió que Abraham sacrificase a Isaac, sencillamente porque no tenía intención de tomar su vida. Así pues, detuvo a Abraham justo a tiempo. Para Dios, la obediencia de Abraham ya había pasado la prueba; lo que hizo fue suficiente, y Él ya había visto el resultado de lo que pretendía hacer. ¿Fue este resultado satisfactorio para Dios? Puede decirse que lo fue, que fue lo que Dios quería, y lo que anhelaba ver. ¿Es esto cierto? Aunque, en diferentes contextos, Dios usa diferentes formas de probar a cada persona; en Abraham comprobó lo que quería ver: que su corazón era sincero, y su obediencia incondicional. Este “incondicional” era precisamente lo que Dios deseaba. Con frecuencia, las personas afirman: “Ya he ofrecido esto, ya he renunciado a aquello; ¿por qué sigue Dios insatisfecho conmigo? ¿Por qué sigue sometiéndome a pruebas? ¿Por qué sigue examinándome?”. Esto demuestra una realidad: Dios no ha visto tu corazón ni lo ha ganado. Es decir, no ha visto la misma sinceridad que cuando Abraham fue capaz de levantar su cuchillo para matar a su hijo con sus propias manos y ofrecérselo a Dios. No ha visto tu obediencia incondicional ni ha sido confortado por ti. Es natural, pues, que Dios siga probándote. ¿No es cierto? Dejaremos este tema aquí. A continuación, leeremos “la promesa de Dios a Abraham”.

3. La promesa de Dios a Abraham

Génesis 22:16-18 Juro por Mí mismo —dijo Jehová— que porque has hecho esto, y no has retenido a tu hijo, tu único hijo, te colmaré de bendiciones y multiplicaré tu simiente como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tu simiente tendrá las puertas de sus enemigos; y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque has obedecido Mi voz.*

Este es un relato íntegro de la bendición de Dios a Abraham. Aunque breve, su contenido es rico: incluye la razón y el trasfondo del regalo de Dios a Abraham, y lo que le dio. También está impregnado del gozo y del entusiasmo con los que Dios pronunció estas palabras, así como de la urgencia de Su anhelo por ganar a quienes pueden escuchar Sus palabras. En esto vemos que Dios aprecia y siente ternura hacia quienes obedecen Sus palabras y siguen Sus mandatos. También vemos el precio que paga para ganar a las personas, y el cuidado y la atención que pone en ello. Además, este pasaje contiene las palabras “Juro por Mí mismo”, y esto nos proporciona un sentido intenso de la amargura y el dolor soportados por Dios y solo por Él, entre los bastidores de esta obra de Su plan de gestión. Es un pasaje sugerente, con un significado especial para los que vinieron después, y un impacto de gran alcance para ellos.

El hombre obtiene las bendiciones de Dios por su sinceridad y obediencia

¿Fue grande esta bendición que Dios le dio a Abraham, sobre la que hemos leído? ¿Cómo de grande fue? Aquí hay una frase clave: “y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra”. Esta frase muestra que Abraham recibió bendiciones que nadie más recibió ni antes ni después de él. Cuando este hombre le devolvió su hijo a Dios, porque Él se lo había pedido —su único y amado hijo— (nota: aquí no podemos usar la palabra “ofreció”; deberíamos decir devolvió su hijo a Dios), Él no sólo no permitió que ofreciera a Isaac, sino que también lo bendijo. ¿Con qué promesa bendijo a Abraham? Lo bendijo con la promesa de multiplicar su descendencia. ¿Y en qué medida sería multiplicada? Las Escrituras dicen lo siguiente: “como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tu simiente tendrá las puertas de sus enemigos; y en tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra”.* ¿Cuál fue el contexto en el que Dios pronunció estas palabras? Es decir, ¿cómo recibió Abraham las bendiciones de Dios? Las recibió tal como Dios dice en las Escrituras: “porque has obedecido Mi voz”. Esto es, porque había seguido el mandato de Dios, porque había hecho todo lo que Él le había dicho, pedido y ordenado sin la más mínima queja, Dios le hizo esa promesa. En ella hay una frase crucial que menciona los pensamientos de Dios en ese momento. ¿La habéis notado? Puede ser que no hayáis prestado mucha atención a estas palabras de Dios: “Juro por Mí mismo”. Su significado es que cuando Dios las pronunció estaba jurando por sí mismo. ¿Por qué cosa juran las personas cuando hacen un juramento? Juran por el cielo, es decir, hacen un juramento a Dios y juran por Él. Es posible que las personas no entiendan del todo el fenómeno por el cual Dios juraba por sí mismo, pero podréis comprenderlo cuando os provea la explicación correcta. Al estar frente a un hombre que solo podía oír Sus palabras, pero sin entender Su corazón, Dios volvió a sentirse solo y desconcertado una vez más. En la desesperación y se podría decir, subconscientemente, Dios hizo algo muy natural: colocó Su mano sobre Su corazón y se refirió a sí mismo cuando otorgaba esta promesa a Abraham, y de aquí el hombre oyó a Dios decir: “Juro por Mí mismo”. A través de las acciones de Dios, puedes pensar en ti mismo. Cuando pones tu mano en tu corazón y te hablas a ti mismo, ¿tienes una idea clara de lo que estás diciendo? ¿Es sincera tu actitud? ¿Hablas con franqueza, con el corazón? Vemos, pues, aquí que cuando Dios le habló a Abraham lo estaba haciendo en serio y con sinceridad. Al mismo tiempo que hablaba y bendecía a Abraham, también se hablaba a sí mismo. Se estaba diciendo: Bendeciré a Abraham, y haré su descendencia tan numerosa como las estrellas del cielo, y tan abundante como la arena a la orilla del mar, porque obedeció Mis palabras y es a él a quien Yo he escogido. Cuando Dios pronunció “Juro por Mí mismo”, Él decidió que produciría en Abraham el pueblo escogido de Israel, tras lo cual dirigiría a este pueblo hacia adelante rápidamente con Su obra. Es decir, Dios haría que los descendientes de Abraham asumiesen la obra de Su gestión, y Su obra, y lo que Él había expresado empezarían con Abraham, y continuarían en sus descendientes, materializando así el deseo de Dios de salvar al hombre. ¿Qué decís? ¿No es esta una cosa bendita? Para el hombre, no hay mayor bendición; se puede decir que es la cosa más bendita. La bendición obtenida por Abraham no fue la multiplicación de su descendencia, sino la realización por parte de Dios de Su gestión, Su comisión y Su obra en los descendientes de Abraham. Esto significa que las bendiciones obtenidas por este hombre no fueron temporales, sino que continuaron según progresó el plan de gestión de Dios. Cuando Él habló, cuando juró por sí mismo, ya había tomado una decisión. ¿Fue cierto el proceso de esta decisión? ¿Fue práctico? Dios decidió que, desde ese entonces entregaría a Abraham y a sus descendientes Sus esfuerzos, el precio que pagó, lo que Él tiene y es, Su todo, e incluso Su vida. También decidió que, comenzando por este grupo de personas, manifestaría Sus hechos, y permitiría que el hombre viera Su sabiduría, Su autoridad, y Su poder.

Ganar a los que conocen a Dios y son capaces de dar testimonio de Él es el deseo inmutable de Dios

Al mismo tiempo que hablaba para sí mismo, Dios también le habló a Abraham; ¿pero aparte de oír las bendiciones que Él le dio, era Abraham capaz de entender los deseos verdaderos de Dios en todas Sus palabras, en aquel momento? ¡No! Así, en el momento en que Dios juró por sí mismo, Su corazón seguía solitario y afligido. Aún no había una sola persona capaz de entender o comprender lo que Él pretendía o planeaba. En ese momento, nadie ni siquiera Abraham, fue capaz de hablarle en confianza, y mucho menos de cooperar con Él en la realización de la obra que Él debía hacer. Aparentemente, Dios había ganado a Abraham, y a alguien que podía obedecer Sus palabras. Pero en realidad, el conocimiento que esta persona tenía de Dios era poco más que nada. Aunque Él había bendecido a Abraham, Su corazón todavía no estaba satisfecho. ¿Qué significa que Dios no estaba satisfecho? Quiere decir que Su gestión sólo había comenzado, que las personas a las que quería ganar, a las que anhelaba ver, a las que amaba, seguían lejos de Él; necesitaba tiempo, esperar, ser paciente. Y es que, en ese momento, aparte de Dios mismo no había nadie que supiera lo que Él necesitaba, lo que deseaba ganar, o qué anhelaba. Así, a la vez que Dios se sentía muy entusiasmado, Dios también tuvo pesar en Su corazón. Sin embargo, no detuvo Sus pasos, y siguió planeando el siguiente paso de lo que debía hacer.

¿Qué veis en la promesa de Dios a Abraham? Dios le concedió grandes bendiciones, sencillamente porque él obedecía Sus palabras. Aunque, en apariencia, esto parece normal y una cosa natural, vemos en ello el corazón de Dios: Él valora especialmente la obediencia del hombre hacia Él y aprecia su sinceridad y entendimiento hacia Él. ¿Cuánto aprecia Dios esta sinceridad? Quizás no entendáis cuánto la aprecia, y es posible que no haya nadie que sea consciente de ello. Dios le dio un hijo a Abraham, y cuando este hijo había crecido, le pidió que se lo ofreciese. Abraham siguió Su mandato al pie de la letra, obedeció Su palabra y su sinceridad conmovió a Dios, quien lo valoró. ¿Cuánto lo valoró Dios? ¿Y por qué lo hizo? En un momento en el que nadie comprendía Sus palabras ni entendía Su corazón, Abraham hizo algo que sacudió los cielos e hizo temblar la tierra, le produjo a Dios una sensación de satisfacción sin precedentes, y le proporcionó el gozo de ganar a alguien capaz de obedecer Sus palabras. Esta satisfacción y este gozo procedieron de una criatura hecha por la propia mano de Dios, y fue el primer “sacrificio” que el hombre había presentado a Dios, el más valorado por Él desde que creó al ser humano. Dios había pasado momentos duros esperando este sacrificio, y lo trató como el primer regalo importante del hombre, a quien Él había creado. Le mostró el primer fruto de Sus esfuerzos y el precio que había pagado, y le permitió ver la esperanza en la humanidad. Después, Dios anheló aún más un grupo de personas como esta que le hicieran compañía, que lo trataran con sinceridad y que cuidaran de Él con sinceridad. Incluso esperó que Abraham perdurara, porque deseaba que un corazón como el de Abraham lo acompañase y estuviese con Él mientras continuaba Su gestión. Independientemente de lo que Dios quisiera, tan sólo era un deseo, una idea, porque Abraham era sólo un hombre capaz de obedecerle, y no tenía el más mínimo entendimiento o conocimiento de Él. Abraham era alguien muy alejado de los estándares de los requisitos divinos para el hombre, que son: conocer a Dios, ser capaz de dar testimonio de Él, pensar igual que Él. Por tanto, Abraham no podía andar con Dios. Al presentar Abraham a Isaac como ofrenda, Dios vio su sinceridad y su obediencia, y comprobó que había resistido la prueba que Él le había puesto. Aunque aceptó su sinceridad y su obediencia, seguía siendo indigno de convertirse en el confidente de Dios, en alguien que lo conociera, lo entendiera, y estuviera informado de Su carácter; estaba lejos de pensar como Él y de hacer Su voluntad. Así, en Su corazón, Dios seguía estando solo e inquieto; y cuanto más lo estaba, más necesitaba continuar con Su gestión lo antes posible, y poder seleccionar y ganar a un grupo de personas para cumplir Su plan de gestión y lograr Su voluntad cuanto antes. Este era el deseo entusiasta de Dios, que ha permanecido inmutable desde el principio hasta hoy. Desde que creó al hombre en el principio, Dios ha anhelado un grupo de vencedores que camine con Él y sea capaz de entender, conocer y comprender Su carácter. Este deseo de Dios nunca ha cambiado. Independientemente de cuánto tenga que esperar aún, de lo duro que sea el camino que tiene por delante y de lo lejos que estén los objetivos que anhela, Dios nunca ha alterado ni abandonado Sus expectativas para el hombre. Ahora que he dicho esto, ¿sabéis algo del deseo de Dios? Quizás lo que habéis descubierto no sea muy profundo, ¡pero llegará progresivamente!

Durante la misma época en la que vivió Abraham, Dios también destruyó una ciudad, llamada Sodoma. Sin duda, muchos están familiarizados con la historia de esta localidad, pero nadie lo está con los pensamientos de Dios que formaron el trasfondo de Su destrucción de la ciudad.

Por tanto, hoy, a través de los diálogos siguientes con Abraham, conoceremos Sus pensamientos en aquel momento, a la vez que Su carácter. Ahora, leamos los siguientes pasajes de la escritura.

B. Dios debe destruir Sodoma

Génesis 18:26 Y Jehová dijo: Si encuentro en Sodoma cincuenta justos en la ciudad, salvaré todo el lugar por el bien de ellos.*

Génesis 18:29 Y volvió a hablarle otra vez, y dijo: Tal vez puedan haber cuarenta ahí. Y Él dijo: No lo haré.*

Génesis 18:30 Y le dijo: Tal vez puedan haber treinta ahí. Y Él dijo: No lo haré.*

Génesis 18:31 Y dijo: Tal vez puedan haber veinte ahí. Y Él dijo: No la destruiré.*

Génesis 18:32 Y dijo: Tal vez puedan haber diez ahí. Y Él dijo: No la destruiré.*

Estos son unos cuantos fragmentos que he escogido de la Biblia. No son las versiones originales completas. Si deseáis verlas, podéis leerlas en la Biblia; para ganar tiempo, he omitido parte del contenido original. Aquí sólo he seleccionado varios pasajes y frases fundamentales, dejando fuera otras que no influyen en nuestra comunicación de hoy. En todos los pasajes y contenidos sobre los que comunicamos, nuestro enfoque se salta los detalles de las historias y la conducta del hombre en las mismas; en su lugar, sólo hablamos de cuáles eran los pensamientos y las ideas de Dios en ese momento. En ellos veremos Su carácter, y a partir de todo lo que hizo, contemplaremos al verdadero Dios mismo; en esto, conseguiremos nuestro objetivo.

Dios sólo se preocupa de aquellos que son capaces de obedecer Sus palabras y seguir Sus mandatos

Los pasajes anteriores contienen varias palabras clave: los números. Primero, Jehová dijo que si encontraba cincuenta justos en la ciudad, la salvaría; es decir, que no destruiría la ciudad. ¿Había cincuenta justos en Sodoma? No. Poco después, ¿qué le señaló Abraham a Dios? Dijo: Tal vez puedan haber cuarenta ahí. Y Dios dijo: No lo haré. Después, Abraham sugirió: ¿Tal vez puedan haber treinta ahí? Y Dios dijo: No lo haré. ¿Quizás veinte? No lo haré. ¿Diez? No lo haré. ¿Había realmente diez justos en la ciudad? No había diez, sino uno. ¿Y quién era ese uno? Era Lot. En aquel momento, sólo había una persona justa en Sodoma; ¿pero fue Dios muy estricto o riguroso cuando se llegó a este número? ¡No, no lo fue! Y así, el hombre siguió preguntando, “¿y si hay cuarenta?”, “¿y si hay treinta?”, hasta que llegó a “¿y si hay diez?”. Dios dijo: “Aunque solo hubieran diez, no destruiría la ciudad; la salvaría, y perdonaría a las demás personas ajenas a estas diez”. Si solo hubiese habido diez, eso habría sido bastante lamentable, pero resultó que, en realidad, ni siquiera había ese número de personas justas en Sodoma. Ves, por tanto, que a los ojos de Dios, el pecado y la maldad de los habitantes de la ciudad eran tales que Él no tuvo otra elección, sino destruirlos. ¿Qué quería decir Dios con que no destruiría la ciudad si hubiera cincuenta justos? Estas cifras no eran importantes para Dios. Lo relevante era si la ciudad contenía o no los justos que Él quería. Con que sólo hubiese una sola persona justa, Dios no permitiría que sufriera daños por Su destrucción de la ciudad. Esto significa que, tanto si Dios fuera a destruir la ciudad como si no, e independientemente de cuántos justos hubiera en ella, para Dios esta ciudad pecadora era maldita y abominable, y debía ser destruida, desaparecer de los ojos de Dios, mientras que los justos debían permanecer. Independientemente de la era, de la etapa del desarrollo de la humanidad, la actitud de Dios no cambia: Él odia el mal, y se preocupa por quienes son justos a Sus ojos. Esta clara actitud de Dios es también la revelación real de Su esencia. Como solo había una persona justa en la ciudad, Dios no dudó más. El resultado final fue que Sodoma sería inevitablemente destruida. ¿Qué veis en esto? En aquella época, Dios no destruiría una ciudad si había cincuenta justos en ella, o incluso diez; esto significa que Dios decidiría perdonar y ser tolerante con la humanidad, o realizaría la obra de dirección, por unas pocas personas capaces de venerarlo y adorarlo. Dios da mucho valor a las acciones justas del hombre, Él da mucho valor a aquellos que son capaces de adorarlo y a aquellos capaces de hacer buenas obras delante de Él.

Desde los tiempos antiguos hasta hoy, ¿habéis leído alguna vez en la Biblia que Dios comunicara la verdad, o le hablara a alguna persona sobre Su camino? No, nunca. Las palabras de Dios dirigidas al hombre, que leemos, les señalaban a las personas lo que debían hacer. Algunos fueron y lo hicieron, otros no; algunos creyeron, otros no. Es todo lo que había. Por tanto, los justos de aquella época —los que eran justos a los ojos de Dios— eran simplemente los que podían oír las palabras de Dios y seguir Sus mandatos. Eran siervos que llevaban a cabo las palabras de Dios entre los hombres. ¿Podían definirse estas personas como los que conocen a Dios? ¿Se les podía catalogar de personas perfeccionadas por Dios? No. Así, independientemente de su número, a los ojos de Dios, ¿eran estos justos dignos de ser llamados confidentes de Dios? ¿Se les podía denominar testigos de Dios? ¡Indudablemente, no! Sin duda no eran dignos de ser llamados confidentes y testigos de Dios. Entonces, ¿cómo los llamó Dios? En la Biblia, hasta en los pasajes de la escritura que acabamos de leer, existen muchos ejemplos en los que Dios los define como “Mi siervo”. Es decir que, en ese momento, a los ojos de Dios estas personas justas eran Sus siervos, las personas que le servían sobre la tierra. ¿Y cómo se le ocurrió a Dios este apelativo? ¿Por qué los llamó así? ¿Tiene Dios estándares en Su corazón por las apelaciones por las que llama a la gente? Sin duda los tiene. Él tiene estándares, independientemente de si llama a las personas justas, perfectas, rectas, o siervos. Cuando cataloga a alguien como Su siervo, cree firmemente que esta persona es capaz de recibir a Sus mensajeros, de seguir Sus mandatos, y que puede llevar a cabo lo que mandan los enviados. ¿Qué lleva a cabo esta persona? Lleva a cabo lo que Dios le ordena hacer y llevar a cabo al hombre en la tierra. En ese momento, ¿podía llamarse camino de Dios a lo que Él le pedía al hombre que hiciera y llevara a cabo en la tierra? No. Porque en esa época, Él sólo pedía que el hombre realizara unas pocas cosas simples; pronunciaba unos pocos mandatos sencillos en los que le pedía al hombre tan sólo que hiciera esto o aquello, y nada más. Dios estaba obrando según Su plan, porque en esa época todavía no estaban presentes muchas condiciones, el tiempo no estaba aún maduro, y a la humanidad le resultaba difícil mantenerse firme en el camino de Dios, pues todavía debía empezar a emanar de Su corazón. Dios vio a las personas justas de las que habló, a quienes vemos aquí —bien sea treinta o veinte— como Sus siervos. Cuando los mensajeros de Dios vinieran a estos siervos, serían capaces de recibirlos, de seguir sus mandatos, y de actuar según sus palabras. Esto era precisamente lo que deberían hacer y alcanzar los eran siervos a los ojos de Dios. Él es juicioso en Sus apelativos para las personas. No las llamó Sus siervos porque fueran como vosotros sois ahora —porque hubieran oído mucha predicación, supieran lo que Dios iba a hacer, entendieran mucho de la voluntad de Dios y comprendieran Su plan de gestión—, sino porque eran sinceros en su humanidad y eran capaces de cumplir las palabras de Dios; cuando Él les mandaba, ellos podían dejar de lado lo que estuviesen haciendo y llevar a cabo lo que Él había ordenado. Así, para Dios, el otro nivel de significado en el título de siervo es que colaboraran con Su obra en la tierra; aunque no eran los mensajeros de Dios, eran los ejecutores y los implementadores de Sus palabras en la tierra. Veis, pues, que estos siervos o personas justas tenían un gran peso en el corazón de Dios. La obra en la que Él iba a embarcarse en la tierra no podía existir sin personas que cooperaran con Él, y el papel desempeñado por Sus siervos era irreemplazable por Sus mensajeros. Cada tarea que Dios ordenaba a Sus siervos tenía una gran importancia para Él y, por ello, no podía perderlos. Sin la cooperación de estos sirvientes con Dios, Su obra entre la humanidad habría quedado paralizada, con la consecuencia de que el plan de gestión de Dios y Sus esperanzas habrían quedado en nada.

Dios es abundantemente misericordioso con aquellos de los que se preocupa, y profunda ira hacia aquellos a los que detesta y rechaza

En los relatos de la Biblia, ¿había diez siervos de Dios en Sodoma? ¡No! ¿Merecía la ciudad que Dios la salvara? En ella, solo una persona —Lot— recibió a los mensajeros divinos. La implicación de esto es que al haber un único siervo de Dios en la ciudad, Él no tuvo más elección que salvar a Lot y destruir la ciudad de Sodoma. Los diálogos entre Abraham y Dios citados anteriormente pueden parecer simples, pero ilustran algo muy profundo: son principios de las acciones de Dios, y antes de tomar una decisión Él invertirá un largo tiempo observando y deliberando; decididamente, no tomará decisión alguna ni se precipitará hacia ninguna conclusión antes del momento oportuno. Los diálogos entre Abraham y Dios nos muestran que Su decisión de destruir Sodoma no fue ni lo más mínimo errónea, porque Él ya sabía que no había cuarenta justos en la ciudad ni treinta, ni veinte. No había ni diez. La única persona justa en la ciudad era Lot. Dios observó todo lo que ocurría en ella y sus circunstancias, y le eran tan familiares como el dorso de Su mano. Por tanto, Su decisión no podía ser equivocada. Por el contrario, comparado con la omnipotencia de Dios, ¡el hombre es tan insensible, tan insensato e ignorante, tan corto de miras! Esto es lo que vemos en los diálogos entre Abraham y Dios. Él había estado promulgando Su carácter desde el principio hasta hoy. Aquí, deberíamos verlo de igual modo. Los números son simples, no demuestran nada; sin embargo, existe una expresión muy importante del carácter de Dios. Él no destruiría la ciudad por cincuenta justos. ¿Se debe esto a la misericordia de Dios? ¿Se debe a Su amor y tolerancia? ¿Habéis visto este lado de Su carácter? Aunque solo hubiese diez justos, Dios no habría destruido la ciudad por ellos. ¿Es o no es esto tolerancia y amor de Dios? Por la misericordia, la tolerancia, y la preocupación divinas hacia aquellas personas justas, no habría destruido la ciudad. Es la tolerancia de Dios. Y al final, ¿qué desenlace vemos? Cuando Abraham dijo: “Tal vez puedan haber diez ahí”, Dios respondió: “No la destruiré”. Después de esto, Abraham no dijo más, porque en Sodoma no había esos diez justos a los que él aludía, y no tenía más que decir; en ese momento entendió por qué Dios había decidido destruir Sodoma. ¿Qué carácter de Dios veis en esto? ¿Qué tipo de determinación tomó Él? Dios decidió que, si esta ciudad no contaba con diez justos, no permitiría su existencia, y la destruiría inevitablemente. ¿No es esta la ira de Dios? ¿Representa esta ira Su carácter? ¿Es este carácter la revelación de Su esencia santa? ¿Es la revelación de Su esencia justa, que el hombre no debe ofender? Una vez confirmado que no había diez justos en Sodoma, Dios estaba seguro de destruir la ciudad, y castigaría duramente a sus habitantes, por oponerse a Él, y por ser tan inmundas y corruptas.

¿Por qué hemos analizado así los pasajes? Porque estas pocas frases simples expresan plenamente el carácter de misericordia abundante y profunda ira de Dios. Al mismo tiempo que valoraba a los justos, que tenía misericordia de ellos, los toleraba y cuidaba, en el corazón de Dios había una intensa aversión por todos los que se habían corrompido en Sodoma. ¿Era esto misericordia abundante e ira profunda? ¿Con qué medios destruyó Dios la ciudad? Con fuego. ¿Y por qué lo hizo de este modo? Cuando ves algo quemándose, o cuando estás a punto de quemar algo, ¿cuáles son tus sentimientos hacia ello? ¿Por qué quieres quemarlo? ¿Sientes que ya no lo necesitas más, que no quieres mirarlo más? ¿Quieres abandonarlo? Que Dios usara el fuego significaba abandono y odio, y que no quería ver más a Sodoma. Esta fue la emoción que le hizo destruir la ciudad. El uso del fuego representa exactamente el grado de ira de Dios. Su misericordia y Su tolerancia existen realmente; pero cuando libera Su ira, Su santidad y Su justicia también le muestran al hombre ese lado de Dios que no tolera la ofensa. Cuando el hombre es totalmente capaz de obedecer los mandatos de Dios y actúa según Sus requisitos, Él es abundante en Su misericordia; cuando el hombre se ha llenado de corrupción, odio y enemistad hacia Él, Dios se enoja profundamente. ¿Hasta qué punto lo hace? Su ira durará hasta que Él deje de ver resistencia y los hechos malvados del hombre, hasta que dejen de estar ante Sus ojos. Solo entonces desaparecerá la ira de Dios. En otras palabras, no importa quién sea la persona; si su corazón se ha distanciado y apartado de Él para no volver jamás y aunque tenga en apariencia deseos subjetivos de adorar, seguir y obedecer a Dios en cuerpo y pensamiento, la ira de Dios se desatará sin cesar. Y será tal que cuando Dios la libere con intensidad, habiéndole dado al hombre suficientes oportunidades, ya no habrá forma de volver atrás. Él no volverá a ser misericordioso ni tolerante con esa humanidad. Este es un lado del carácter de Dios que no tolera ofensa. Aquí, a las personas les parece normal que Dios fuese a destruir una ciudad porque, a Sus ojos, al estar llena de pecado no podía existir y permanecer, y sería lógico que Él la destruyera. Sin embargo, vemos la totalidad del carácter de Dios en lo que pasó antes y después de que arrasara Sodoma. Él es tolerante y misericordioso con las cosas amables, bellas y buenas; con las que son malas, pecaminosas y malvadas, es intensamente iracundo; tanto que Su ira no cesa. Estos son dos aspectos principales y destacados del carácter de Dios, y además revelados por Él de principio a fin: misericordia abundante e ira profunda. La mayoría de vosotros habéis experimentado algo de la misericordia de Dios, pero muy pocos habéis apreciado Su ira. La misericordia y la benignidad de Dios pueden verse en cada persona; esto es, Dios ha sido abundantemente misericordioso con cada una de ellas. Pero rara vez, o mejor dicho nunca, ha estado Dios profundamente enojado con algún individuo o grupo de personas de vosotros. ¡Tranquilidad! Tarde o temprano, toda persona verá y experimentará la ira de Dios, pero aún no es el tiempo. ¿Por qué ocurre esto? Porque cuando Dios está constantemente airado con algunos, es decir, cuando desata Su profunda ira sobre ellos, significa que las ha detestado y rechazado desde hace mucho, que desprecia su existencia, y que no puede soportarla; tan pronto como Su ira caiga sobre ellos, desaparecerán. Hoy, la obra de Dios aún tiene que alcanzar ese punto. Ninguno de vosotros será capaz de resistirla una vez que Él se enoje profundamente. Veis, pues, que en este momento Dios sólo es abundantemente misericordioso con todos vosotros, y aún tenéis que ver Su profunda ira. Si hay personas que siguen siendo escépticas, podéis pedir que la ira de Dios venga sobre vosotros, de manera que podáis experimentar si Su enojo y Su carácter, que no tolera ninguna ofensa del hombre, existen o no realmente. ¿Os atrevéis?

Las personas de los últimos días sólo ven la ira de Dios en Sus palabras, y no la experimentan realmente

¿Son dignos de comunicar los dos lados del carácter de Dios que se ven en estos pasajes de la escritura? Tras haber escuchado esta historia, ¿tenéis un entendimiento renovado de Dios? ¿Qué clase de entendimiento tenéis? Se puede decir que, desde el momento de la creación hasta hoy, ningún grupo ha disfrutado tanto de la gracia o la misericordia y la benignidad de Dios como este grupo final. Aunque en la etapa final Él ha realizado la obra de juicio y castigo, y ha llevado a cabo Su obra con majestad e ira, la mayor parte del tiempo Dios sólo usa palabras para hacer Su obra; las usa para enseñar y regar, proveer y alimentar. Entretanto, la ira de Dios siempre se ha mantenido oculta; aparte de experimentar Su carácter iracundo en Sus palabras, muy pocas personas han probado Su enojo en persona. Es decir, aunque la ira revelada en las palabras divinas permite que las personas experimenten la majestad de Dios y Su intolerancia de la ofensa, durante la obra de juicio y castigo de Dios esta ira no va más allá de Sus palabras. Expresado de otro modo, Él usa palabras para reprender, poner en evidencia, juzgar, castigar, e incluso condenar al hombre, pero Dios aún tiene que airarse profundamente con el ser humano; apenas ha desatado Su ira sobre este, sino con Sus palabras. La misericordia y la benignidad de Dios, experimentadas por el hombre en esta era son, por tanto, la revelación de Su verdadero carácter, mientras que Su ira experimentada por el hombre es simplemente el efecto del tono y el sentimiento de Sus declaraciones. Muchas personas consideran erróneamente que este efecto es la experiencia y el conocimiento verdaderos de la ira de Dios. En consecuencia, la mayoría de las personas creen que han visto la misericordia y la benignidad de Dios en Sus palabras, que también han observado Su intolerancia a la ofensa del hombre, y que la mayoría de ellas han llegado incluso a apreciar Su misericordia y Su tolerancia con el hombre. Sin embargo, no importa lo malo que haya sido el comportamiento del hombre ni lo corrupto de su carácter, Dios siempre ha soportado. Y al aguantar, Su objetivo consiste en esperar que las palabras habladas, los esfuerzos realizados y el precio pagado surtan efecto en aquellos a quienes desea ganar. Esperar un desenlace como este requiere tiempo, así como la creación de unos entornos diferentes para el hombre, de la misma forma que las personas no se vuelven adultos tan pronto como nacen; se requieren dieciocho o diecinueve años, y algunos incluso necesitan veinte o treinta años antes de madurar y ser un verdadero adulto. Dios espera que este proceso finalice, que llegue ese tiempo y, con él, este desenlace. A lo largo de Su espera, Dios es abundantemente misericordioso. Sin embargo, mientras dura la obra de Dios, un número muy pequeño de personas son fulminadas, y algunos son castigados por su seria oposición a Dios. Estos ejemplos son una prueba aún mayor del carácter de Dios, que no tolera la ofensa del hombre, y confirma por completo la existencia real de la tolerancia y la paciencia de Dios para con los escogidos. Por supuesto, en estos ejemplos típicos, la revelación de parte del carácter de Dios en estas personas no afecta a Su plan de gestión general. De hecho, en esta etapa final de Su obra, Él ha aguantado durante la espera, y ha intercambiado Su paciencia y Su vida por la salvación de aquellos que le siguen. ¿Lo veis? Dios no altera Su plan sin razón. Puede desatar Su ira, y ser misericordioso también; esta es la revelación de las dos partes principales del carácter de Dios. ¿Está claro, o no? En otras palabras, cuando se trata de Dios, lo correcto y lo erróneo, lo justo y lo injusto, lo positivo y lo negativo, todo se le muestra al hombre con claridad. Lo que hará, lo que le gusta, lo que odia, todo esto puede reflejarse directamente en Su carácter. Esas cosas también pueden verse de forma muy obvia y clara en la obra de Dios, y no son imprecisas ni generales, sino que permiten que todos observen Su carácter y lo que Él tiene y es de una manera especialmente concreta, auténtica y práctica. Este es el verdadero Dios mismo.

El carácter de Dios nunca se le ha escondido al hombre: el corazón del hombre se ha apartado de Dios

Si no comunicara sobre estas cosas, ninguno de vosotros sería capaz de observar el verdadero carácter de Dios en las historias de la Biblia. Esto es real. Se debe a que, aunque estas historias bíblicas registraron algunas de las cosas que Dios hizo, Él sólo habló unas pocas palabras, y no presentó directamente Su carácter ni promulgó abiertamente Su voluntad al hombre. Las generaciones posteriores han considerado esos relatos como meras historias y, por tanto, a las personas les parece que Dios se esconde del hombre, que no es Su persona la que está escondida del ser humano, sino Su carácter y Su voluntad. Después de Mi enseñanza de hoy, ¿seguís sintiendo que Dios está totalmente escondido del hombre? ¿Seguís creyendo que el carácter de Dios está escondido del hombre?

Desde el momento de la creación, el carácter de Dios ha estado en sintonía con Su obra. Nunca se le ha ocultado al hombre, sino que se le ha anunciado de un modo total y claro. No obstante, con el paso del tiempo, el corazón del hombre se ha alejado cada vez más de Dios, y cuanto más profunda ha sido la corrupción del hombre, más lejos han estado él y Dios. De forma lenta pero segura, el ser humano ha desaparecido de los ojos de Dios. Se ha vuelto incapaz de “ver” a Dios, quien le ha dejado sin “noticias” suyas. Por tanto, no sabe si Dios existe, e incluso llega tan lejos como para negar por completo Su existencia. En consecuencia, que no se comprenda el carácter de Dios ni lo que Él tiene y es, no se debe a que Dios esté escondido del hombre, sino a que su corazón se ha apartado de Él. Aunque el hombre cree en Dios, Él no está en su corazón; no sabe cómo amarlo ni quiere hacerlo, porque su corazón nunca se acerca a Dios y siempre lo evita. Como consecuencia, el corazón del hombre está lejos de Dios. ¿Dónde está entonces su corazón? En realidad, el corazón del hombre no ha ido a ninguna parte: en lugar de entregárselo a Dios o revelarlo para que Dios lo vea, lo ha guardado para sí. Esto es así, a pesar de que algunas personas oren a menudo: “Oh Dios, mira mi corazón, Tú sabes todo lo que pienso”, y algunos incluso juran diciendo que Dios los escudriñe, que sean castigados si quebrantan su juramento. Aunque el hombre le permita a Dios que ver el interior de su corazón, esto no significa que el hombre sea capaz de obedecer las orquestaciones y disposiciones de Dios ni que haya dejado su destino, su porvenir y su todo bajo el control de Dios. Por tanto, independientemente de los juramentos que le hagas a Dios o lo que le declares a Él, a los ojos de Dios tu corazón sigue cerrado a Él, porque sólo le permites a Dios observar tu corazón pero no le permites controlarlo. En otras palabras, no le has entregado tu corazón en absoluto, y solo pronuncias palabras agradables para que Él las oiga; entretanto, escondes de Él tus diversas intenciones astutas, junto con tus intrigas, confabulaciones y planes, y te aferras con las manos a tus expectativas y tu destino, profundamente temeroso de que Dios te los quite. Así, Él nunca ve la sinceridad del hombre hacia Él. Aunque Dios observa las profundidades del corazón humano, puede ver lo que el hombre está pensando y desea hacer en su corazón, y qué cosas se mantienen dentro del mismo, este no le pertenece a Dios, y el hombre no lo ha entregado a Su control. Es decir, Dios tiene el derecho de observar, pero no de controlar. En la conciencia subjetiva del hombre, este no quiere ni pretende entregarse a los arreglos de Dios. No solo se ha cerrado a Dios, sino que incluso hay personas que piensan en formas de envolver su corazón, mediante un lenguaje suave y la adulación, para crear una falsa impresión y ganarse la confianza de Dios, ocultando su verdadero rostro de Su vista. Al no permitir que Dios vea, pretenden que no pueda percibir cómo son en realidad. No quieren darle su corazón, sino guardarlo para sí. El trasfondo de esto es que el hombre mismo tiene planeado, calculado y decidido lo que hace y lo que quiere. No requiere la participación ni la intervención de Dios, y mucho menos necesita Sus orquestaciones y disposiciones. Así pues, con respecto a los mandatos divinos, Su comisión, o Sus exigencias para el hombre, las decisiones de este están basadas en sus propios propósitos, intereses, estado y circunstancias del momento. El hombre siempre usa el conocimiento y las percepciones con las que está familiarizado, y su propio intelecto, para juzgar y seleccionar la senda que debería tomar, sin permitir la interferencia ni el control de Dios. Este es el corazón del hombre que Dios ve.

Desde el principio hasta hoy, sólo el hombre ha sido capaz de conversar con Dios. Es decir, entre todas las cosas vivientes y criaturas de Dios, ninguna excepto el ser humano ha sido capaz de hacerlo. El hombre tiene oídos que le permiten oír, y ojos que le permiten ver; tiene lenguaje, sus propias ideas y libre albedrío. Posee todo lo necesario para oír hablar de Dios, entender Su voluntad y aceptar Su comisión, y así Dios confiere todos Sus deseos al hombre, queriendo hacer de él un compañero que piense como Él y pueda andar con Él. Desde que comenzó a gestionar, Dios ha estado esperando que el hombre le dé su corazón, le deje purificarlo y equiparlo, para que lo satisfaga a Él y Él lo ame; para que le venere y se aparte del mal. Dios siempre ha anhelado y esperado este desenlace. ¿Hay personas así entre los relatos de la Biblia? Es decir, ¿hay alguien en la Biblia capaz de dar su corazón a Dios? ¿Hay algún precedente antes de esta era? Hoy, continuemos leyendo los relatos de la Biblia y veamos si lo que hizo este personaje —Job— guarda alguna relación con el tema de “darle tu corazón a Dios” del que estamos hablando hoy. Veamos si Job satisfacía a Dios y era amado por Él.

¿Qué impresión os causa Job? Citando la escritura original, algunos afirman que Job era “temeroso de Dios y apartado del mal”. “Temeroso de Dios y apartado del mal”: esa es la valoración original de Job registrada en la Biblia. ¿Cómo identificaríais a Job con vuestras propias palabras? Para algunos, era un hombre bueno y razonable; otros aseguran que tenía una fe verdadera en Dios; y los hay que opinan que era un hombre justo y humano. Habéis visto la fe de Job, es decir, la atribuís una gran importancia en vuestros corazones y la envidiáis. Veamos, pues, hoy lo que poseía este hombre para que Dios estuviera tan complacido con él. Leamos, a continuación, las siguientes escrituras.

C. Job

1. Valoraciones que Dios y la Biblia hacen de Job

Job 1:1 Hubo un hombre en la tierra de Uz llamado Job; y era aquel hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal.

Job 1:5 Y sucedía que cuando los días del banquete habían pasado, Job enviaba a buscarlos y los santificaba, y levantándose temprano, ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque Job decía: Quizá mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en sus corazones. Así hacía Job siempre.

Job 1:8 Y Jehová dijo a Satanás: ¿Has considerado a Mi siervo Job? No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto, que teme a Dios y se aparta del mal.*

¿Qué idea fundamental veis en estos pasajes? Estas tres breves porciones de la escritura tienen relación con Job. Aunque cortas, declaran con claridad qué tipo de persona era. A través de su descripción del comportamiento y la conducta cotidianos de Job, les indican que, en lugar de carecer de fundamento, la valoración que Dios hace de Job era justificada. Nos señalan que tanto la opinión del hombre sobre Job (Job 1:1) como la de Dios (Job 1:8) son el resultado de los hechos de este delante de Dios y del hombre (Job 1:5).

Primero, leamos el primer pasaje: “Hubo un hombre en la tierra de Uz llamado Job; y era aquel hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. Esta es la primera valoración de Job en la Biblia es esta frase, que es la opinión del autor respecto a él y, naturalmente, también representa la valoración de Job por parte del hombre: “era aquel hombre intachable, recto, temeroso de Dios y apartado del mal”. A continuación, leamos la valoración que Dios hace de Job: “No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto, que teme a Dios y se aparta del mal” (Job 1:8).* De las dos, una procedía del hombre, y la otra se originó en Dios; son dos valoraciones con el mismo contenido. Puede verse, por tanto, que el hombre conocía el comportamiento y la conducta de Job, y también que Dios los elogiaba. En otras palabras, la conducta de Job delante del hombre y de Dios era la misma; ponía su comportamiento y su motivación delante de Dios en todo momento, para que Él pudiera observarlas, y era alguien temeroso de Dios, que se apartaba del mal. Así pues, a los ojos de Dios, sólo Job era perfecto y recto, alguien que temía a Dios y se apartaba del mal entre las personas de la tierra.

Manifestaciones específicas de que Job temía a Dios y se apartaba del mal en su vida cotidiana

Seguidamente, veamos cómo se manifiesta, de manera específica, que Job temía a Dios y se apartaba del mal. Además de los pasajes anteriores y posteriores, leamos también Job 1:5, una de las manifestaciones específicas mencionadas. Guarda relación con su forma de temerle a Dios y de apartarse del mal en su vida cotidiana; de forma destacada, no sólo hacía lo que debía por su propio temor de Dios y para apartarse del mal, sino que ofrecía holocaustos, con regularidad, delante de Dios por causa de sus hijos. Tenía miedo de que estos “hayan pecado y maldecido a Dios en sus corazones” en sus banquetes. ¿Cómo se expresaba este temor en Job? El texto original proporciona el siguiente relato: “Y sucedía que cuando los días del banquete habían pasado, Job enviaba a buscarlos y los santificaba, y levantándose temprano, ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos”. La conducta de Job nos muestra que, en lugar de manifestarse en su comportamiento exterior, su temor de Dios venía desde su corazón, y podía encontrarse en cada aspecto de su vida cotidiana, en todo momento, porque no sólo se apartaba del mal, sino que sacrificaba frecuentemente holocaustos por sus hijos. En otras palabras, Job no solo temía profundamente pecar contra Dios y renunciar a Él en su corazón, sino que también se preocupaba de que sus hijos pudieran pecar contra Dios y renunciaran a Él en sus corazones. A partir de esto podemos ver que la verdad del temor de Job hacia Dios supera el escrutinio, y está más allá de la duda de cualquier hombre. ¿Lo hacía de manera ocasional o con frecuencia? La frase final del texto es: “Así hacía Job siempre”. Estas palabras significan que Job no pasaba ocasionalmente a ver a sus hijos, o cuando le placía ni se confesaba a Dios por medio de la oración. En su lugar, enviaba a sus hijos a ser santificados con regularidad, y sacrificaba holocaustos por ellos. La palabra “siempre” no significa que lo hiciese durante uno o dos días, o por un momento. Está diciendo que la manifestación del temor de Dios por parte de Job no era temporal, y no se detenía en el conocimiento o en palabras habladas, sino que el camino del temor a Dios y apartarse del mal guiaba su corazón, dictaba su comportamiento y era, en su corazón, la raíz de su existencia. Que lo hiciera continuamente muestra que, en su corazón, con frecuencia temía pecar él mismo contra Dios y también que lo hicieran sus hijos. Representa el peso que tenía en su corazón el camino del temor a Dios y apartarse del mal. Lo hacía continuamente porque, en su corazón, estaba aterrorizado y temeroso: temeroso de haber cometido alguna maldad y pecado contra Dios, de haberse desviado de Su camino y, por tanto, no poder satisfacer a Dios. Al mismo tiempo, también se preocupaba de sus hijos, temiendo que hubieran ofendido a Dios. Esa era la conducta normal de Job en su vida cotidiana. Es, precisamente, esta conducta normal la que demuestra que el temor de Job hacia Dios y el apartarse del mal no eran palabras vacías, que él vivía de verdad esa realidad. “Así hacía Job siempre”: Estas palabras nos hablan de los hechos cotidianos de Job delante de Dios. ¿Llegaban hasta Dios su comportamiento y su corazón, al hacer estas cosas de un modo continuado? En otras palabras, ¿se agradaba Dios a menudo de su corazón y su comportamiento? Entonces, ¿en qué estado y en qué contexto hacía Job estas cosas continuamente? Algunas personas dicen que Job actuaba así porque Dios se le aparecía con frecuencia; otros afirman que actuaba así, porque estaba dispuesto a apartarse del mal; y otros que quizá él pensaba que su fortuna no había llegado fácilmente, sabía que Dios se la había concedido, y por tanto estaba profundamente temeroso de perder su propiedad como consecuencia de pecar contra Dios y ofenderle. ¿Son ciertas estas afirmaciones? Desde luego que no. Porque, a los ojos de Dios, lo que Él aceptaba y valoraba más de Job no era tan sólo su proceder continuo, sino su conducta delante de Él, del hombre y de Satanás cuando se le entregó a este para ser tentado. Las secciones siguientes ofrecen la prueba más convincente, que nos muestra la verdad de la valoración que Dios hizo de Job. A continuación, leamos los siguientes pasajes de la escritura.

2. Satanás tienta a Job por primera vez (le roban su ganado y la calamidad cae sobre sus hijos)

A. Las palabras que Dios habló

Job 1:8 Y Jehová dijo a Satanás: ¿Has considerado a Mi siervo Job? No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto, que teme a Dios y se aparta del mal.*

Job 1:12 Y Jehová dijo a Satanás: Mira, todo lo que él posee está en tu poder, solo que no pongas tu mano sobre él. Entonces Satanás salió de la presencia de Jehová.*

B. La respuesta de Satanás

Job 1:9-11 Entonces Satanás respondió a Jehová, y dijo: ¿Teme Job a Dios en vano? ¿No has puesto una cerca alrededor de él, de su casa y de todo lo que tiene por doquier? Has bendecido el trabajo de sus manos y sus propiedades han crecido en la tierra. Pero estira Tu mano ahora, y toca todo lo que tiene, y él te maldecirá de frente.*

Dios le permite a Satanás que tiente a Job para que su fe se perfeccione

Job 1:8 es el primer relato que vemos en la Biblia de un diálogo entre Jehová Dios y Satanás. ¿Y qué dijo Dios? El texto original provee el siguiente relato: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿Has considerado a Mi siervo Job? No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto, que teme a Dios y se aparta del mal”.* Esta fue la valoración que Dios hizo de Job delante de Satanás; lo catalogó como hombre perfecto y recto, que temía a Dios y se apartaba del mal. Antes de estas palabras entre Dios y Satanás, el primero había decidido usar a Satanás para tentar a Job: lo entregaría en manos de Satanás. Por un lado, esto demostraría que la observación y la evaluación que Dios hizo sobre Job eran precisas y sin error, y que provocaría que Satanás fuera avergonzado por medio del testimonio de Job; por otro, perfeccionaría la fe de este en Dios y su temor de Él. Por tanto, cuando Satanás vino delante de Dios, este no fue ambiguo. Fue directamente al grano y le preguntó a Satanás: “¿Has considerado a Mi siervo Job? No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto, que teme a Dios y se aparta del mal”.* La pregunta de Dios conlleva el siguiente significado: Dios sabía que Satanás había deambulado por todas partes y había espiado con frecuencia a Job, Su siervo. Lo había tentado y atacado a menudo, tratando de encontrar una forma de traer la ruina sobre él para demostrar que su fe en Dios y su temor de Él no podrían mantenerse firmes. Satanás también buscó, flagrantemente, oportunidades para destruir a Job, para que renunciara a Dios, y así poder arrebatarlo de Sus manos. Pero Dios miró dentro del corazón de Job y vio que era perfecto y recto, y que le temía y se apartaba del mal. Dios usó una pregunta para decirle a Satanás que Job era un hombre perfecto y recto que le temía y se apartaba del mal, que nunca renunciaría a Él para seguirle. Oyendo la valoración que Dios hacía de Job, se produjo en Satanás un enfurecimiento nacido de la humillación, Satanás se enojó aún más y se impacientó más para arrebatar a Job, porque nunca creyó que alguien pudiera ser perfecto y recto, o que pudiera temer a Dios y apartarse del mal. Al mismo tiempo, Satanás también aborrecía la perfección y la rectitud en el hombre, y odiaba a las personas que podían temer a Dios y apartarse del mal. Así está escrito en Job 1:9-11: “Entonces Satanás respondió a Jehová, y dijo: ¿Teme Job a Dios en vano? ¿No has puesto una cerca alrededor de él, de su casa y de todo lo que tiene por doquier? Has bendecido el trabajo de sus manos y sus propiedades han crecido en la tierra. Pero estira Tu mano ahora, y toca todo lo que tiene, y él te maldecirá de frente”.* Dios estaba íntimamente familiarizado con la naturaleza maliciosa de Satanás, y sabía muy bien que desde hacía mucho este había planeado traer la ruina sobre Job, y por tanto Dios deseaba decirle una vez más a Satanás que Job era perfecto y recto, que temía a Dios y que se había apartado del mal, y con ello obligarlo a revelar su verdadero rostro y que atacara y tentara a Job. En otras palabras, Dios deliberadamente enfatizó que Job era perfecto y recto, que temía a Dios y que se había apartado del mal, provocando con ello que Satanás atacara a Job por el odio y la ira que sentía de que este fuera un hombre perfecto y recto, uno que temía a Dios y que se había apartado del mal. Como consecuencia, Dios traería vergüenza sobre Satanás por medio del hecho de que Job era un hombre perfecto y recto, uno que temía a Dios y que se había apartado del mal, y Satanás quedaría totalmente humillado y derrotado. Después de esto, Satanás ya no dudaría más ni haría más acusaciones respecto a Job en cuanto a su perfección, justicia, temor de Dios o alejamiento del mal. De esta forma, la prueba de Dios y la tentación de Satanás eran casi inevitables. El único capaz de resistirlas era Job. Tras el diálogo, Satanás consiguió el permiso para tentar a Job. Así comenzó su primera ronda de ataques. El objetivo de los mismos fueron las propiedades de Job, porque Satanás hizo la siguiente acusación contra él: “¿Teme Job a Dios en vano? […] Has bendecido el trabajo de sus manos y sus propiedades han crecido en la tierra”.* Por tanto, Dios le permitió a Satanás que tomara todos los bienes de Job: propósito de la conversación entre Dios y Satanás. Sin embargo, Dios le exigió una cosa a Satanás: “Todo lo que él posee está en tu poder, solo que no pongas tu mano sobre él” (Job 1:12).* Esta fue la condición de Dios tras permitirle a Satanás tentar a Job y dejar a este en sus manos. Fue el límite establecido: le ordenó no hacerle daño a Job. Dios reconoció que este era perfecto y recto, y como tenía fe en que su perfección y rectitud estuvieran fuera de toda duda, y en que pudiera resistir la prueba. Así pues, permitió la tentación de Satanás, pero le impuso una restricción: podía tomar todas las propiedades de Job, pero no podía ponerle un dedo encima. ¿Qué quiere decir esto? Significa que Dios no entregó a Job del todo en manos de Satanás en ese momento. Este podía tentarlo con los medios que quisiese, pero no podía hacerle daño, ni siquiera a un pelo de su cabeza, porque Dios controla la totalidad del hombre y porque decide si este vive o muere. Satanás no tiene esta licencia. Después de que le dirigiera estas palabras a Satanás, este se sentía impaciente por empezar. Usó todos los medios para tentar a Job, y este no tardó en perder abundantes ovejas y bueyes, así como todas las propiedades que Dios le había dado… De este modo llegaron a él las pruebas de Dios.

Aunque la Biblia nos habla de los orígenes de la tentación de Job, ¿era Job, el objeto de las mismas, consciente de lo que estaba aconteciendo? Sólo era un hombre mortal; por supuesto, no sabía nada de la historia que se desarrollaba a su alrededor. Sin embargo, su temor de Dios, su perfección y su rectitud, hicieron que tomara consciencia de que las pruebas de Dios habían venido sobre él. Desconocía lo que sucedió en el reino espiritual y cuáles eran los propósitos de Dios subyacentes a estas. No obstante, sabía que independientemente de lo que le ocurriese, debía mantenerse en su perfección y su rectitud, permanecer en el camino del temor a Dios y apartarse del mal. Dios observó claramente la actitud y la reacción de Job ante estos asuntos. ¿Y qué vio? Vio el corazón de Job, que le temía, porque desde el principio hasta que fue probado, su corazón permaneció abierto a Dios, expuesto delante de Él, y Job no renunció a su perfección o rectitud ni desechó, ni se alejó del camino del temor a Dios ni de apartarse del mal; nada era más gratificante para Dios que esto. Seguidamente, vamos a ver las tentaciones por las que pasó Job y cómo trató estas pruebas. Leamos las escrituras.

C. La reacción de Job

Job 1:20-21 Entonces Job se levantó y rasgó su ropa; se afeitó la cabeza y cayó al suelo en adoración diciendo: Salí desnudo del vientre de mi madre y desnudo regresaré a él; Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová.*

Que Job se responsabilice de devolver todo lo que posee surge de su temor de Dios

Después de que Dios dijera a Satanás: “Todo lo que él posee está en tu poder, solo que no pongas tu mano sobre él”,* este partió, y pronto se sucedieron ataques repentinos y feroces contra Job: primero, le robaron sus bueyes y asnos y mataron a algunos de sus siervos; después, sus ovejas y algunos siervos más se consumieron en el fuego; a continuación, le robaron sus camellos y mataron a aún más siervos; finalmente le quitaron la vida a sus hijos e hijas. Esta cadena de ataques fue el tormento sufrido por Job durante la primera tentación. Tal como Dios ordenó, durante estos ataques Satanás sólo eligió como objetivos la propiedad de Job y sus hijos y no dañó a Job mismo. Sin embargo, en un instante, Job pasó de ser un hombre poseedor de grandes riquezas a alguien que no tenía nada. Nadie podría haber resistido este asombroso golpe por sorpresa ni haber reaccionado adecuadamente frente al mismo, pero Job demostró su lado extraordinario. Las Escrituras proveen el siguiente relato: “Entonces Job se levantó y rasgó su ropa; se afeitó la cabeza y cayó al suelo en adoración”.* Esta fue la primera reacción de Job tras oír que había perdido a sus hijos y todas sus propiedades. Sobre todo, no pareció sorprendido ni asustado, mucho menos expresó ira u odio. Ves, por tanto, que en su corazón ya había reconocido que estos desastres no eran un accidente ni habían surgido de la mano del hombre, ni mucho menos eran la llegada de la retribución o el castigo. En su lugar, las pruebas de Jehová habían caído sobre él; era Jehová quien quería tomar sus propiedades y sus hijos. Job estaba muy tranquilo y lúcido entonces. Su humanidad perfecta y recta le permitió, de forma racional y natural, emitir juicios y tomar decisiones precisos sobre los desastres que le habían sucedido y, en consecuencia, se comportó con una calma inusual: “Entonces Job se levantó y rasgó su ropa; se afeitó la cabeza y cayó al suelo en adoración”.* “Rasgó su manto” significa que estaba desnudo y no tenía nada; “se rasuró la cabeza” significa que había vuelto delante de Dios como un bebé recién nacido; “postrándose en tierra, adoró” significa que había venido al mundo desnudo, y todavía sin nada hoy, había regresado a Dios como un recién nacido. Ninguna criatura de Dios habría podido lograr la actitud de Job frente a todo lo que le había sucedido. Su fe en Jehová fue más allá del ámbito de la creencia; era su temor de Dios, su obediencia a Él, y no solo fue capaz de dar gracias a Dios por darle cosas, sino también por quitárselas. Además, fue capaz de responsabilizarse de devolver todo lo que poseía a Dios, incluida su vida.

El temor que Job tenía de Dios y su obediencia a Él son un ejemplo para la humanidad, y su perfección y rectitud fueron la cúspide de la humanidad que el hombre debía poseer. Aunque no vio a Dios, se dio cuenta de que Él existía realmente y como resultado de esta comprensión temió a Dios, y debido a su temor de Dios fue capaz de obedecerlo. Dio rienda suelta a Dios para que tomase todo lo que tenía, sin quejarse, y se postró delante de Él y le dijo que, incluso si Dios tomaba su carne en ese mismo momento, él le permitiría hacerlo con alegría, sin quejarse. Toda su conducta se debió a su humanidad perfecta y recta. Es decir, como consecuencia de su inocencia, honestidad y bondad Job fue firme en su comprensión y experiencia de la existencia de Dios, y sobre este fundamento se impuso exigencias y estandarizó su pensamiento, comportamiento, conducta y principios de acción delante de Dios, según Él lo dirigiera y de acuerdo con Sus hechos, que él había visto entre todas las cosas. Con el tiempo, sus experiencias provocaron en él un temor auténtico y real de Dios y le hicieron apartarse del mal. Esta era la fuente de la integridad a la que Job se aferraba con firmeza. Job era poseedor de una humanidad sincera, inocente y amable, y tenía una experiencia real de temer a Dios, obedecerlo y de apartarse del mal, así como el conocimiento de que “Jehová dio y Jehová quitó”. Solo por estas cosas fue capaz de mantenerse firme en su testimonio en medio de los ataques tan despiadados de Satanás; solo por ellas fue capaz de no decepcionar a Dios y darle una respuesta satisfactoria cuando Sus pruebas cayeron sobre él. Aunque la conducta de Job durante la primera tentación fue muy franca, las generaciones posteriores no tenían asegurado lograr esa franqueza ni siquiera después de una vida de esfuerzos, ni poseerían necesariamente la conducta de Job descrita arriba. Hoy, frente a la conducta franca de Job, y comparándola con los clamores y la determinación de “obediencia absoluta y lealtad hasta la muerte” que muestran a Dios quienes afirman creer en Él y lo siguen, ¿os sentís profundamente avergonzados o no?

Cuando lees en las escrituras todo lo que Job y su familia sufrieron, ¿cuál es tu reacción? ¿Te pierdes en tus pensamientos? ¿Estás sorprendido? ¿Podrían definirse como “horrendas” las pruebas que le sucedieron a Job? En otras palabras, es suficientemente espantoso leer acerca las pruebas de Job descritas en las escrituras, por no mencionar cómo habrían sido en la vida real. Ves, pues, que lo que le sucedió a Job no fue un “simulacro”, sino una “batalla” real, con “pistolas” y “balas” reales. Pero ¿por mano de quién fue sometido a estas pruebas? Por supuesto, eran la obra de Satanás y él las hizo con sus propias manos. A pesar de esto, estas cosas fueron autorizadas por Dios. ¿Le dijo Dios a Satanás por qué medios tentar a Job? No. Dios simplemente puso una condición por la cual Satanás debe regirse y entonces la tentación cayó sobre Job. Cuando la tentación cayó sobre Job, esto les dio a las personas un sentido de la maldad y fealdad de Satanás, de su malicia y su aborrecimiento del hombre y de su enemistad con Dios. En esto vemos que las palabras no pueden describir cuán cruel fue esta tentación. Puede decirse que la naturaleza maliciosa con la que Satanás maltrató al hombre, y su feo rostro, se revelaron por completo en este momento. Satanás aprovechó esta oportunidad, la oportunidad provista con el permiso de Dios, para someter a Job a un maltrato febril y despiadado, cuyo método y nivel de crueldad son tanto inimaginables como completamente intolerables para las personas de hoy. En lugar de decir que Job fue tentado por Satanás, y que se mantuvo firme en el testimonio durante esta tentación, es mejor decir que en las pruebas establecidas por Dios para él, Job se embarcó en una lucha contra Satanás para proteger su perfección y rectitud y defender el camino de temer a Dios y apartarse del mal. En esta lucha Job perdió una montaña de ovejas y ganado, todas sus propiedades, sus hijos e hijas. Sin embargo, no abandonó su perfección, su rectitud ni temor de Dios. Dicho de otro modo, en esta lucha contra Satanás, Job prefirió verse privado de sus propiedades y de sus hijos antes que perder su perfección, rectitud y temor de Dios. Prefirió aferrarse a la raíz de lo que significa ser un hombre. Las Escrituras proveen un relato conciso de todo el proceso por el cual Job perdió sus bienes y también registran la conducta y actitud de Job. Estos relatos concisos y breves dan la sensación de que Job estaba casi relajado cuando afrontó esta tentación; pero si se tuviese que recrear lo que ocurrió en realidad, considerando también el hecho de la naturaleza maliciosa de Satanás, entonces las cosas no serían tan simples o fáciles como se describen en estas frases. La realidad fue mucho más cruel. Ese es el nivel de devastación y odio con el que Satanás trata a la humanidad y a todos los que son aprobados por Dios. Si Él no le hubiera ordenado que no le hiciera daño a Job, sin duda Satanás lo habría matado sin el menor reparo. Satanás no quiere que nadie adore a Dios ni que quienes son justos a Sus ojos y quienes son perfectos y rectos puedan seguir temiendo a Dios y apartándose del mal. Que las personas teman a Dios y se aparten del mal significa que evitan y abandonan a Satanás, por lo que él se aprovechó del permiso de Dios para acumular sin misericordia toda su rabia y su odio sobre Job. Ves, pues, cuán grande fue el tormento sufrido por Job, desde la mente hasta la carne, desde fuera hacia dentro. Hoy no vemos cómo fue en aquel momento, y de los relatos de la Biblia solo podemos obtener un breve vistazo de las emociones de Job cuando se vio sometido al tormento en esa época.

La sólida integridad de Job avergüenza a Satanás y hace que huya presa del pánico

¿Y qué hizo Dios cuando Job fue sometido a este tormento? Observó, vio y esperó el desenlace. ¿Cómo se sentía mientras observaba y miraba? Apesadumbrado, por supuesto. Pero, ¿es posible que Dios pudiese haberse arrepentido de permitirle a Satanás que tentara a Job solo por la pena que Él sintió? La respuesta es: No, Él no hubiera podido sentir esa pena. Y es que Él creía firmemente que Job era perfecto y recto, que temía a Dios y se apartaba del mal. Dios sencillamente le había dado a Satanás la oportunidad de verificar la justicia de Job delante de Él y de revelar su propia maldad y bajeza. Además, fue una oportunidad para que Job diese testimonio, delante de las personas del mundo, de Satanás e incluso delante de todos los que siguen a Dios, de su justicia, de su temor de Dios y de que se apartaba del mal. ¿Demostró el desenlace final que la valoración que Dios había hecho de Job fue correcta y sin error? ¿Venció realmente Job a Satanás? Aquí leemos las palabras arquetípicas habladas por Job, palabras que demuestran que lo había vencido. Él declaró: “Salí desnudo del vientre de mi madre y desnudo regresaré a él”.* Esta es la actitud de obediencia de Job a Dios. Afirmó: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová”.* Estas palabras pronunciadas por Job demuestran que Dios observa las profundidades del corazón del hombre, que Él puede mirar dentro de la mente del hombre, y prueban que Su aprobación de Job es inequívoca, que este hombre aprobado por Dios era justo. “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová”.* Estas palabras son el testimonio de Dios por parte de Job. Fueron estas palabras comunes las que acobardaron a Satanás, las que lo avergonzaron y provocaron que huyera presa del pánico; además, lo encadenaron y dejaron sin recursos. Estas palabras también hicieron que Satanás sintiese lo maravilloso y poderoso de los hechos de Jehová Dios, y le permitieron percibir el extraordinario carisma de alguien cuyo corazón estaba gobernado por el camino de Dios. Aún más, esas palabras le demostraron a Satanás la poderosa vitalidad que muestra un hombre pequeño e insignificante al adherirse al camino de temer a Dios y apartarse del mal. Satanás salió así derrotado de la primera lucha. A pesar de haber “aprendido de ello”, Satanás no tenía intención de dejar ir a Job ni se produjo cambio alguno en su naturaleza maliciosa. Satanás trató de seguir atacándole, y se presentó delante de Dios una vez más…

Seguidamente, leamos las escrituras de la segunda vez que Job fue tentado.

3. Satanás tienta a Job una vez más (aparecen llagas por todo su cuerpo)

A. Las palabras que Dios pronunció

Job 2:3 Y Jehová dijo a Satanás: ¿Has considerado a Mi siervo Job? No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto, que teme a Dios y se aparta del mal. Y aún mantiene su integridad, a pesar de que has tratado de ponerme contra él, de destruirlo sin ninguna razón.*

Job 2:6 Y Jehová le dijo a Satanás: Mira, él está en tu mano, pero salva su vida.*

B. Las palabras que pronunció Satanás

Job 2:4-5 Y Satanás respondió a Jehová, y dijo: Piel por piel, sí, el hombre dará todo lo que tiene a cambio de su vida. Pero estira Tu mano ahora y toca sus huesos y su carne y te maldecirá de frente.*

C. Cómo lidia Job con la prueba

Job 2:9-10 Entonces su mujer le dijo: ¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete. Pero él le dijo: Como habla cualquier mujer necia, has hablado. ¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal? En todo esto Job no pecó con sus labios.

Job 3:3 Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo: “Un varón ha sido concebido”.

El amor de Job por el camino de Dios supera todo lo demás

Las Escrituras documentan las palabras intercambiadas entre Dios y Satanás como sigue: “Y Jehová dijo a Satanás: ¿Has considerado a Mi siervo Job? No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto, que teme a Dios y se aparta del mal. Y aún mantiene su integridad, a pesar de que has tratado de ponerme contra él, de destruirlo sin ninguna razón” (Job 2:3).* En este diálogo, Dios repite la misma pregunta a Satanás. Es una pregunta que nos muestra la valoración positiva que Él hace de lo demostrado y vivido por Job durante la primera prueba, que no difiere de la que hizo antes de que pasara por la tentación de Satanás. Es decir, antes de que la tentación cayese sobre él, era perfecto a los ojos de Dios, y por eso Él lo protegía junto a su familia, y lo bendecía; Dios opinaba que era digno de ser bendecido. Después de la tentación, Job no pecó con sus labios por haber perdido sus propiedades y a sus hijos, sino que continuó alabando el nombre de Jehová. Su real conducta hizo que Dios le aplaudiese, y por eso Dios le dio la máxima calificación. Y es que, para Job, sus hijos o sus bienes no fueron suficientes para que él renunciase a Dios. En otras palabras, el lugar que Él ocupaba en su corazón no podían reemplazarlo sus hijos ni propiedad alguna. Durante la primera tentación de Job, le demostró a Dios que su amor por Él y por el camino del temor a Él y apartarse del mal superaba todo lo demás. Esta prueba no hizo más que proporcionarle a Job la experiencia de recibir una recompensa de Jehová Dios y de que Él le quitase sus propiedades y sus hijos.

Para Job, fue una experiencia real que limpió su alma; un bautismo de vida que completó su existencia y, además, un banquete suntuoso que puso a prueba su obediencia a Dios y su temor de Él. Esta tentación transformó la posición de Job, dejó de ser un hombre rico para convertirse en alguien que no tiene nada, y también le permitió experimentar el maltrato al que Satanás somete a la humanidad. Su miseria no provocó que aborreciese a este, sino que vio su fealdad y lo despreciable que era en sus actos viles, así como su enemistad con Dios y su rebelión contra Él. Esto lo alentó más a mantenerse siempre firme en el camino de temer a Dios y apartarse del mal. Juró que nunca abandonaría a Dios ni se volvería de Su camino por factores externos como la propiedad, los hijos o los familiares, y que no sería nunca un esclavo de Satanás, de las propiedades ni de persona alguna; aparte de Jehová Dios, nadie podía ser su Señor, o su Dios. Esas eran las aspiraciones de Job. Por otro lado, Job también había adquirido algo de esta tencación: había obtenido grandes riquezas en medio de las pruebas que Dios le puso.

Durante la vida de Job, a lo largo de varias décadas anteriores, había observado los hechos de Jehová y obtenido Sus bendiciones, que le hacían sentirse enormemente incómodo y endeudado. Creía no haber hecho nada por Dios, y sin embargo le habían legado grandes bendiciones y había disfrutado de mucha gracia. Por esta razón, oraba con frecuencia en su corazón, esperando ser capaz de corresponderle a Dios, de tener la oportunidad de dar testimonio de Sus hechos y grandeza, de que Dios pusiera a prueba su obediencia y, además, de que su fe pudiera purificarse, hasta que ambas cosas obtuviesen la aprobación de Dios. Entonces, cuando la prueba cayó sobre Job, creyó que Dios había oído sus oraciones. Job valoró esta oportunidad más que cualquier otra cosa, y por eso no se atrevió a tratarla con ligereza, porque se podría materializar el mayor deseo de toda su vida. La llegada de esta oportunidad significaba que su obediencia y su temor de Dios podían ponerse a prueba, y ser purificados. Además, significaba que Job tenía la oportunidad de obtener la aprobación de Dios, y acercarse más a Él. Durante la prueba, esa fe y esa búsqueda le permitieron ser más perfecto, y obtener un entendimiento mayor de Su voluntad. Job también se volvió más agradecido por las bendiciones y las gracias divinas, derramó una mayor alabanza sobre los hechos de Dios en su corazón, era más temeroso y reverente de Él, y anhelaba más Su encanto, Su grandeza, y Su santidad. En este momento, aunque a los ojos de Dios Job seguía siendo alguien que le temía y se apartaba del mal, en relación a sus experiencias, su fe y su conocimiento habían avanzado a pasos de gigante: su fe había aumentado, su obediencia se había afianzado, y su temor de Dios se había vuelto más profundo. Aunque esta prueba transformó el espíritu y la vida de Job, la transformación no satisfizo a Job ni hizo más lento su progreso. Al mismo tiempo que calculaba lo que había ganado con esta prueba, y consideraba sus propias deficiencias, oró tranquilamente, esperando la llegada de la prueba siguiente, porque anhelaba que su fe, su obediencia y su temor de Dios se elevaran durante la siguiente prueba de Dios.

Dios observa los pensamientos más internos del hombre y todo lo que este dice y hace. Los pensamientos de Job llegaron a oídos de Jehová Dios, y Él escuchó sus oraciones, y de esta forma la siguiente prueba de Dios llegó como se esperaba.

En medio del sufrimiento extremo, Job se da cuenta realmente del cuidado de Dios por la humanidad

Después de las preguntas de Jehová Dios a Satanás, este estaba secretamente feliz. Sabía que tendría permiso una vez más para atacar al hombre perfecto a los ojos de Dios, y esto era una oportunidad rara para Satanás. Quería usarla para socavar por completo la convicción de Job, para hacerle perder la fe en Dios y que no le temiese más ni bendijese el nombre de Jehová. Esto le proporcionaría una oportunidad a Satanás: cualquiera que fuera el lugar o el momento, sería capaz de hacer de Job un juguete bajo su mando. Satanás escondía sus intenciones malvadas sin dejar huella, pero no podía mantener su naturaleza maligna bajo control. Esta verdad se entrevé en su respuesta a las palabras de Jehová Dios, tal como lo registran las escrituras: “Y Satanás respondió a Jehová, y dijo: Piel por piel, sí, el hombre dará todo lo que tiene a cambio de su vida. Pero estira Tu mano ahora y toca sus huesos y su carne y te maldecirá de frente” (Job 2:4-5).* Las personas no pudieron evitar adquirir un conocimiento y un sentido esenciales de la malicia de Satanás a partir de este diálogo entre Dios y Satanás. Habiendo oído estas falacias de Satanás, todos aquellos que aman la verdad y detestan el mal aborrecerán indudablemente más su bajeza y su desfachatez, se sentirán horrorizados y asqueados por sus falacias y, al mismo tiempo, ofrecerán oraciones profundas y deseos sinceros por Job, pidiendo que este hombre de rectitud logre la perfección, deseando que este hombre que teme a Dios y se aparta del mal venza para siempre las tentaciones de Satanás, viva en la luz y en medio de la dirección y las bendiciones de Dios; estas personas desearán, asimismo, que los hechos justos de Job puedan impulsar y alentar a quienes buscan el camino de temer a Dios y apartarse del mal. Aunque el propósito malicioso de Satanás puede verse en su proclamación, Dios aprobó serenamente la “petición” de Satanás, pero también puso una condición: “Él está en tu mano, pero salva su vida” (Job 2:6).* Como esta vez Satanás había pedido extender su mano y lastimar la carne y los huesos de Job, Dios dijo: “pero salva su vida”. Estas palabras significan que Él entregó la carne de Job a Satanás, pero la vida de Job era de Dios para mantenerla. Satanás no podía tomar la vida de Job, pero aparte de esto podía emplear cualquier medio o método contra él.

Después de obtener el permiso de Dios, Satanás corrió a Job y extendió su mano para afligir su piel, provocándole llagas por todo su cuerpo, y Job sintió dolor en su piel. Este alabó las maravillas y la santidad de Jehová Dios, lo que hizo que Satanás fuera aún más flagrante en su osadía. Como había sentido el gozo de herir al hombre, extendió su mano y hurgó en la carne de Job, provocando que sus llagas supurasen. Job sintió inmediatamente un dolor y un tormento sin igual en su carne, y no pudo evitar masajearse de la cabeza a los pies con sus manos, como si aliviara así el golpe que este dolor de la carne le había asestado a su espíritu. Se dio cuenta de que Dios estaba a su lado viéndolo, e hizo lo que pudo para armarse de valor. Se arrodilló una vez más, y dijo: “Tú miras dentro del corazón del hombre. Tú observas su desgracia; ¿por qué te preocupa su debilidad? Alabado sea el nombre de Jehová Dios”. Satanás vio el dolor insufrible de Job, pero no le vio renegar del nombre de Jehová Dios. Así que extendió apresuradamente su mano para afligir los huesos de Job, desesperado por desgarrarlo miembro a miembro. En un instante, Job sintió un tormento sin precedentes; era como si su carne se hubiera separado de los huesos, como si estos fueran destrozados trozo a trozo. Este tormento agónico le hizo pensar que sería mejor morir… Su capacidad de soportar este dolor había alcanzado su límite… Quería gritar, desgarrar la piel de su cuerpo para disminuir el dolor, pero retuvo sus gritos, y no desgarró la piel de su cuerpo, porque no quería que Satanás viese su debilidad. Así que Job se arrodilló una vez más, pero esta vez no sintió la presencia de Jehová Dios. Sabía que Jehová Dios estaba frecuentemente delante, detrás y a cada lado de él. Pero durante su dolor, Dios nunca había mirado; cubría Su rostro y se escondía, porque el sentido de Su creación del hombre no era traerle sufrimiento. En ese momento, Job lloraba y hacía todo lo posible por soportar esta agonía física, pero no podía evitar dar gracias a Dios: “El hombre cae al primer golpe, es débil y está indefenso, es joven e ignorante; ¿por qué ibas a desear preocuparte tanto y ser tan tierno con él? Me hieres, pero te duele hacerlo. ¿Qué hay en el hombre que sea digno de Tu cuidado y Tu preocupación?”. Las oraciones de Job llegaron a los oídos de Dios, y Él se mantuvo en silencio, mirando sin decir nada… Tras haber intentado todas las tretas posibles, sin éxito, Satanás se marchó tranquilamente, pero esto no puso fin a las pruebas que Dios le impuso a Job. Como el poder divino revelado en Job no se había hecho público, la historia de este no acabó con la retirada de Satanás. Conforme otros personajes hacían su entrada, quedaban más escenas espectaculares por llegar.

Otra manifestación del temor de Job hacia Dios y de apartarse del mal es su ensalzamiento del nombre de Dios en todas las cosas

Job había sufrido los estragos de Satanás, pero aun así no renegó del nombre de Jehová Dios. Su esposa fue la primera en salir a escena y desempeñar el papel de Satanás en una forma que es visible a los ojos del hombre, atacó a Job. El texto original lo describe así: “Entonces su mujer le dijo: ¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete” (Job 2:9). Estas fueron las palabras habladas por Satanás disfrazado de ser humano. Eran un ataque y una acusación, así como una instigación, una tentación, y una difamación. Habiendo fracasado en el ataque a la carne de Job, Satanás atacó directamente su integridad, con el deseo de usarlo para que la abandonase, renunciase a Dios, y dejase de vivir. Satanás también quiso usar esas palabras para tentar a Job: si este renegaba del nombre de Jehová, no tendría que soportar más aquel tormento; podría liberarse de la tortura de la carne. Frente al consejo de su esposa, Job la reprendió diciendo: “Como habla cualquier mujer necia, has hablado. ¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal? En todo esto Job no pecó con sus labios” (Job 2:10). Job conocía estas palabras desde hacía mucho, pero, en este momento se demostraba que su conocimiento era verdadero.

Cuando su esposa le aconsejó maldecir a Dios y morir, lo que quiso decir fue: “Tu Dios te trata así, ¿por qué no lo maldices? ¿Qué haces viviendo aún? Tu Dios es muy injusto contigo, pero sigues diciendo ‘bendito sea el nombre de Jehová’. ¿Cómo puede traer el desastre sobre ti cuando tú bendices Su nombre? Apresúrate y reniega del nombre de Dios, y no le sigas más. De esta forma acabarán tus problemas”. En este momento, se produjo el testimonio que Dios deseaba ver en Job. Ninguna persona ordinaria podía dar ese testimonio ni leemos algo así en ninguna de las historias de la Biblia; pero Dios lo había visto mucho antes de que Job pronunciara estas palabras. Dios deseaba, simplemente, usar esta oportunidad para permitirle a Job que les demostrara a todos que Él estaba en lo cierto. Ante el consejo de su esposa, Job no sólo no abandonó su integridad ni renunció a Dios, sino que también le dijo a su mujer: “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?”. ¿Tienen mucho peso estas palabras? Aquí, sólo hay un hecho capaz de demostrar el peso de las mismas. Es su aprobación en el corazón de Dios, que Él las deseara, que eran lo que Él quería oír, y el desenlace que Él anhelaba ver; estas palabras son también la esencia del testimonio de Job. En esto se demostraban su perfección, su rectitud, su temor de Dios, y que se apartaba del mal. Lo valioso de Job residía en que siguió pronunciando esas palabras aun siendo tentado, y cuando todo su cuerpo estuvo cubierto de llagas, cuando soportó el mayor tormento, y cuando su esposa y familiares le aconsejaron. Dicho de otro modo, él creía en su corazón que, independientemente de las tentaciones, o de lo dolorosas que fueran las tribulaciones o el tormento, aunque la muerte tuviera que venir sobre él, no renunciaría a Dios ni rechazaría el camino de temer a Dios y apartarse del mal. Ves, pues, que Dios ocupaba el lugar más importante en su corazón, y que en este sólo estaba Él. Por esto leemos en las Escrituras descripciones suyas como: “En todo esto Job no pecó con sus labios”. No sólo no pecó con sus labios, sino que en su corazón no se quejó de Dios. No pronunció palabras hirientes de Dios ni tampoco pecó contra Dios. No sólo su boca bendijo el nombre de Dios, sino que también lo hizo en su corazón; su boca y su corazón eran uno. Este fue el verdadero Job que Dios veía, y por esta razón lo valoró.

Las muchas malinterpretaciones de las personas sobre Job

Las dificultades sufridas por Job no fueron obra de mensajeros enviados por Dios ni las provocó Su propia mano, sino que fue Satanás, el enemigo de Dios, quien las causó personalmente. En consecuencia, fueron de un nivel profundo. Sin embargo, Job demostró en ese momento y sin reservas, el conocimiento cotidiano de Dios que había en su corazón, los principios de sus acciones de cada día, y su actitud hacia Dios, esta es la verdad. Si Job no hubiera sido tentado, si Dios no le hubiera puesto pruebas, cuando él dijo: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová”,* dirías que era un hipócrita; Dios le había dado muchos bienes, y por supuesto que bendecía el nombre de Jehová. Si antes de verse sometido a las pruebas Job hubiera dicho: “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?”, dirías que estaba exagerando, y que no renegaría del nombre de Dios ya que Su mano lo bendecía con frecuencia. Se diría que si Dios hubiera traído el desastre sobre él, sin duda habría renegado de Su nombre. Sin embargo, cuando se vio en circunstancias que nadie desea ni quiere ver, ni que le sobrevengan, que las personas temerían sufrir, circunstancias que ni siquiera Dios soportaría ver, Job seguía siendo capaz de aferrarse a su integridad: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová”,* y “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?”. Frente a la conducta de Job en ese tiempo, todos aquellos a quienes les gusta proferir palabras altisonantes, así como letras y doctrinas, se quedan sin habla. La integridad a la que Job se aferró condena a quienes solo ensalzan el nombre de Dios en su discurso, pero nunca han aceptado Sus pruebas, y su testimonio juzga a los que nunca han creído que el hombre fuera capaz de aferrarse firmemente al camino de Dios. Ante su comportamiento durante estas pruebas y las palabras que pronunció, algunos se sentirán confusos; otros, envidiosos; otros tendrán dudas y otros incluso parecerán poco interesados y fruncirán el ceño ante el testimonio de Job, porque no solo ven el tormento que cayó sobre Job durante las pruebas y leen las palabras que habló, sino que ven también que traiciona la “debilidad” humana cuando las pruebas caen sobre él. Consideran que esta “debilidad” es la supuesta imperfección en la perfección de Job, la mancha en un hombre perfecto a los ojos de Dios. Es decir, se cree que quienes son perfectos son intachables, sin mácula o mancha, que no tienen debilidades ni conocimiento del dolor, que nunca se sienten infelices ni desalentados, que no sienten odio ni tienen un comportamiento exterior extremo; como consecuencia, la gran mayoría de las personas no creen que Job fuera verdaderamente perfecto. No aprueban gran parte de su comportamiento durante sus pruebas. Por ejemplo, cuando Job perdió sus propiedades y a sus hijos, no rompió a llorar, como se podría imaginar. Su “falta de decoro” induce a pensar que era frío, porque no lloraba por su familia ni la amaba. Esta es la mala impresión inicial que la gente tiene de Job. Consideran que, después de aquello, su comportamiento fue incluso más desconcertante: algunos han interpretado “rasgó su manto” como una falta de respeto a Dios, y creen erróneamente que “se rasuró la cabeza” significa blasfemia y oposición a Dios por parte de Job. Aparte de sus palabras “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová”,* las personas no disciernen en Job la justicia que Dios elogió, y por tanto, la valoración que la mayoría hace de él no es más que incomprensión, malinterpretación, duda, condenación y aprobación tan solo en la teoría. Ninguno es capaz de entender de verdad ni apreciar las palabras de Jehová Dios respecto a que Job era un hombre perfecto y recto, que temía a Dios y se apartaba del mal.

En base a su impresión sobre Job vista anteriormente, las personas tienen más dudas sobre su justicia, porque sus acciones y su conducta registradas en las escrituras no fueron tan trascendentalmente conmovedoras como ellas habrían imaginado. No solo no llevó a cabo hecho grandioso alguno, sino que también tomó un tiesto para rascarse mientras estaba sentado entre las cenizas. Este acto también asombra a las personas y las hace dudar —y hasta negar— la justicia de Job, porque mientras se rascaba no oraba a Dios ni le hacía promesas; además, tampoco se le vio derramar lágrimas de dolor. En este momento, las personas solo ven las debilidades de Job y nada más, y así, incluso cuando le oyen decir: “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?”, no se conmueven en absoluto, están indecisas y son incapaces de discernir la justicia de Job a partir de sus palabras. La impresión básica que Job causa en las personas durante el tormento de sus pruebas es que no era rastrero ni arrogante. La gente no ve la historia detrás de su comportamiento, que se desarrollaba en las profundidades de su corazón ni tampoco el temor de Dios que había en este, ni su observancia del principio del camino de apartarse del mal. Su ecuanimidad hace que las personas piensen que su perfección y rectitud no eran sino palabras vacías, que su temor de Dios era simplemente un rumor; entretanto, la “debilidad” que reveló externamente deja una profunda impresión en ellas, dándoles una “nueva perspectiva” y hasta un “nuevo entendimiento” del hombre que Dios define como perfecto y recto. Esa “nueva perspectiva” y ese “nuevo entendimiento” se demostraron cuando Job abrió su boca y maldijo el día en que nació.

Aunque el nivel de tormento que sufrió es inimaginable e incomprensible para cualquier hombre, Job no pronunció palabras de herejía, sino que tan solo alivió el dolor de su cuerpo por sus propios medios. Como se registra en las Escrituras, él dijo: “Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo: ‘Un varón ha sido concebido’” (Job 3:3). Es posible que estas palabras no le hayan parecido importantes a nadie, o tal vez haya quien sí les ha prestado atención. En vuestra opinión, ¿significan que Job se opuso a Dios? ¿Son una queja contra Él? Sé que muchos de vosotros tenéis ciertas ideas respecto a estas palabras que Job pronunció y creéis que si era perfecto y recto no debería haber mostrado debilidad o pesar algunos, y que más bien debería haber afrontado con positividad cualquier ataque de Satanás, e incluso haber sonreído frente a sus tentaciones. No debería haber tenido la más mínima reacción a ninguno de los tormentos que Satanás provocó en su carne ni haber traicionado ninguna de las emociones de su corazón. Hasta tendría que haberle pedido a Dios que endureciese aún más estas pruebas. Es lo que debería demostrar y poseer alguien que se mantiene firme, teme realmente a Dios y se aparta del mal. En medio de este tormento extremo, Job maldijo el día de su nacimiento. No se quejó de Dios, ni mucho menos tuvo intención de oponerse a Él. Esto es mucho más fácil de decir que de hacer, porque desde la antigüedad hasta ahora, nadie ha experimentado nunca las tentaciones de Job ni ha sufrido lo que cayó sobre él. ¿Entonces por qué no se ha visto nadie más sometido al mismo tipo de tentación que Job? Porque, tal como Dios lo ve, nadie es capaz de soportar esa responsabilidad o comisión; nadie podría hacerlo como Job y, además, aparte de maldecir el día de su nacimiento, nadie podría no renegar del nombre de Jehová Dios y seguir bendiciéndole como hizo él cuando ese tormento cayó sobre él. ¿Podría hacerlo alguien? Cuando afirmamos esto respecto a Job, ¿estamos elogiando su comportamiento? Él era un hombre justo, capaz de dar semejante testimonio de Dios, y de hacer que Satanás huyera con la cabeza entre las manos, de manera que nunca más volviera a presentarse ante Dios para acusarlo; ¿qué hay de malo, pues, en elogiarlo? ¿No será que tenéis estándares más elevados que los de Dios? ¿Acaso actuaríais mejor que Job cuando las pruebas vinieran sobre vosotros? Dios alabó a Job; ¿qué objeción podríais tener?

Job maldice el día de su nacimiento porque no quiere que Dios sienta dolor por él

Con frecuencia digo que Dios mira dentro del corazón de las personas, y que estas consideran lo exterior. Como Él ve el interior de la persona, entiende su esencia, mientras que el ser humano define la esencia de otra persona basándose en su exterior. Cuando Job abrió la boca y maldijo el día de su nacimiento, este acto asombró a todos los personajes espirituales, incluidos sus tres amigos. El hombre procedía de Dios, y debía estar agradecido por la vida y la carne, así como por el día de su nacimiento que Dios le había concedido; no debía maldecirlos. Esto es algo que la gente corriente puede entender y concebir. Cualquiera que siga a Dios sabe que este entendimiento es sagrado e inviolable; es una verdad que nunca puede cambiar. Por el contrario, Job quebrantó las reglas: maldijo el día de su nacimiento. Es un acto que las personas corrientes consideran que constituya la entrada a un territorio prohibido. No da derecho al entendimiento ni a la simpatía de los demás, ni tampoco al perdón de Dios. Al mismo tiempo, son más las personas que dudan de la justicia de Job, porque se diría que el favor de Dios hacia él le volvió autoindulgente, le hizo tan atrevido y temerario que no solo no le dio gracias a Dios por bendecirlo y cuidarlo durante su vida, sino que condenó el día de su nacimiento a la destrucción. ¿Qué es esto, sino oposición a Dios? Este tipo de superficialidades proporciona la prueba a algunos para condenar este acto de Job, ¿pero quién puede saber qué estaba pensando él en realidad en ese momento? ¿Quién puede saber la razón por la cual actuó así? Sólo Dios y el propio Job conocen aquí la verdad de la historia y las razones.

Cuando Satanás extendió su mano para afligir los huesos de Job, este cayó en sus garras, sin medios para escapar ni fuerza para resistir. Su cuerpo y su alma sufrieron un dolor enorme, y este dolor le hizo tomar profunda consciencia de la insignificancia, la fragilidad y la impotencia del hombre que vive en la carne. Adquirió, asimismo, un profundo entendimiento de por qué Dios quiere preocuparse por la humanidad y cuidar de ella. En las garras de Satanás, Job se dio cuenta de que el hombre, de carne y hueso, es realmente impotente y débil. Cuando se arrodilló y oró a Dios, sintió que Él se tapaba la cara y se escondía, porque lo había dejado por completo en las manos de Satanás. Al mismo tiempo, Dios también lloró y se sintió acongojado por él; a Dios le dolía su dolor, le herían sus heridas… Job sentía el dolor de Dios, y lo insoportable que aquello era para Él… No quería acarrear más pesar sobre Dios ni que este llorara por él, y mucho menos que sufriese por él. En aquel momento sólo quería despojarse de su carne para no soportar más el dolor que esta traía sobre él, porque esto haría que Dios dejara de sentirse atormentado por su dolor; pero no podía, y no sólo tenía que tolerar el dolor de la carne, sino también el tormento de no querer inquietar a Dios. Estos dos dolores —el de la carne y el del espíritu— produjeron un sufrimiento desgarrador y devastador sobre Job, y le hicieron sentir que las limitaciones del hombre, que es de carne y hueso, pueden hacer que uno se sienta frustrado e inútil. Bajo estas circunstancias, su anhelo de Dios fue más ardiente, y su aborrecimiento hacia Satanás más intenso. En aquel momento, Job habría preferido no haber nacido nunca en este mundo del hombre, no existir, antes que ver a Dios llorar o sentir dolor por su causa. Comenzó a aborrecer profundamente su carne, a sentirse asqueado y cansado de sí mismo, del día de su nacimiento e incluso de todo lo relacionado consigo mismo. No quería que ya se hiciera mención alguna de su día de nacimiento ni de nada que tuviera algo que ver con ello, así que abrió su boca y maldijo el día de su nacimiento: “Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo: ‘Un varón ha sido concebido’. Sea ese día tinieblas, no lo tome en cuenta Dios desde lo alto, ni resplandezca sobre él la luz” (Job 3:3-4). Las palabras de Job trasmiten su aborrecimiento de sí mismo, “Perezca el día en que yo nací, y la noche que dijo: ‘Un varón ha sido concebido’”, así como la culpa recayó sobre sí mismo y su sentido de endeudamiento por haberle causado dolor a Dios, “Sea ese día tinieblas, no lo tome en cuenta Dios desde lo alto, ni resplandezca sobre él la luz”. Estos dos pasajes son la expresión definitiva de cómo se sentía Job entonces, y demuestran plenamente a todos su perfección y rectitud. Al mismo tiempo, tal como Job había deseado, su fe y su obediencia a Dios, así como su temor de Él, eran realmente elevados. Por supuesto, este era precisamente el efecto que Dios había esperado.

Job derrota a Satanás y se convierte en un hombre de verdad a los ojos de Dios

Cuando Job pasó por primera vez por sus pruebas, fue despojado de todas sus propiedades y de sus hijos, pero el resultado no fue que cayera o dijera algo que supusiera pecar contra Dios. Había vencido las tentaciones de Satanás, sus bienes materiales y sus hijos, y la prueba de perder todas sus posesiones materiales, es decir, que fue capaz de obedecer a Dios a medida que le quitaba cosas y también fue capaz de ofrecerle gracias y alabar a Dios por lo que Dios hizo. Esta fue la conducta de Job durante la primera tentación de Satanás, y también su testimonio durante la primera prueba de Dios. En la segunda prueba, Satanás extendió su mano para afligir a Job, y aunque este experimentó un dolor mayor que el que hubiera sentido jamás, su testimonio seguía siendo suficiente para que todos quedaran atónitos. Usó su fortaleza, su convicción y su obediencia a Dios, así como su temor de Él, para derrotar una vez más a Satanás, y su conducta y testimonio fueron una vez más aprobados y favorecidos por Dios. Durante esta tentación, Job usó su conducta real para proclamarle a Satanás que el dolor de la carne no podía alterar su fe y su obediencia a Dios ni quitarle su consagración y temor a Dios; no renunciaría a Él ni abandonaría su perfección y rectitud por enfrentarse a la muerte. La determinación de Job hizo de Satanás un cobarde, su fe lo dejó apocado y temblando, la intensidad con la que luchó contra Satanás durante su batalla a vida o muerte alimentó en este un odio y un resentimiento profundos, su perfección y su rectitud lo dejaron sin nada más que poder hacerle, hasta el punto de que Satanás abandonó sus ataques sobre él y dejó de acusarlo delante de Jehová Dios. Esto significaba que Job había vencido al mundo, a la carne, a Satanás, a la muerte; era total y completamente un hombre que pertenecía a Dios. Durante estas dos pruebas, Job se mantuvo firme en su testimonio, vivió realmente su perfección y rectitud, y amplió el alcance de sus principios de vida de temer a Dios y apartarse del mal. Habiendo pasado por estas dos pruebas, en Job nació una experiencia más rica que lo hizo más maduro y experimentado, más fuerte, y de mayor convicción; aumentó su confianza en lo correcto y el valor de la integridad a la que se asía con firmeza. Las pruebas de Jehová Dios sobre Job le proporcionaron un profundo entendimiento, un hondo sentido de la preocupación de Dios por el hombre, y le permitieron sentir lo precioso de Su amor. Desde ese momento, a su temor de Dios se añadieron la consideración hacia Él y el amor por Él. Las pruebas de Jehová Dios no sólo no distanciaron a Job de Él, sino que acercaron su corazón a Él. Cuando el dolor carnal que Job soportó alcanzó su punto álgido, la preocupación que sintió de parte de Jehová Dios no le dio más elección que maldecir el día de su nacimiento. No planeó esa conducta con gran antelación, sino que fue una revelación natural surgida de la consideración y del amor hacia Dios desde el interior de su corazón; fue una revelación natural producida por su consideración y su amor hacia Dios. Es decir, al aborrecerse a sí mismo, ya no estaba dispuesto a atormentar a Dios ni podía soportarlo; su consideración y su amor alcanzaron el punto de la abnegación. En ese momento, Job elevó su adoración, su anhelo de Dios y su consagración a Él de toda la vida, hasta el nivel de la consideración y el amor. Al mismo tiempo, también elevó su fe en Dios, su obediencia a Él y su temor de Él hasta el nivel de la consideración y del amor. No se permitió hacer nada que dañase a Dios, ninguna conducta que pudiera herirlo ni causarle dolor, pesar, o incluso tristeza a Dios por culpa suya. A Sus ojos, aunque Job seguía siendo el de antes, su fe, su obediencia y su temor de Él le habían producido una satisfacción y un disfrute completos. En este momento, Job había alcanzado la perfección que Dios esperaba que alcanzara, se había convertido en alguien verdaderamente digno de ser llamado “perfecto y recto” a Sus ojos. Sus hechos justos le permitieron vencer a Satanás y mantenerse firme en su testimonio de Dios. También lo perfeccionaron, y permitieron que el valor de su vida se incrementara y trascendiera más que nunca, e hicieron que él fuera la primera persona a la que Satanás ya no atacara ni tentara más. Como Job era justo, Satanás lo acusó y lo tentó; como era justo, le fue entregado; y como era justo, lo venció y lo derrotó, y se mantuvo firme en su testimonio. De ahí en adelante, Job pasó a ser el primer hombre que nunca más sería entregado a Satanás. Job compareció realmente delante del trono de Dios, y vivió en la luz, bajo Sus bendiciones, sin el espionaje o la ruina de Satanás… A los ojos de Dios, se había convertido en un hombre de verdad; había sido liberado…

Acerca de Job

Una vez sabido cómo superó Job las pruebas, la mayoría de vosotros querrá probablemente conocer más detalles sobre Job mismo, sobre todo en relación con el secreto por el que obtuvo la alabanza de Dios. Así que hoy, ¡hablemos de Job!

En la vida cotidiana de Job vemos su perfección, su rectitud, su temor de Dios y que se apartaba del mal

Si vamos a analizar a Job, debemos comenzar con la valoración que sale de la boca de Dios mismo sobre él: “No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto, que teme a Dios y se aparta del mal”.*

Conozcamos primero algo de la perfección y de la rectitud de Job.

¿Qué entendéis vosotros por “perfecto” y “recto”? ¿Creéis que Job era irreprochable y honorable? Esta sería, por supuesto, una interpretación y un entendimiento literales de las palabras “perfecto” y “recto”. Pero el contexto de la vida real es indispensable para comprender de verdad a Job; las palabras, los libros y la teoría por sí solos no proveerán respuestas. Comenzaremos observando la vida hogareña de Job, cómo era su conducta normal durante su vida. Esto nos informará sobre sus principios y sus objetivos en la vida, y también sobre su personalidad y su búsqueda. Ahora, leamos las palabras finales de Job 1:3: “Y era aquel hombre el más grande de todos los hijos del oriente”. Lo que estas palabras están diciendo es que el estatus y la posición de Job eran altos, y aunque no se nos dice la razón por la que era el más grande de todos los orientales eran sus abundantes bienes, o porque era perfecto y recto, temía a Dios mientras se apartaba del mal, en general, sabemos que el estatus y la posición de Job eran muy preciados. Tal como lo registra la Biblia, las primeras impresiones de las personas sobre Job eran que se trataba de un varón perfecto, que temía a Dios y se apartaba del mal, y que poseía una gran riqueza y un estatus venerable. Para alguien normal, que viviera en un entorno así y bajo estas condiciones, la dieta, la calidad de vida y los diversos aspectos de la vida personal de Job serían el centro de atención de la mayoría de las personas; por eso debemos continuar leyendo las escrituras: “Sus hijos solían ir y hacer un banquete en la casa de cada uno por turno, e invitaban a sus tres hermanas para que comieran y bebieran con ellos. Y sucedía que cuando los días del banquete habían pasado, Job enviaba a buscarlos y los santificaba, y levantándose temprano, ofrecía holocaustos conforme al número de todos ellos. Porque Job decía: Quizá mis hijos hayan pecado y maldecido a Dios en sus corazones. Así hacía Job siempre” (Job 1:4-5). Este pasaje nos dice dos cosas: la primera es que los hijos de Job celebraban banquetes habitualmente, comiendo y bebiendo mucho; la segunda, que ofrecía frecuentemente holocaustos, porque se preocupaba a menudo por sus hijos e hijas, temeroso de que estuvieran pecando, de que hubieran renunciado a Dios en sus corazones. En esto se describe la vida de dos tipos distintos de personas. El primero, los hijos de Job, celebraban banquetes con frecuencia debido a su opulencia, vivían de forma extravagante, se agasajaban para contentar su corazón, disfrutando de la alta calidad de vida que proporcionaba la riqueza material. Viviendo así, era inevitable que pecaran y ofendieran frecuentemente a Dios; sin embargo, no se santificaban ni ofrecían holocaustos. Ves, pues, que Dios no tenía sitio en sus corazones, que no pensaban en Sus gracias ni temían ofenderle, y mucho menos renunciar a Él en sus corazones. Por supuesto, no nos centramos en los hijos de Job, sino en lo que este hacía cuando se enfrentaba a esas cosas; este es el otro asunto que se presenta en el pasaje, y que implica la vida diaria de Job y la esencia de su humanidad. Donde la Biblia describe los banquetes de los hijos de Job, no se le menciona; solo se indica que ellos comían y bebían juntos a menudo. En otras palabras, él no celebraba banquetes ni se unía a sus hijos en sus extravagantes comidas. Aunque opulento, y poseedor de muchos bienes y siervos, la vida de Job no era lujosa. No se dejó seducir por su entorno de vida superlativa ni se atiborró con los deleites de la carne, ni olvidó ofrecer holocaustos por su riqueza; esta no provocó, ni mucho menos, que se apartase gradualmente de Dios en su corazón. Es evidente, pues, que Job era disciplinado en su estilo de vida, y no era avaricioso o hedonista como resultado de las bendiciones de Dios sobre él, ni se obsesionaba con la calidad de vida. En vez de ello era humilde y modesto, no era dado a la ostentación y era cauto y cuidadoso delante de Dios. Pensaba a menudo en Sus gracias y bendiciones, y le temía constantemente. En su vida diaria, Job se levantaba con frecuencia temprano para ofrecer holocaustos por sus hijos. Es decir, no sólo temía a Dios, sino que esperaba que sus hijos hiciesen lo propio y no pecasen contra Él. Su riqueza material no tenía sitio en su corazón, no reemplazaba la posición ostentada por Dios; tanto para sí mismo como para sus hijos los actos diarios guardaban, todos, relación con temerle y apartarse del mal. Su temor de Jehová Dios no se detenía en su boca, sino que era algo que ponía en acción, y se reflejaba en todas y cada una de las partes de su vida diaria. Esta conducta real dicha de Job nos muestra que era sincero, y poseía una esencia que amaba la justicia y las cosas positivas. Que Job enviara y santificara a menudo a sus hijos significa que no autorizaba ni aprobaba su comportamiento; más bien estaba harto del mismo en su corazón, y los condenaba. Había llegado a la conclusión de que la conducta de sus hijos no estaba agradando a Jehová Dios, y por tanto les instaba frecuentemente a presentarse delante de Él y confesar sus pecados. Las acciones de Job nos muestran otro lado de su humanidad: uno en el que nunca anduvo con aquellos que pecaban y ofendían frecuentemente a Dios, sino que se apartaba de ellos y los evitaba. Aunque se trataba de sus hijos, no abandonó sus propios principios de conducta porque fuesen de su familia ni transigió con sus pecados por sus propios sentimientos. Más bien, les instó a confesar y obtener la paciencia de Dios, y les advirtió que no lo abandonasen por causa de su propio disfrute codicioso. Los principios de cómo trataba Job a los demás eran inseparables de los de su temor de Dios y apartarse del mal. Amaba lo que Él aceptaba, aborrecía lo que Él detestaba; amaba a los que temían a Dios en sus corazones, y aborrecía a los que cometían maldades o pecaban contra Él. Ese amor y ese aborrecimiento se demostraban en su vida cotidiana, y eran la propia rectitud de Job percibida por los ojos de Dios. Naturalmente, esto es también la expresión y el vivir de la verdadera humanidad de Job en sus relaciones con otros en su vida diaria sobre las que debemos aprender ahora.

Las manifestaciones de la humanidad de Job durante sus pruebas (comprender la perfección de Job, su rectitud, su temor de Dios, y que se apartara del mal durante sus pruebas)

Lo que hemos compartido anteriormente son los diversos aspectos de la humanidad de Job expuestos en la vida diaria, antes de sus pruebas. Sin duda, estas manifestaciones diversas proveen una familiaridad inicial con la rectitud de Job y un entendimiento de ella, su temor de Dios, y apartarse del mal, era asimismo, una afirmación inicial de manera natural. La razón por la que digo “inicial” es que la mayoría de las personas no poseen un entendimiento real de la personalidad de Job y la medida en que buscó el camino de obedecer y temer a Dios. Es decir, el entendimiento que la mayoría de las personas tienen de Job no es más profundo que la impresión en cierto modo favorable de él provista por los dos pasajes en la Biblia que contienen sus palabras: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová”,* y “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?”. Así pues, tenemos una gran necesidad de comprender cómo vivió Job su humanidad al recibir las pruebas de Dios; de esta forma, la misma se mostraría a todos en su totalidad.

Cuando Job oyó que le habían robado sus propiedades, que sus hijos habían perdido la vida, y que habían asesinado a sus sirvientes, reaccionó de la siguiente forma: “Entonces Job se levantó y rasgó su ropa; se afeitó la cabeza y cayó al suelo en adoración” (Job 1:20).* Estas palabras nos narran un hecho: tras oír estas noticias, Job no entró en pánico, no lloró ni culpó a los sirvientes que le habían dado las noticias, y mucho menos inspeccionó la escena del crimen para investigar y verificar los detalles y saber lo que ocurrió realmente. No exteriorizó ningún dolor o remordimiento por la pérdida de sus posesiones ni rompió a llorar por la pérdida de sus hijos amados. Por el contrario, rasgó su ropa, se afeitó la cabeza, cayó al suelo en adoración. Las acciones de Job son distintas a las del hombre ordinario. Confunden a muchas personas, y hacen que reprendan en sus corazones a Job por su “sangre fría”. Ante la pérdida repentina de sus posesiones, las personas normales aparecerían desconsoladas, o desesperadas; en algunos casos, hasta podrían caer en una profunda depresión. Esto se debe a que las propiedades de las personas representan en sus corazones toda una vida de esfuerzos, son aquello de lo que depende su supervivencia, la esperanza que las mantiene con vida. Su pérdida significa que sus esfuerzos han sido en balde, que están sin esperanza, e incluso que no tienen futuro. Esta es la actitud de cualquier persona normal respecto a sus propiedades y la estrecha relación que tiene con ellas, así como la importancia de las mismas a los ojos de los demás. Como tales, la gran mayoría de los seres humanos se sienten confundidos por la indiferente actitud de Job en relación a la pérdida de sus propiedades. Hoy la confusión de todas estas personas explicando qué estaba ocurriendo en el corazón de Job.

El sentido común dicta que, habiéndole dado Dios tan abundantes bienes, Job debería sentirse avergonzado delante de Él por haberlos perdido, por no haberlos cuidado ni haberse preocupado por ellos; no se apegó a los bienes que Dios le había dado. Así pues, cuando oyó que le habían robado su propiedad, su primera reacción tendría que haber sido ir a la escena del crimen y tomar nota de todo lo que se ha perdido, y seguidamente confesar a Dios para poder recibir una vez más Sus bendiciones. Sin embargo, Job no lo hizo, y tenía sus propias razones para no hacerlo, claro está. En su corazón, creía profundamente que Dios le había concedido todo lo que poseía, que no era el producto de su propio trabajo. Por tanto, él no consideró estas bendiciones como algo que se debía capitalizar, sino que fijó los principios de su supervivencia en aferrarse con todas sus fuerzas a la forma debería hacerse. Apreciaba las bendiciones de Dios, y daba gracias por ellas, pero no estaba enamorado de ellas ni buscaba más. Esa era su actitud hacia la propiedad. Tampoco hizo nada para obtener bendiciones ni se preocupó o apenó por la ausencia o la pérdida de las bendiciones de Dios; tampoco fue alocado o delirantemente feliz por estas ni ignoró el camino de Dios, ni olvidó Su gracia por las bendiciones de las que disfrutaba con frecuencia. La actitud de Job hacia sus propiedades revela su verdadera humanidad a las personas: primeramente, no era un hombre codicioso, y era muy poco exigente en su vida material. En segundo lugar, Job nunca se preocupó ni tuvo temor de que Dios le quitara todo lo que tenía, que era su actitud de obediencia a Dios en su corazón; es decir, no tuvo exigencias ni quejas acerca de cuándo Dios le arrebataba algo, o si lo hacía, ni preguntó las razones de ello; sino que sólo buscó obedecer los arreglos de Dios. En tercer lugar, nunca creyó que sus bienes procedieran de su propio trabajo, sino que Él se los concedió. Esta era la fe de Job en Dios, un indicativo de su convicción. ¿Quedan claras la humanidad de Job y su verdadera búsqueda diaria, en este resumen de tres puntos? La humanidad y la búsqueda de Job eran parte esencial de su fría conducta al afrontar la pérdida de su propiedad. Precisamente por su búsqueda diaria Job logró la estatura y la convicción para declarar: “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová”,* durante las pruebas de Dios. Job no aprendió estas palabras de la noche a la mañana ni aparecieron de golpe en su cabeza. Eran lo que él había visto y ganado durante muchos años de experimentar la vida. Comparado con todos aquellos que sólo buscan las bendiciones de Dios, y que temen que Él les quite algo, y lo odian y se quejan por ello, ¿no es la obediencia de Job muy real? Comparado con quienes creen que existe un Dios, pero nunca han creído que Él domine todas las cosas, ¿no posee Job una gran honestidad y rectitud?

La racionalidad de Job

Las experiencias prácticas de Job, así como su humanidad recta y honesta, significaban que hizo el juicio y las elecciones más racionales cuando perdió sus bienes y a sus hijos. Tales decisiones racionales eran inseparables de sus búsquedas diarias y de los hechos de Dios que había llegado a conocer durante su vida cotidiana. La honestidad de Job lo capacitó para creer que la mano de Jehová domina todas las cosas; su creencia le permitía conocer la realidad de la soberanía de Jehová Dios sobre todas las cosas; su conocimiento hizo que estuviese dispuesto a obedecer la soberanía y las disposiciones de Jehová Dios, y lo capacitó para ello; su obediencia le permitió ser más y más verdadero en su temor de Él; su temor lo hizo más y más real en su forma de apartarse del mal; en última instancia, Job se volvió perfecto, porque temía a Dios y se apartaba del mal; su perfección lo hizo sabio, y le proporcionó la máxima racionalidad.

¿Cómo deberíamos entender esta palabra, “racional”? Su interpretación literal es tener sentido, ser lógico y sensato en la forma de pensar, ser de palabras, acciones y juicios sensatos, y poseer estándares morales prudentes y correctos. No obstante, la racionalidad de Job no se explica con tanta facilidad. Cuando se dice aquí que Job poseía la racionalidad máxima, esto se dice en relación con su humanidad y su conducta delante de Dios. Al ser honesto, Job era capaz de creer en la soberanía de Dios y obedecerla, y esto le proporcionó un conocimiento que otros no podían obtener. Esto lo capacitó para discernir, juzgar y definir con mayor precisión lo que le aconteció, permitiéndole así decidir de forma más exacta y perspicaz qué hacer y a qué aferrarse con firmeza. Es decir, sus palabras, su conducta, los principios subyacentes a sus actos, y el código mediante el cual actuaba, eran correctos, claros y específicos, en lugar de ciegos, impulsivos o emocionales. Sabía cómo lidiar con todo lo que le ocurría, cómo equilibrar y manejar las relaciones entre acontecimientos complejos, cómo aferrarse al camino al que debía asirse con firmeza y, además, sabía cómo lidiar con lo que Jehová Dios le daba y le quitaba. Esta era la racionalidad de Job, la que le permitió decir “Jehová dio y Jehová quitó; bendito sea el nombre de Jehová”,* cuando perdió sus activos y sus hijos.

Cuando Job afrontó el enorme dolor del cuerpo, y las amonestaciones de sus familiares y amigos, y cuando se enfrentó a la muerte, su conducta práctica les mostró una vez más a todos cuál era su verdadera cara.

La cara real de Job: verdadera, pura y sin falsedad

Leamos Job 2:7-8: “Entonces Satanás salió de la presencia de Jehová y atormentó a Job con una sarna dolorosa desde la planta de sus pies hasta la parte superior de su cabeza. Y agarraba un pedazo de vasija para que se rascara y estaba sentado en medio de cenizas”.* Esta es una descripción de la conducta de Job cuando las llagas aparecieron por todo su cuerpo. En ese momento, se sentó sobre cenizas para soportar su dolor. Nadie trataba con él ni le ayudaba a aliviar el dolor de su cuerpo; tenía que usar un tiesto para rascarse las llagas. Superficialmente, era tan solo una etapa en el tormento de Job, y no tiene relación con su humanidad ni con su temor de Dios, porque Job no dijo nada que pusiese de manifiesto su estado de ánimo ni sus opiniones, en aquel momento. Sin embargo, sus acciones y su conducta siguen siendo una expresión verdadera de su humanidad. En el relato del capítulo anterior leímos que Job era el más grande de todos los orientales. Mientras tanto, este pasaje del segundo capítulo nos muestra que este gran hombre de Oriente de hecho cogió un tiesto para rascarse, mientras estaba sentado en medio de las cenizas. ¿No existe un contraste obvio entre estas dos descripciones? Es un contraste que nos muestra el verdadero ser de Job: a pesar de su posición y estatus de prestigio, nunca los había amado ni les había prestado atención alguna; no le preocupaba cómo vieran otros su posición ni que sus acciones o conducta pudieran tener un efecto negativo en la misma; no se entregó al disfrute de los beneficios del estatus ni disfrutó de la gloria que venía con el estatus y la posición. Sólo le importaba su propia valía y el sentido de su vivir a los ojos de Jehová Dios. El verdadero ser de Job era su propia esencia: no amaba la fama ni la fortuna, ni vivía para ellas; era sincero, puro, y sin falsedad.

La separación de Job del amor y el odio

Otro lado de la humanidad de Job se pone de manifiesto en este diálogo entre él y su esposa: “Entonces su mujer le dijo: ¿Aún conservas tu integridad? Maldice a Dios y muérete. Pero él le dijo: Como habla cualquier mujer necia, has hablado. ¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal? En todo esto Job no pecó con sus labios” (Job 2:9-10). Viendo el tormento que estaba sufriendo, la esposa de Job intentó aconsejarle para ayudarle a escapar de este, pero las “buenas intenciones” no obtuvieron la aprobación de Job; más bien, despertaron su enojo, porque ella negaba su fe en Jehová Dios, su obediencia a Él y también Su existencia. Esto le resultaba intolerable, porque él nunca se había permitido hacer nada que se opusiera a Dios o le hiciera daño, por no mencionar a los demás. ¿Cómo podía permanecer indiferente cuando oía a otros blasfemar contra Dios y le insultaban? Por eso llamó a su esposa “mujer tonta”. La actitud de Job hacia ella era de enojo y odio, así como de reproche y reprimenda. Era la expresión natural de la humanidad de Job que diferenciaba entre el amor y el odio, y una representación verdadera de su recta humanidad. Job poseía un sentido de la justicia que le hacía odiar los vientos y las mareas de la maldad, así como aborrecer, condenar y rechazar la absurda herejía, los argumentos ridículos, y las afirmaciones disparatadas, y le permitía aferrarse a sus propios principios y su postura correctos cuando las masas lo rechazaron y sus seres cercanos desertaron de él.

La bondad y la sinceridad de Job

Dado que podemos ver la expresión de diversos aspectos de la humanidad de Job en su conducta, ¿qué vemos la humanidad de Job cuando abrió su boca para maldecir el día de su nacimiento? Este es el tema que compartiremos a continuación.

Con anterioridad he hablado de por qué maldijo Job el día de su nacimiento. ¿Qué veis en esto? Si él hubiera sido insensible, sin amor, frío y sin emociones, y despojado de humanidad, ¿podría haberse preocupado por el deseo del corazón de Dios? ¿Podría haber despreciado el día de su nacimiento porque le importaba el corazón de Dios? En otras palabras, si Job hubiera sido insensible y sin humanidad, ¿se habría angustiado por el dolor de Dios? ¿Habría maldecido el día de su nacimiento porque afligiera a Dios? La respuesta es: ¡rotundamente no! Como era bondadoso, se preocupaba por el corazón de Dios; y como se preocupaba por el corazón de Dios, sentía Su dolor; como era bondadoso, sufría un mayor tormento como consecuencia de sentir el dolor de Dios; como sentía el dolor de Dios, comenzó a aborrecer el día de su nacimiento, y por eso lo maldijo. Para los extraños, toda la conducta de Job mientras duraron sus pruebas es ejemplar. Sólo su maldición del día de su nacimiento deja un interrogante sobre su perfección y rectitud, o provee una valoración diferente. En realidad, esta fue la expresión más verdadera de la esencia de su humanidad. Esta no estaba oculta ni empaquetada, ni la revisaba nadie más. Cuando maldijo el día de su nacimiento, demostró la bondad y la sinceridad existentes en lo profundo de su corazón; era como un manantial cuyas aguas son tan claras y transparentes que revelan su fondo.

Una vez sabido todo esto sobre Job, la mayoría de las personas podrán hacer una valoración más precisa y objetiva de la esencia de su humanidad. También deberían tener un entendimiento y una apreciación profundos, prácticos y más avanzados de la perfección y la rectitud de Job a las que Dios se refiere. Con suerte, este entendimiento y esta apreciación ayudarán a las personas a embarcarse en el camino de temer a Dios y apartarse del mal.

La relación entre el hecho de que Dios entregara a Job a Satanás y los objetivos de Su obra

Aunque la mayoría de las personas reconoce ahora que Job era perfecto y recto, y que temía a Dios y se apartaba del mal, este reconocimiento no les proporciona mayor entendimiento del propósito divino. Al mismo tiempo que envidian la humanidad y la búsqueda de Job, le plantean la siguiente pregunta a Dios: Job era tan perfecto y recto, las personas lo adoran tanto, entonces, ¿por qué lo entregó Dios a Satanás y lo sometió a tanto tormento? Estas preguntas están destinadas a existir en los corazones de muchas personas o, más bien, esta duda es la pregunta en ellos. Como ha confundido a tanta gente, debemos abrir esta cuestión y explicarla de manera adecuada.

Todo lo que Dios hace es necesario, y posee un sentido extraordinario, porque todo lo que lleva a cabo en el hombre concierne a Su gestión y la salvación de la humanidad. Naturalmente, la obra que Dios realizó en Job no es distinta, aunque Job fuera perfecto y recto a los ojos de Dios. En otras palabras, independientemente de lo que Él hace o de los medios por los que lo hace, del coste o de Su objetivo, el propósito de Sus acciones no cambia. Su objetivo consiste en introducir en el hombre las palabras, los requisitos y la voluntad de Dios para él; dicho de otro modo, esto es producir en el ser humano todo lo que Él cree positivo según Sus pasos, permitiéndole comprender Su corazón y entender Su esencia, así como obedecer Su soberanía y Sus disposiciones, para que él pueda alcanzar el temor de Dios y apartarse del mal; todo esto es un aspecto del propósito de Dios en todo lo que Él hace. El otro aspecto es que, siendo Satanás el contraste y el objeto de servicio en la obra de Dios, el hombre queda a menudo en sus manos; este es el medio que Él usa para permitirles a las personas ver en las tentaciones y ataques de Satanás la maldad, la fealdad y lo despreciable de Satanás, provocando así que las personas lo aborrezcan y sean capaces de conocer y reconocer aquello que es negativo. Este proceso les permite liberarse gradualmente del control de Satanás, de sus acusaciones, interferencias y ataques hasta que, gracias a las palabras de Dios, su conocimiento de Él y su obediencia a Él, así como su fe en Él y su temor de Él, triunfen sobre los ataques y las acusaciones de Satanás. Solo entonces se habrán liberado por completo del campo de acción de Satanás. La liberación de las personas significa que ha sido derrotado, que ellas han dejado de ser comida en su boca y que, en lugar de tragárselos, Satanás ha renunciado a ellos. Esto se debe a que esas personas son rectas, tienen fe, obediencia, y le temen a Dios, y porque rompen del todo con Satanás. Acarrean vergüenza sobre este, lo convierten en un cobarde, y lo derrotan por completo. Su convicción al seguir a Dios, su obediencia a Él y su temor de Él derrotan a Satanás, y hacen que este las abandone completamente. Sólo las personas como estas han sido verdaderamente ganadas por Dios, y este es Su objetivo supremo al salvar al hombre. Si desean ser salvados y totalmente ganados por Dios, entonces todos los que le siguen deben afrontar tentaciones y ataques, tanto grandes como pequeños, de Satanás. Los que emergen de estas tentaciones y ataques, y son capaces de derrotar por completo a Satanás son aquellos a los que Dios ha salvado. Es decir, los salvos en Él son los que han pasado por Sus pruebas, y han sido tentados y atacados por Satanás innumerables veces. Estos entenderán Su voluntad y Sus requisitos, pueden someterse a Su soberanía y a Sus disposiciones, y no abandonan el camino de temer a Dios y apartarse del mal en medio de las tentaciones de Satanás. Los salvados en Él son honestos, bondadosos, diferencian entre el amor y el odio, tienen sentido de la justicia, son racionales, capaces de preocuparse por Dios y valorar todo lo que es de Él. Satanás no puede atar, espiar, acusar a estas personas ni maltratarlas; son completamente libres, han sido liberadas y puestas por completo en libertad. Job era exactamente ese hombre de libertad, y esta es justo la relevancia de que Dios lo ha entregado a Satanás.

Satanás maltrató a Job, pero este obtuvo libertad y liberación eternas, así como el derecho a no estar sometido nunca más a la corrupción, al abuso y a las acusaciones de Satanás, para vivir a la luz del rostro de Dios, libre y sin estorbos, en medio de las bendiciones que Dios le ha dado. Nadie podía quitarle, destruir, o incautar este derecho. Se le había concedido como contraprestación por su fe, su determinación, su obediencia a Dios y su temor de Él; Job pagó el precio de su vida para obtener gozo y felicidad sobre la tierra, el derecho y la legitimación ordenados por el Cielo y reconocidos en la tierra, de adorar al Creador sin interferencias como una verdadera criatura de Dios en la tierra. Esas fueron las mayores consecuencias de las tentaciones que Job soportó.

Cuando las personas tienen que ser salvas aún, Satanás interfiere a menudo en sus vidas y hasta las controla. En otras palabras, los que no son salvos son sus prisioneros, no tienen libertad; él no ha renunciado a ellos, no son aptos ni tienen derecho de adorar a Dios, y Satanás los persigue de cerca y los ataca despiadadamente. Esas personas no tienen felicidad ni derecho a una existencia normal, ni dignidad de los que hablar. Sólo serás salvo y libre si te levantas y luchas contra él, usando tu fe en Dios, tu obediencia a Él y tu temor de Él como armas para librar una batalla a vida o muerte contra él, y lo derrotas por completo, haciéndole huir con el rabo entre las patas, acobardado cada vez que te vea, y abandonando completamente sus ataques y sus acusaciones contra ti. Si estás decidido a romper totalmente con Satanás, pero no estás equipado con las armas que te ayudarán a derrotarlo, seguirás estando en peligro; si el tiempo pasa y él te ha torturado tanto que no te queda ni una pizca de fuerza, pero sigues siendo incapaz de dar testimonio, sigues sin liberarte por completo de las acusaciones y los ataques de Satanás contra ti, tendrás poca esperanza de salvación. Al final, cuando se proclame la conclusión de la obra de Dios, seguirás estando en sus garras, incapaz de liberarte, y por tanto no tendrás nunca oportunidad ni esperanza. La implicación es, pues, que esas personas serán totalmente cautivas de Satanás.

Acepta las pruebas de Dios, vence las tentaciones de Satanás, y permite que Él gane todo tu ser

Durante la obra de la provisión y sustento de Dios continuos para el hombre, Él le comunica a este Su voluntad y todos Sus requisitos, y le muestra Sus hechos, Su carácter, y lo que Él tiene y es. El objetivo es equipar al hombre con una estatura, y permitirle obtener diversas verdades suyas mientras este le sigue, verdades que son las armas que Él proporciona para luchar contra Satanás. Equipado así, el hombre debe afrontar las pruebas de Dios. Él tiene muchos medios y vías para ponerle a prueba, pero cada uno de ellos requiere la “cooperación” del enemigo de Dios: Satanás. Es decir, habiéndole dado las armas con las que luchar contra Satanás, Dios le entrega el hombre a este y le permite “probar” su estatura. Si el hombre puede romper las formaciones de batalla de Satanás, escapar de su cerco y seguir viviendo, habrá superado la prueba. Pero si es incapaz de hacerlo, y se somete a Satanás, no lo habrá conseguido. Cualquiera que sea el aspecto del hombre que Dios examine, el criterio de Su examen consiste en ver si se mantiene o no firme en su testimonio cuando Satanás le ataque, o si abandona o no a Dios, rindiéndose y sometiéndose a él cuando este lo tiene atrapado. Puede decirse que, que el hombre pueda ser o no salvado, depende de que él pueda superar y derrotar a Satanás; y que él pueda ganar o no la libertad, depende de que sea capaz de levantar, por sí mismo, las armas que Dios le ha dado para superar la esclavitud de Satanás, haciendo que este abandone por completo la esperanza y lo deje en paz. Si Satanás pierde la esperanza y renuncia a alguien, quiere decir que nunca más intentará quitarle esa persona a Dios, nunca más la acusará ni interferirá en ella, no la torturará ni atacará más gratuitamente; Dios sólo ganará verdaderamente a alguien así. Este es todo el proceso por el cual Dios gana a las personas.

La advertencia y la ilustración provistas por el testimonio de Job para las generaciones posteriores

Al mismo tiempo que las personas entienden el proceso por el cual Dios gana totalmente a alguien, también entienden los objetivos y la relevancia de la consignación de Job a Satanás hecha por Dios. Su tormento ya no inquieta a las personas que aprecian su relevancia de una forma nueva. Ya no les preocupa verse sometidas a la misma tentación que Job ni se oponen más a la llegada de las pruebas de Dios ni las rechazan. La fe, la obediencia y el testimonio de Job de su victoria sobre Satanás han sido una fuente de inmensa ayuda y aliento para los seres humanos. En Job ven esperanza para su propia salvación, y perciben que a través de la fe, la obediencia y el temor de Dios es totalmente posible derrotar a Satanás, y prevalecer sobre él. Ven que mientras se sometan a la soberanía y las disposiciones de Dios, y siempre que posean la determinación y la fe para no abandonarle después de haberlo perdido todo, pueden acarrear vergüenza y derrotar sobre Satanás, y que sólo necesitan poseer la determinación y la perseverancia de mantenerse firmes en su testimonio —aunque esto signifique perder su vida— para que este se acobarde y se retire apresuradamente. El testimonio de Job es una advertencia para las generaciones posteriores, y les indica que si no derrotan a Satanás, nunca podrán librarse de sus acusaciones e interferencias ni podrán escapar jamás de sus abusos y ataques. El testimonio de Job ha esclarecido a las generaciones posteriores. Este esclarecimiento enseña a las personas que solo siendo perfectas y rectas serán capaces de temer a Dios y apartarse del mal; les enseña que sólo temiendo a Dios y apartándose del mal pueden dar un testimonio fuerte y resonante de Dios; sólo si dan un testimonio fuerte y resonante de Dios, nunca más podrán ser controladas por Satanás y vivir bajo la dirección y protección de Dios, y sólo entonces serán verdaderamente salvas. Todos los que procuran la salvación deberían emular la personalidad de Job y la búsqueda de su vida. Lo que él vivió durante toda su vida y su conducta en medio de sus pruebas es un preciado tesoro para todos los que buscan el camino de temer a Dios y apartarse del mal.

El testimonio de Job trae consuelo a Dios

Si os digo ahora que Job es un hombre encantador, quizás no seáis capaces de apreciar el sentido subyacente a estas palabras ni de comprender el sentimiento que respalda la razón por la que he hablado todas estas cosas; pero esperad hasta el día cuando hayáis experimentado las mismas pruebas que Job o parecidas, cuando hayáis pasado por la adversidad, cuando hayáis experimentado pruebas dispuestas personalmente por Dios para vosotros; cuando des todo tu ser, y soportes la humillación y las dificultades a fin de prevalecer sobre Satanás y dar testimonio de Dios en medio de las tentaciones, entonces podrás apreciar la relevancia de estas palabras que pronuncio. En ese momento, te sentirás infinitamente inferior a Job, sentirás lo encantador que es y lo digno de ser emulado; cuando llegue ese tiempo, te darás cuenta de la importancia de estas palabras clásicas proferidas por Job para quien sea corrupto y viva en estos tiempos, así como de lo difícil que les resulta a las personas de hoy conseguir lo que Job logró. Cuando te parezca difícil, apreciarás cuán angustiado y preocupado está el corazón de Dios, cuán alto es el precio pagado por Él para ganar a esas personas, y cuán precioso es lo que Él hace e invierte por la humanidad. Ahora que habéis oído estas palabras, ¿tenéis un entendimiento preciso y una valoración correcta de Job? A vuestros ojos, ¿era Job un hombre verdaderamente perfecto y recto que temía a Dios y se apartaba del mal? Creo que la mayoría de las personas dirán sin duda que sí. Y es que las realidades del comportamiento de Job y lo que este reveló son innegables para cualquier hombre y para Satanás. Son la prueba más poderosa de su triunfo sobre este. La prueba se produjo en Job, y fue el primer testimonio que Dios recibió. Por consiguiente, cuando triunfó en las tentaciones de Satanás y dio testimonio de Él, Dios vio esperanza en Job, y esto consoló Su corazón. Desde el momento de la creación hasta los días de Job, fue la primera vez que Dios experimentó lo que era el consuelo, y lo que significaba ser reconfortado por el hombre. Era la primera vez que veía y obtenía un testimonio verdadero sobre Él.

Confío en que, habiendo oído el testimonio y los relatos de los diversos aspectos de Job, la mayoría de las personas tengan planes para el camino que se presenta ante ellos. También espero que estas, llenas de inquietud y miedo, empiecen a relajarse lentamente en cuerpo y en mente, y a sentirse poco a poco aliviadas…

Los pasajes siguientes también son relatos sobre Job. Continuemos leyendo.

4. Mediante su capacidad auditiva, Job escucha hablar de Dios

Job 9:11 Si Él pasara junto a mí, no le vería; si me pasara adelante, no le percibiría.

Job 23:8-9 He aquí, me adelanto, y Él no está allí, retrocedo, pero no le puedo percibir; cuando se manifiesta a la izquierda, no le distingo, se vuelve a la derecha, y no le veo.

Job 42:2-6 Yo sé que tú puedes hacer todas las cosas, y que ningún propósito tuyo puede ser estorbado. “¿Quién es este que oculta el consejo sin entendimiento?”. Por tanto, he declarado lo que no comprendía, cosas demasiado maravillosas para mí, que yo no sabía. “Escucha ahora, y hablaré; te preguntaré y tú me instruirás”. He sabido de ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza.

Aunque Dios no se ha revelado a Job, él cree en Su soberanía

¿Cuál es la idea central de estas palabras? ¿Os habéis dado cuenta de que aquí hay una realidad? En primer lugar, ¿cómo supo Job que había un Dios? ¿Entonces cómo sabía que los cielos y la tierra, y todas las cosas, son gobernados por Dios? Hay un pasaje que responde estas dos preguntas: “He sabido de ti solo de oídas, pero ahora mis ojos te ven. Por eso me retracto, y me arrepiento en polvo y ceniza” (Job 42:5-6). De estas palabras aprendemos que, en lugar de haber visto a Dios con sus propios ojos, Job había sabido de Él a partir de la leyenda. Bajo estas circunstancias comenzó a andar por el camino de seguir a Dios, tras lo cual confirmó Su existencia en su vida, y entre todas las cosas. Aquí encontramos un hecho innegable; ¿cuál es? A pesar de ser capaz de seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal, Job nunca lo había visto. ¿Acaso no era igual, en esto, a las personas actuales? Job nunca había visto a Dios, lo que implica que aunque había oído de Él, no sabía dónde estaba, cómo era ni qué estaba haciendo. Todos estos son factores subjetivos; objetivamente hablando, aunque seguía a Dios, Él nunca se le apareció ni le habló. ¿No es esto una realidad? Aunque Él no le había hablado a Job ni le había dado ningún mandamiento, este había visto Su existencia, observaba Su soberanía entre todas las cosas y en leyendas en las que había oído de Dios mediante el sentido auditivo, tras lo cual comenzó a vivir temiendo a Dios y apartándose del mal. Estos eran los orígenes y el proceso por los cuales Job seguía a Dios. Pero, independientemente de su forma de temerle y de apartarse del mal, de cómo se agarrara firmemente a su integridad, Dios nunca se le apareció. Leamos este pasaje. Él dijo: “Si Él pasara junto a mí, no le vería; si me pasara adelante, no le percibiría” (Job 9:11). Lo que estas palabras están indicando es que Job podría, o no, haber sentido a Dios a su alrededor; sin embargo, nunca lo pudo ver. Había momentos en los que se lo imaginaba pasando delante de él, actuando, o guiando al ser hombre, pero nunca lo había conocido. Dios viene al hombre cuando este no lo espera; el ser humano no sabe cuándo Dios viene a él ni dónde lo hace, porque no puede verlo y, por tanto, para el hombre Dios está escondido de él.

La fe de Job en Dios no se tambalea por el hecho de que Dios esté escondido de él

En el siguiente pasaje de las escrituras, Job dice: “He aquí, me adelanto, y Él no está allí, retrocedo, pero no le puedo percibir; cuando se manifiesta a la izquierda, no le distingo, se vuelve a la derecha, y no le veo” (Job 23:8-9). En este relato, aprendemos que en las experiencias de Job, Dios se había escondido totalmente de él; no se le había aparecido ni le había hablado abiertamente palabra alguna, pero en su corazón, Job confiaba en la existencia de Dios. Siempre había creído que Él podía estar caminando delante de él, o actuando a su lado, y que aunque no podía verlo, estaba junto a él gobernando su todo sobre él. Job nunca había visto a Dios, pero podía mantenerse fiel a su fe, algo que ninguna otra persona podía hacer. ¿Por qué no podían otras personas hacer esto? Porque Dios no habló a Job ni se le apareció, y si no hubiera creído de verdad, no habría podido seguir adelante ni haberse aferrado al camino de temer a Dios y apartarse del mal. ¿No es esto cierto? ¿Cómo te sientes cuando lees sobre Job pronunciando estas palabras? ¿Sientes que la perfección y la rectitud de Job, y su justicia delante de Dios, son reales y no una exageración por parte de Dios? Aunque Él tratara a Job igual que a otras personas, y no se le apareciera ni le hablara, él seguía firme en su integridad, continuaba creyendo en Su soberanía y, además, ofrecía con frecuencia holocaustos y oraba delante de Dios como consecuencia de su miedo a ofenderle. En su capacidad de temerle sin haberlo visto, percibimos cuánto amaba las cosas positivas, y cuán firme y real era su fe. No negaba la existencia de Dios porque estuviera escondido de él ni perdía su fe, abandonándolo por no haberle visto nunca. En su lugar, en medio de la obra oculta de Dios de gobernar todas las cosas, había sido consciente de Su existencia, y sentía Su soberanía y Su poder. No dejó de ser recto porque Dios estuviera escondido ni abandonó el camino de temerle y apartarse del mal porque Él nunca se le apareciera. Job nunca había pedido que Dios se le manifestara abiertamente para demostrar Su existencia, porque ya había observado Su soberanía en medio de todas las cosas, y creía haber obtenido las bendiciones y las gracias que otros no habían recibido. Aunque Dios seguía escondido para él, su fe en Él nunca se tambaleó. Así pues, cosechó lo que nadie más tenía: la aprobación y la bendición de Dios.

Job bendice el nombre de Dios y no piensa en las bendiciones o el desastre

Hay un hecho al que nunca se hace referencia en las historias de Job en las Escrituras, y hoy nos centraremos en él. Aunque Job nunca había visto a Dios ni había oído Sus palabras con sus propios oídos, Él tenía un lugar en su corazón. ¿Cuál era la actitud de Job hacia Dios? Era, como ya mencionamos anteriormente, “bendito sea el nombre de Jehová”.* Bendecía el nombre de Dios de manera incondicional, sin reservas y sin razones. Vemos que le había entregado su corazón, permitiendo que Él lo controlara; todo lo que pensaba, lo que decidía, y lo que planeaba en su corazón estaba expuesto abiertamente para Dios y no cerrado a Él. Su corazón no se oponía a Él, y nunca le pidió que hiciera algo por él, que le concediera algo ni albergó deseos extravagantes de conseguir alguna cosa por su adoración a Dios. Job no habló de negocios con Dios, y no le pidió ni le exigió nada. Alababa Su nombre por el gran poder y autoridad de este en Su dominio de todas las cosas, y no dependía de si obtenía bendiciones o si el desastre lo golpeaba. Job creía que, independientemente de que Dios bendiga a las personas o acarree el desastre sobre ellas, Su poder y Su autoridad no cambiarán; y así, cualesquiera que sean las circunstancias de la persona, debería alabar el nombre de Dios. Que Dios bendiga al hombre se debe a Su soberanía, y también cuando el desastre cae sobre él. El poder y la autoridad divinos dominan y organizan todo lo del hombre; los caprichos de la fortuna del ser humano son la manifestación de estos, e independientemente del punto de vista que se tenga, se debería alabar el nombre de Dios. Esto es lo que Job experimentó y llegó a conocer durante los años de su vida. Todos sus pensamientos y sus actos llegaron a los oídos de Dios, y a Su presencia, y Él los consideró importantes. Dios estimaba este conocimiento de Job, y le valoraba a él por tener un corazón así, que siempre aguardaba el mandato de Dios, en todas partes, y cualesquiera que fueran el momento o el lugar aceptaba lo que le sobreviniera. Job no le ponía exigencias a Dios. Lo que se exigía a sí mismo era esperar, aceptar, afrontar, y obedecer todas las disposiciones que procedieran de Él; creía que esa era su obligación, y que era precisamente lo que Él quería. Nunca había visto a Dios ni le había oído hablar palabra alguna, emitir mandato alguno, comunicar una enseñanza o instruirlo sobre algo. En palabras actuales, que fuera capaz de poseer semejante conocimiento de Dios y una actitud así hacia Él, aun cuando Él no le había facilitado esclarecimiento, dirección ni provisión respecto a la verdad, era algo valioso; que demostrara estas cosas bastaba para Dios, que elogió y apreció su testimonio. Job nunca le había visto ni oído pronunciar personalmente ninguna enseñanza para él, pero para Dios su corazón y él mismo eran mucho más preciados que esas personas que, delante de Él, solo podían hablar de profundas teorías, jactarse, y departir sobre ofrecer sacrificios, pero nunca habían tenido un conocimiento verdadero de Dios ni le habían temido en realidad. Y es que el corazón de Job era puro, no estaba escondido de Dios, su humanidad era honesta y bondadosa, y amaba la justicia y lo que era positivo. Sólo un hombre así, con un corazón y una humanidad semejante era capaz de seguir el camino de Dios, de temerle y apartarse del mal. Este tipo de hombre podía ver la soberanía, la autoridad y el poder de Dios, a la vez que tenía la capacidad de lograr la obediencia a Su soberanía y a Sus disposiciones. Sólo un hombre así podía alabar realmente el nombre de Dios, porque no consideraba si Él lo bendecía o traía el desastre sobre él, porque sabía que Su mano lo controla todo, y la preocupación del hombre es señal de necedad, ignorancia e insensatez, de dudas hacia la realidad de la soberanía de Dios sobre todas las cosas, y de no temerle. El conocimiento de Job era precisamente lo que Dios quería. ¿Acaso tenía Job un mayor conocimiento teórico de Dios que vosotros? La obra y las declaraciones divinas en aquella época eran muy pocas, y no resultaba fácil adquirir el conocimiento de Dios. Ese logro de Job no era una nimiedad. Él no había experimentado la obra de Dios ni le había oído hablar, ni había visto Su rostro. Que fuera capaz de tener esa actitud hacia Él era la consecuencia de su humanidad y su búsqueda personal, que las personas no poseen hoy. De ahí que, en aquel tiempo, Dios declaró: “No hay ningún otro como él en la tierra, un hombre perfecto y recto”.* Él ya había efectuado esa valoración de Job y había llegado a esa conclusión. ¿Cuánto más cierta sería hoy?

Aunque Dios está escondido del hombre, Sus hechos entre todas las cosas son suficientes para que el hombre le conozca

Job no había visto el rostro de Dios ni había oído palabras pronunciadas por Él, y mucho menos experimentado personalmente Su obra; sin embargo, todos han sido testigos de su temor de Dios y de su testimonio durante las pruebas; Él los ama, se deleita en ellos y los elogia, y las personas los envidian, admiran, y además cantan sus alabanzas. No había nada extraordinario ni grandioso en su vida: como cualquier persona ordinaria, vivía una vida común y corriente: salía a trabajar al amanecer y regresaba al hogar para descansar al anochecer. La diferencia es que durante varias décadas poco destacables de su vida, adquirió una perspectiva del camino de Dios, fue consciente y entendió Su gran poder y Su soberanía, como ninguna otra persona lo había hecho nunca. No era más listo que cualquier otra persona común, su vida no era especialmente férrea ni, aún menos, él tampoco tenía habilidades especiales invisibles. Sin embargo, poseía una personalidad honesta, bondadosa y recta, que amaba la ecuanimidad, la justicia, y las cosas positivas, algo que la mayoría de las personas ordinarias no poseen. Diferenciaba entre el amor y el odio, tenía sentido de la justicia, era inflexible y persistente, y prestó meticulosa atención al detalle en su pensamiento. Así, durante su tiempo común y corriente sobre la tierra vio todas las cosas extraordinarias que Dios había hecho, Su grandeza, Su santidad y Su justicia; Su preocupación por el hombre, Su gracia y Su protección sobre este, así como la honorabilidad y la autoridad del Dios supremo. La primera razón por la que Job fue capaz de obtener estas cosas, que estaban fuera del alcance de cualquier persona normal, era que tenía un corazón puro; este le pertenecía a Dios, y el Creador lo dirigía. La segunda razón era su búsqueda: procuraba ser impecable y perfecto, alguien que cumpliera la voluntad del Cielo, que fuera amado por Dios, y que se apartara del mal. Job poseía y buscaba estas cosas aunque fuera incapaz de ver a Dios u oír Sus palabras; aunque nunca le había visto, había llegado a conocer los medios por los que Él domina todas las cosas, y entendió la sabiduría con la que Él lo hace. Aunque nunca había oído las palabras habladas por Dios, Job sabía que el recompensar al hombre y el quitarle cosas, todo procede de Él. Aunque los años de su vida no fueron diferentes de los de una persona ordinaria, no permitió que lo poco destacado de su existencia afectase a su conocimiento de la soberanía de Dios sobre todas las cosas, o a seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal. A sus ojos, las leyes de todas las cosas estaban llenas de Sus hechos, y Su soberanía podía contemplarse en cualquier parte de la vida de la persona. No había visto a Dios, pero era capaz de darse cuenta de que Sus hechos están por todas partes, y durante su tiempo común y corriente sobre la tierra, fue capaz de ver y de ser consciente de los hechos extraordinarios y maravillosos de Dios, y Sus maravillosas disposiciones, en cada rincón de su vida. Que Dios estuviese escondido y en silencioso no le estorbó para tomar consciencia de Sus hechos ni afectó a su conocimiento de Su soberanía sobre todas las cosas. Su existencia fue la comprensión, durante su vida diaria, de la soberanía y de las disposiciones de Dios, quien está escondido entre todas las cosas. En ella también oyó y entendió la voz del corazón de Dios y las palabras de Dios, quien permanece callado entre todas las cosas, pero que expresa la voz de Su corazón y Sus palabras al gobernar las leyes de todas las cosas. Ves, pues, que si las personas tienen la misma humanidad y búsqueda que Job, pueden obtener la misma conciencia y conocimiento, y adquirir el mismo entendimiento y conocimiento de la soberanía de Dios sobre todas las cosas que él. Dios no se le había aparecido ni le había hablado, pero él fue capaz de ser perfecto y recto, de temerle y apartarse del mal. En otras palabras, sin que Dios se le aparezca o le hable al hombre, Sus hechos entre todas las cosas y Su soberanía sobre estas son suficientes para que el ser humano sea consciente de Su existencia, Su poder y Su autoridad; estos dos últimos son suficientes para que el hombre siga el camino de temer a Dios y apartarse del mal. Si una persona corriente como Job fue capaz de hacer esto, cualquier ser humano ordinario que siga a Dios también debería poder hacerlo. Aunque estas palabras suenen, quizás, como una deducción lógica, no contraviene las leyes de las cosas. Sin embargo, los hechos no han estado a la altura de las expectativas: podría parecer que temer a Dios y apartarse del mal es terreno exclusivo de Job. Cuando se menciona “temer a Dios y apartarse del mal”, las personas piensan que solo Job debería hacerlo, como si ese camino llevara la etiqueta con su nombre y no guardara relación con otras personas. La razón es clara: como sólo Job poseía una personalidad honesta, bondadosa, y recta, amaba la ecuanimidad, la justicia y las cosas positivas, sólo él podría seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal. Todos debéis de haber entendido la implicación aquí: como nadie posee una humanidad honesta, bondadosa y recta, que ame la ecuanimidad, la justicia y lo que es positivo, nadie puede temer a Dios y apartarse del mal; por tanto nunca podrá obtener el gozo de Dios ni mantenerse firme en medio de las pruebas. Esto significa, asimismo, que a excepción de Job, todas las personas siguen atadas y atrapadas por Satanás; todas están acusadas, atacadas y maltratadas por este. Están las que Satanás trata de tragarse; ninguna tiene libertad, son prisioneras que han sido capturadas por Satanás.

Si el corazón del hombre está enemistado con Dios, ¿cómo puede temerle y apartarse del mal?

Como las personas actuales no poseen la misma humanidad que Job, ¿qué hay de la esencia-naturaleza, y de su actitud hacia Dios? ¿Temen a Dios? ¿Se apartan del mal? Los que no temen a Dios ni se apartan del mal solo pueden definirse con tres palabras: “enemigos de Dios”. Pronunciáis a menudo estas tres palabras, pero nunca habéis conocido su verdadero significado. Tienen contenido en sí mismas: no están diciendo que Dios vea al hombre como enemigo, sino que es el hombre quien le ve a Él así. Primero, cuando las personas comienzan a creer en Él, ¿quién de ellas no tiene sus propios objetivos, motivaciones y ambiciones? Aunque una parte de ellas crea en la existencia de Dios y la haya visto, su creencia en Él sigue conteniendo esas motivaciones, y su objetivo final es recibir Sus bendiciones y las cosas que desean. En sus experiencias vitales piensan a menudo: He abandonado a mi familia y mi carrera por Dios, ¿y qué me ha dado Él? Debo sumarlo todo y confirmarlo: ¿He recibido bendiciones recientemente? He dado mucho durante este tiempo, he corrido y corrido, y he sufrido mucho; ¿me ha dado Dios alguna promesa a cambio? ¿Ha recordado mis buenas obras? ¿Cuál será mi final? ¿Puedo recibir Sus bendiciones?… Toda persona hace, constantemente esas cuentas en su corazón, y le ponen exigencias a Dios que incluyen sus motivaciones, sus ambiciones y una mentalidad de transacciones. Es decir, el hombre le está poniendo incesantemente a prueba en su corazón, ideando planes sobre Él, defendiendo ante Él su propio fin, tratando de arrancarle una declaración, viendo si Él puede o no darle lo que quiere. Al mismo tiempo que busca a Dios, el hombre no lo trata como tal. El hombre siempre ha intentado hacer tratos con Él, exigiéndole cosas sin cesar, y hasta presionándolo a cada paso, tratando de obtener mucho dando poco. A la vez que intenta pactar con Dios, también discute con Él, e incluso los hay que, cuando les sobrevienen las pruebas o se encuentran en ciertas circunstancias, con frecuencia se vuelven débiles, pasivos y holgazanes en su trabajo, y se quejan mucho de Él. Desde el momento que empezó a creer en Él por primera vez, el hombre lo ha considerado una cornucopia, una navaja suiza, y se ha considerado Su mayor acreedor, como si tratar de conseguir bendiciones y promesas de Dios fuera su derecho y obligación inherentes, y la responsabilidad de Dios protegerlo, cuidar de él y proveer para él. Tal es el entendimiento básico de la “creencia en Dios” de todos aquellos que creen en Él, y su comprensión más profunda del concepto de creer en Él. Desde la esencia-naturaleza del hombre a su búsqueda subjetiva, nada tiene relación con el temor de Dios. El objetivo del hombre de creer en Dios, no es posible que tenga nada que ver con la adoración a Dios. Es decir, el hombre nunca ha considerado ni entendido que la creencia en Él requiera que se le tema y adore. A la luz de tales condiciones, la esencia del hombre es obvia. ¿Cuál es? El corazón del hombre es malicioso, alberga traición y astucia, no ama la ecuanimidad, la justicia ni lo que es positivo; además, es despreciable y codicioso. El corazón del hombre no podría estar más cerrado a Dios; no se lo ha entregado en absoluto. Él nunca ha visto el verdadero corazón del hombre ni este lo ha adorado jamás. No importa cuán grande sea el precio que Dios pague, cuánta obra Él lleve a cabo o cuánto le provea al hombre, este sigue estando ciego a ello y totalmente indiferente. El ser humano no le ha dado nunca su corazón a Dios, sólo quiere ocuparse él mismo de él, tomar sus propias decisiones; el trasfondo de esto es que no quiere seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal ni obedecer Su soberanía ni Sus disposiciones, ni adorar a Dios como tal. Este es el estado del hombre en la actualidad. Consideremos de nuevo a Job. Lo primero es: ¿hizo un trato con Dios? ¿Tenía motivos ocultos al aferrarse al camino de temer a Dios y apartarse del mal? En aquella época, ¿había hablado Dios a alguien sobre el fin venidero? En aquel momento, Dios no le había hecho promesas a nadie respecto al fin, y Job fue capaz de temer a Dios y apartarse del mal con ese trasfondo. ¿Salen bien paradas las personas actuales si las comparamos con Job? Hay mucha disparidad; juegan en ligas diferentes. Aunque Job no tenía mucho conocimiento de Dios, le había dado su corazón y este le pertenecía. Nunca hizo un trato con Él ni tuvo deseos o exigencias extravagantes para con Él, sino que creía que “Jehová dio y Jehová quitó”. Esto era lo que él había visto y obtenido al aferrarse al camino de temer a Dios y apartarse del mal durante muchos años de vida. De igual manera, también había llegado a la conclusión representada en las palabras siguientes: “¿Aceptaremos el bien de Dios y no aceptaremos el mal?”. Estas dos frases eran lo que él había visto y llegado a conocer como resultado de su actitud de obediencia a Dios, durante sus experiencias vitales. Eran, asimismo, sus armas más poderosas con las que triunfó durante las tentaciones de Satanás, y el fundamento de su firmeza en el testimonio de Dios. En este punto, ¿imagináis a Job como una persona agradable? ¿Esperáis ser como él? ¿Teméis tener que pasar por las tentaciones de Satanás? ¿Estáis decididos a pedirle a Dios que os someta a las mismas pruebas que Job? Sin duda, la mayoría de las personas no se atrevería a orar por estas cosas. Es evidente, pues, que vuestra fe es lamentablemente pequeña; en comparación con Job, vuestra fe es sencillamente indigna de mención. Sois enemigos de Dios, no le teméis, sois incapaces de manteneros firmes en vuestro testimonio de Él, y de triunfar sobre los ataques, las acusaciones y las tentaciones de Satanás. ¿Qué os hace aptos para recibir las promesas de Dios? Una vez oída la historia de Job y entendido el propósito de Dios de salvar al hombre y la relevancia de la salvación del hombre, ¿tenéis ahora la fe para aceptar las mismas pruebas que Job? ¿No deberíais tener un poco de determinación para poder seguir el camino de temer a Dios y apartarse del mal?

No tengáis recelos hacia las pruebas de Dios

Tras recibir el testimonio de Job al finalizar sus pruebas, Dios decidió ganar un grupo o más de un grupo de personas como él, pero nunca más permitiría que Satanás atacara o maltratara a otra persona con los medios utilizados para tentar, atacar y maltratar a Job, apostando con Él; Dios no volvería a permitir que Satanás hiciera algo así al hombre, que es débil, insensato e ignorante. ¡Era suficiente con que hubiera tentado a Job! No consentirle a Satanás que maltrate a las personas como él quiera es la misericordia de Dios. Para Él fue suficiente con que Job sufriera la tentación y el maltrato de Satanás. Dios no le autorizó a repetir estas cosas nunca más, porque Él gobierna y orquesta la vida y todo lo relativo a quienes le siguen; Satanás no tiene derecho a manipular a su antojo a los escogidos de Dios. ¡Esto es algo que deberíais tener claro a estas alturas! Dios se preocupa de las debilidades del hombre, y entiende su insensatez e ignorancia. Aunque, para que pueda salvarse por completo, Él tiene que entregarlo a Satanás, no está dispuesto a ver que tome por tonto al hombre y lo maltrate, ni quiere verle sufrir siempre. Dios creó al hombre, y está perfectamente justificado que Él gobierne y disponga todo lo que tiene que ver con él; ¡esta es la responsabilidad de Dios, y la autoridad por la que domina todas las cosas! Él no permite que Satanás abuse del hombre ni que lo maltrate a su antojo, Él no permite que Satanás emplee diversos medios para extraviar al hombre, y además no permite que intervenga en Su soberanía sobre él, ni que pisotee y destruya las leyes por las que Dios gobierna todas las cosas; ¡esto, por no hablar de Su gran obra de gestión y salvación de la humanidad! Aquellos a quienes Dios desea salvar, y los que son capaces de dar testimonio de Él, son el núcleo y la cristalización de la obra del plan divino de gestión de seis mil años, así como el precio de Sus esfuerzos en todo ese tiempo de obra. ¿Cómo iba Dios a entregar, con indiferencia, estas personas a Satanás?

A menudo, las personas se preocupan por las pruebas de Dios y les temen, pero viven todo el tiempo en el lazo de Satanás, en un territorio peligroso en el que este las ataca y maltrata; sin embargo, no conocen el miedo y se muestran imperturbables. ¿Qué está ocurriendo? La fe del hombre en Dios sólo se limita a las cosas visibles. No tiene la más mínima apreciación del amor y de la preocupación de Dios por él ni de Su piedad y consideración hacia él. Excepto por un poco de inquietud y temor por las pruebas, el juicio y castigo, y la majestad e ira de Dios, el hombre no tiene el más mínimo entendimiento de Sus buenos propósitos. Con la sola mención de las pruebas, las personas sienten como si Dios tuviera motivos ocultos, y algunos hasta llegan a creer que Él alberga designios malvados, ignorando cómo actuará realmente con ellos. Por tanto, a la vez que proclaman obediencia a la soberanía y a las disposiciones de Dios, hacen todo lo que pueden para resistirse y oponerse a Su señorío sobre el hombre y Sus disposiciones para él, porque creen que si no tienen cuidado Dios los engañará; que si no tienen bien agarrado su propio destino Él podría quitarles todo lo que tienen, y hasta poner fin a su vida. El hombre está en el campamento de Satanás, sin preocuparse de que este lo maltrate; este abusa de él, pero el ser humano nunca teme que lo lleve cautivo. Sigue afirmando que acepta la salvación de Dios, pero nunca ha confiado en Él ni ha creído que Él lo salvará de verdad de las garras de Satanás. Si, como Job, el hombre es capaz de someterse a las orquestaciones y disposiciones de Dios, y puede entregar todo su ser en Sus manos, ¿no será, pues, su final el mismo que el de Job: recibir las bendiciones de Dios? Si un hombre es capaz de aceptar y someterse al dominio de Dios, ¿qué tiene que perder? De este modo, sugiero que seáis cuidadosos en vuestros actos, y cautos con todo lo que está a punto de venir sobre vosotros. No seáis temerarios ni impulsivos, y no tratéis a Dios y a las personas, los asuntos y los objetos que Él ha arreglado para vosotros según la carne ni vuestra naturalidad o según vuestras imaginaciones y nociones; debéis ser precavidos en vuestras acciones, orar y buscar más, para evitar dar lugar a la ira de Dios. ¡Recordad esto!

Seguidamente, veremos cómo quedó Job después de sus pruebas.

5. Job después de sus pruebas

Job 42:7-9 Y fue así que después de que Jehová había dicho estas palabras a Job, Jehová dijo a Elifaz el temanita: Mi ira es grande contra ti y contra tus dos amigos, porque vosotros no habéis dicho lo correcto sobre Mí como lo ha hecho Mi siervo Job. Por lo tanto, tomad siete becerros y siete carneros, e id donde Mi siervo Job para ofrecer un holocausto por vosotros mismos; y Mi siervo Job orará por vosotros, porque de él lo aceptaré; y mucho menos os trataré después de vuestras estupideces, porque no habéis dicho lo correcto sobre Mí, como Mi siervo Job. Entonces Elifaz el temanita, Bildad el suhita y Zofar el naamatita, fueron e hicieron lo que Jehová les había ordenado y Jehová también aceptó a Job.*

Job 42:10 Y Jehová cambió la amargura de Job cuando él oró por sus amigos; Jehová también le dio a Job dos veces lo que tenía antes.*

Job 42:12 Entonces Jehová bendijo la situación actual de Job más que al comienzo, ya que él tuvo catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil burras.*

Job 42:17 Entonces Job murió cuando ya era viejo y después de una larga vida.*

Dios mira con cariño a los que le temen y se apartan del mal, pero considera despreciables a los insensatos

En Job 42:7-9, Dios dice que Job es Su siervo. Su uso del término “siervo” en alusión a él demuestra la importancia de este en Su corazón; aunque Dios no le dio un sobrenombre de mayor estima, este apelativo no influía en la importancia que Job tenía en Su corazón. “Siervo” es aquí el sobrenombre que Dios le asigna. Sus múltiples referencias a “Mi siervo Job” muestran lo mucho que este le agradaba, y aunque no se estaba refiriendo al sentido subyacente a este término, Su definición de la misma puede verse en Sus palabras, en este pasaje de la escritura. Dios se dirigió primero a Elifaz temanita: “Mi ira es grande contra ti y contra tus dos amigos, porque vosotros no habéis dicho lo correcto sobre Mí como lo ha hecho Mi siervo Job”.* Por primera vez Dios pronunciaba abiertamente estas palabras, indicando que aceptaba todo lo que Job afirmó e hizo, tras superar las pruebas de Dios, y es también la primera ocasión en que confirmaba en público la precisión y lo adecuado de todo ello. Dios estaba enojado con Elifaz y los demás por su discurso incorrecto y absurdo, porque, como Job, ellos no pudieron ver la aparición de Dios ni oír las palabras que Él habló en sus vidas; sin embargo, Job tenía un conocimiento exacto de Él, mientras ellos sólo podían hacer suposiciones ciegas sobre Él, violando Su voluntad y poniendo a prueba Su paciencia en toda su forma de comportarse. Por consiguiente, a la vez que aceptaba todo lo hecho y dicho por Job, Dios se enfureció hacia los demás, porque en ellos no sólo no pudo ver en ellos realidad alguna de su temor de Él, sino que tampoco oyó nada del mismo en sus palabras. Así, Dios les planteó después las siguientes exigencias: “Por lo tanto, tomad siete becerros y siete carneros, e id donde Mi siervo Job para ofrecer un holocausto por vosotros mismos; y Mi siervo Job orará por vosotros, porque de él lo aceptaré; y mucho menos os trataré después de vuestras estupideces”.* En este pasaje, Dios les está diciendo a Elifaz y a los demás que hagan algo que redima sus pecados, porque su insensatez era un pecado contra Jehová Dios, y por tanto tenían que ofrecer holocaustos a fin de remediar sus errores. Los holocaustos se ofrecen a menudo a Dios, pero lo que no es habitual en este caso es que se ofrecieron a Job. Dios lo aceptó, porque dio testimonio de Él durante sus pruebas. Entretanto, estos amigos de Job fueron revelados durante el tiempo de sus pruebas; Dios los condenó por su insensatez y ellos incitaron Su ira, por lo que debieron ser castigados por Dios —castigados con ofrecer holocaustos delante de Job—, tras lo cual Job oró por ellos para disipar el castigo y la ira de Dios hacia ellos. El propósito divino consistía en avergonzarlos, porque no eran personas que le temieran y se apartaran del mal; además, habían condenado la integridad de Job. Por un lado, Dios les estaba diciendo que no aceptaba sus acciones, mientras que aprobaba en gran medida a Job y se deleitaba en él; por otro lado, Dios les estaba diciendo que ser aceptado por Dios eleva al hombre ante Él, que Dios aborrece al hombre por su imprudencia, la cual lo ofende, y que este es bajo y vil a Sus ojos. Así define Dios a dos tipos de personas, Sus actitudes hacia ellas y Su articulación de la valía y la posición de las mismas. Aunque Dios llamaba a Job Su siervo, a Sus ojos era un siervo amado, y Él le concedió la autoridad para orar por otros y perdonar sus errores. Este siervo podía hablar directamente con Él y presentarse del mismo modo ante Él, y su estatus era más elevado y honorable que el de los demás. Este es el verdadero significado de la palabra “siervo” que Dios habló. Job recibió este honor especial por temer a Dios y apartarse del mal, y la razón por la que Él no llamó siervos a los otros es que no le temían ni se apartaban del mal. Estas dos actitudes claramente diferentes de Dios son las que Él muestra hacia dos tipos de personas: acepta a los que le temen y se apartan del mal, y a Sus ojos son preciosos, mientras aborrece y condena con frecuencia a los insensatos que no le temen, son incapaces de apartarse del mal y de recibir Su favor, que son bajos a Sus ojos.

Dios le concede autoridad a Job

Job oró por sus amigos y, después, gracias a sus oraciones, Dios no se ocupó de ellos como correspondía a su insensatez; no los castigó ni tomó retribución alguna de ellos. ¿Por qué? Porque las oraciones de Su siervo Job hechas por ellos habían llegado a Sus oídos; Dios los perdonó porque aceptó las oraciones de Job. ¿Y qué se ve en esto? Cuando Dios bendice a alguien, le otorga muchas recompensas, no sólo materiales, sino que le da autoridad, y lo faculta para que ore por otros; olvida, y pasa por alto las transgresiones de las personas, porque oye estas oraciones. Esta es la autoridad que Dios le dio a Job. A través de sus plegarias para detener su condenación, Jehová Dios acarreó vergüenza sobre aquellos insensatos; por supuesto, este fue Su castigo especial para Elifaz y los demás.

Dios bendice una vez más a Job, y Satanás ya no lo acusa nunca más

Entre las frases pronunciadas por Jehová Dios tenemos estas palabras: “no habéis dicho lo correcto sobre Mí, como Mi siervo Job”.* ¿Qué era lo que Job había dicho? Lo que hemos hablado anteriormente, así como las muchas páginas del libro de Job que registran las palabras que este pronunció. En ninguna de ellas se queja Job ni duda de Él. Se limita a esperar el resultado. Esta espera es su actitud de obediencia; como resultado de esta y de las palabras que expresó hacia Dios, este lo aceptó. Cuando soportó las pruebas y sufrió dificultades, Él estuvo a su lado; aunque estas no se aliviaron por la presencia de Dios, Él vio lo que deseaba ver, y oyó lo que deseaba oír. Todas las acciones y las palabras de Job llegaron a los ojos y a los oídos de Dios; Él oyó y vio, esto es un hecho. El conocimiento que Job tenía sobre Dios, y los pensamientos que su corazón albergaba respecto a Él, en ese momento, durante ese período, no eran en realidad tan específicos como los de las personas de hoy; sin embargo, en el contexto del tiempo, Dios seguía reconociendo lo que él había dicho, porque su comportamiento, los pensamientos de su corazón y lo que había expresado y revelado, fueron suficientes para Sus requisitos. Durante el tiempo en que Job fue sometido a pruebas, lo que pensó en su corazón y lo que decidió hacer le mostraron a Dios un resultado, uno que era satisfactorio para Él. A continuación, Él quitó las pruebas de Job, que emergió de sus problemas, y sus pruebas desaparecieron y nunca más le sobrevinieron. Como Job ya había sido sometido a pruebas, y se había mantenido firme durante estas, triunfando completamente sobre Satanás, Dios le concedió las bendiciones que tan legítimamente merecía. Como se registra en Job 42:10, 12, Job fue bendecido una vez más, y recibió más que en la primera vez. En ese momento, Satanás se había retirado, y ya no dijo ni hizo nada; desde entonces en adelante ya no interfirió en Job ni le atacó, ni hizo más acusaciones contra las bendiciones de Dios sobre él.

Job pasa la segunda mitad de su vida entre las bendiciones de Dios

Aunque Sus bendiciones de ese momento sólo se limitaban a ovejas, ganado, camellos, bienes materiales, etc., las que Dios deseaba concederle en Su corazón eran mucho mayores que estas. ¿Se registró en ese momento qué tipo de promesas eternas deseaba Dios darle a Job? En Sus bendiciones, Dios no mencionó ni aludió a su final; independientemente de la importancia o la posición de Job en Su corazón. En resumen, Dios fue muy comedido en Sus bendiciones. No anunció el fin de Job. ¿Qué significa esto? En ese momento, cuando el plan de Dios aún tenía que alcanzar el punto de la proclamación del final del hombre, cuando todavía tenía que entrar en la etapa final de Su obra, Dios no hizo mención del fin, concediendo simplemente bendiciones materiales al hombre. Esto significa que la segunda mitad de la vida de Job transcurrió en medio de las bendiciones divinas, y esto es lo que le hacía distinto a otras personas. Sin embargo, él envejeció como cualquier otra persona normal, y llegó el día en el que dijo adiós al mundo. Así, se registra que “Entonces Job murió cuando ya era viejo y después de una larga vida” (Job 42:17).* ¿Cuál es el significado de “murió después de una larga vida” aquí? En la era anterior a que Dios proclamase el fin del hombre, estableció una expectativa de vida para Job, y cuando este alcanzó esa edad, Él le permitió partir de este mundo de forma natural. Desde la segunda bendición de Job hasta su muerte, Dios no añadió más dificultades. Para Él, la muerte de Job fue natural, y también necesaria; fue algo muy normal, y no un juicio ni una condenación. Mientras estuvo vivo, Job adoró y temió a Dios; este no dijo nada ni hizo comentario alguno respecto a qué tipo de final tuvo tras su muerte. Dios tiene un fuerte sentido de la decencia en lo que dice y hace, y el contenido y los principios de Sus palabras y acciones son acordes a la etapa de Su obra y el período en que está obrando. ¿Qué tipo de final tenía alguien como Job en el corazón de Dios? ¿Había llegado Él a algún tipo de decisión en Su corazón? ¡Por supuesto que sí! Simplemente, al hombre le era desconocida; Él no quería decírselo ni tenía intención de hacerlo. Así pues, hablando de forma superficial, Job murió después de una larga vida; esta fue la vida de Job.

El precio vivido por Job durante su vida

¿Vivió Job una vida valiosa? ¿En qué radicaba su valor? ¿Por qué se dice que vivió una vida estimable? ¿Cuál era su valor para el hombre? Desde el punto de vista de este, Job representaba a la humanidad que Dios desea salvar, porque dio un testimonio rotundo de Él delante de Satanás y las personas del mundo. Cumplió con el deber que debería ser cumplido por una criatura de Dios, estableció un ejemplo; actuó como un modelo para todos aquellos a los que Dios desea salvar, permitiendo que las personas vean que es totalmente posible triunfar sobre Satanás, apoyándose en Dios. ¿Cuál era su valor para Dios? Para Él, el valor de la vida de Job reside en su capacidad de temerle, adorarle, testificar de Sus hechos, y alabarlos, proporcionándole consuelo y algo de lo que disfrutar. Para Dios, el valor de la vida de Job estaba también en cómo, antes de su muerte, experimentó pruebas y triunfó sobre Satanás, dando un testimonio rotundo de Dios delante de este y de las personas del mundo, de manera que Dios obtuvo gloria en medio de la humanidad, consolando Su corazón y permitiendo que Su anhelante corazón contemple un resultado y vea esperanza. Su testimonio creó un precedente de la capacidad de permanecer firme en el testimonio de uno hacia Dios, y de avergonzar a Satanás en Su nombre, en Su obra de gestión de la humanidad. ¿No son estos los valores de vida de Job? Consoló el corazón de Dios, le proporcionó una muestra del deleite de obtener gloria, y proveyó un maravilloso inicio para Su plan de gestión. Desde este punto en adelante, el nombre de Job pasó a ser un símbolo de que Dios obtiene gloria, y una señal del triunfo de la humanidad sobre Satanás. Dios apreciará siempre lo que Job vivió durante su vida, así como su destacado triunfo sobre Satanás, y su perfección, rectitud y temor de Dios serán venerados y emulados por las generaciones venideras. Dios siempre lo apreciará como una perla sin defecto, luminosa, ¡y por esto es digno de que el hombre lo valore!

Seguidamente, veamos la obra de Dios durante la Era de la Ley.

D. Las normas de la Era de la Ley

Los diez mandamientos

Los principios para edificar altares

Normativas para el trato hacia los siervos

Normativas para el robo y la compensación

Observar el año sabático y las tres festividades

Normativas para el día de reposo

Normativas para las ofrendas

Holocaustos

Ofrendas de cereal

Ofrendas de paz

Ofrendas por el pecado

Ofrendas por la culpa

Normativas para las ofrendas de los sacerdotes (que se les ordena cumplir a Aarón y sus hijos)

Holocausto de los sacerdotes

Ofrendas de cereal de los sacerdotes

Ofrendas por el pecado de los sacerdotes

Ofrendas por la culpa de los sacerdotes

Ofrendas de paz de los sacerdotes

Normativas de cómo deben comer los sacerdotes para comer las ofrendas

Animales puros e inmundos (los que se pueden comer y los que no)

Normativas para la purificación de las mujeres tras dar a luz

Estándares para el examen de la lepra

Normativas para los que han sido curados de la lepra

Normativas para purificar casas infectadas

Normativas para los que sufren flujo anormal

El día de la expiación que debe observarse una vez al año

Reglas para sacrificar el ganado y las ovejas

La prohibición de seguir las prácticas detestables de los gentiles (no cometer incesto, etc.)

Normativas que las personas deben seguir (“Seréis santos, porque Yo Jehová vuestro Dios soy santo”)

La ejecución de los que sacrifican sus hijos a Moloc

Normativas para el castigo del crimen del adulterio

Reglas que los sacerdotes deberían observar (reglas para el comportamiento cotidiano, para la utilización de cosas santas, para realizar ofrendas, etc.)

Festividades que deberían observarse (el día de reposo, la Pascua, Pentecostés, el día de la expiación, etc.)

Otras normativas (encender las lámparas, el año de Jubileo, la redención de la tierra, hacer votos, la ofrenda del diezmo, etc.)

Las regulaciones de la Era de la Ley son la prueba real de que Dios dirige a la humanidad

Así pues, habéis leído estas normativas y principios de la Era de la Ley, ¿verdad? ¿Abarcan las regulaciones un amplio espectro? Primero, cubren los Diez Mandamientos, tras los cuales aparecen las regulaciones sobre cómo edificar altares, etc. Después vienen las relativas a guardar el día de reposo y a observar las tres festividades, tras las cuales están las de las ofrendas. ¿Habéis visto cuántos tipos de ofrendas hay? Hay holocaustos, ofrendas de cereal, de paz, por el pecado, etc. Seguidas por las normativas para las ofrendas de los sacerdotes, incluidos los holocaustos y las ofrendas de cereal de los sacerdotes, y otros tipos de ofrendas. La octava serie de normas está relacionada con la ingestión de las ofrendas por los sacerdotes. Después están las que indican lo que las personas deben observar durante su vida. Hay estipulaciones para muchos aspectos de la forma de vivir de las personas, como las normativas respecto a lo que pueden o no comer, sobre la purificación de las mujeres tras el parto, y para los curados de la lepra. En estas regulaciones, Dios llega a hablar incluso de la enfermedad, y hasta existen normas para matar a las ovejas y al ganado, etc. Estos fueron creados por Dios, y deberías matarlos como Él te indica que lo hagas; existe, sin duda, una razón para las palabras divinas; es indudablemente correcto actuar tal como Él ha decretado, ¡y, con toda seguridad, es beneficioso para las personas! También existen festividades y normas a observar, como el día de reposo, la Pascua, y más; Dios habló de todos ellos. Veamos las últimas: otras normativas como encender las lámparas, el año de jubileo, la redención de la tierra, hacer votos, la ofrenda del diezmo, etc. ¿Abarcan estas cosas un amplio espectro? Lo primero de lo que debemos hablar es el asunto de las ofrendas de las personas. Después están las regulaciones para el robo y la compensación, así como la observancia del día de reposo…; todos los detalles de la vida están implicados. Es decir, cuando Dios empezó la obra oficial de Su plan de gestión, estableció muchas regulaciones que el hombre debía seguir. El fin de estas era permitirle llevar la vida normal del ser humano sobre la tierra, una vida normal inseparable de Dios y de Su dirección. Dios le instruyó primero cómo levantar altares, cómo establecerlos. Después de esto, le señaló cómo realizar las ofrendas y estableció cómo debía vivir: a qué debía prestar atención en la vida, qué tenía que cumplir, qué debía hacer y qué no. Lo que Dios estableció para el hombre lo englobaba todo, y con estas costumbres, regulaciones y principios, Él estandarizó el comportamiento de las personas, guió sus vidas, su iniciación a las leyes de Dios, las guió hasta llegar delante del altar de Dios, a tener una vida entre todas las cosas que Él había hecho para el hombre, con orden, regularidad y moderación. En primer lugar, Dios usó estas simples normativas y estos principios para establecer límites para el hombre, de forma que este tuviera una vida normal de adoración a Dios sobre la tierra, la vida normal del hombre; ese es el contenido específico del comienzo de Su plan de gestión de seis mil años. Las regulaciones y normas cubren un contenido muy amplio; son los detalles específicos de la dirección de la humanidad por parte de Dios, durante la Era de la Ley, y tenían que ser aceptadas y obedecidas por las personas que vivieron antes de la Era de la Ley. Son un registro de la obra llevada a cabo por Dios durante esa época, y son la prueba real del liderazgo de Dios y Su dirección de toda la humanidad.

La humanidad es eternamente inseparable de las enseñanzas y las provisiones de Dios

En estas normativas se ve que la actitud de Dios hacia Su obra, Su gestión, y la humanidad es seria, concienzuda, rigurosa y responsable. Él hace la obra que debe en medio de los seres humanos, según Sus pasos, sin la más mínima discrepancia, pronunciando las palabras que debe hablarle a la humanidad sin el menor error u omisión, permitiéndole ver al hombre que es inseparable del liderazgo de Dios, y mostrándole cuán importante es para la humanidad todo lo que Él hace y dice. En resumen, independientemente de cómo sea el hombre en la siguiente era, justo al principio —durante la Era de la Ley— Dios hizo estas sencillas cosas. Para Él, los conceptos que en esa época tenían las personas de Dios, del mundo y de la humanidad, eran abstractos y opacos, y aunque tenían algunas ideas e intenciones conscientes, todas ellas eran poco claras e incorrectas. Por ello, la humanidad era inseparable de las enseñanzas y las provisiones de Dios para ella. Los seres humanos más antiguos no sabían nada, por lo que Dios tuvo que empezar a enseñarles desde los principios más superficiales y básicos para la supervivencia, y las regulaciones necesarias para vivir. Infundió estas cosas poco a poco en el corazón del hombre, y a través de estas normativas y reglas orales le fue proporcionando un entendimiento gradual de Él, una apreciación y un entendimiento progresivos de Su liderazgo, y un concepto básico de la relación entre el ser humano y Dios. Después de lograr este efecto y sólo entonces, Dios pudo llevar a cabo, poco a poco, la obra que realizaría más adelante. Así, estas regulaciones y la obra realizada por Dios durante la Era de la Ley constituyen la base de Su obra salvífica de la humanidad, y la primera etapa de obra en el plan de gestión de Dios. Aunque, antes de la obra de la Era de la Ley, Dios había hablado a Adán, Eva, y sus descendientes, estos mandatos y enseñanzas no fueron tan sistemáticos ni específicos como para serles comunicados al hombre uno a uno; tampoco se escribieron ni pasaron a ser regulaciones, porque en ese momento el plan de Dios no había llegado tan lejos. Sólo cuando Él guiara al hombre hasta este paso podría empezar a exponer estas normativas de la Era de la Ley, y comenzaría a hacer que el hombre las llevara a cabo. Era un proceso necesario, y el resultado era inevitable. Estas simples costumbres y regulaciones le muestran al hombre los pasos de la obra de gestión de Dios y la sabiduría de Dios revelada en Su plan de gestión. Él sabe qué contenido y medios usar para empezar, qué métodos usar para continuar y cuáles para terminar, con el fin de poder ganar un grupo de personas que diera testimonio de Él y que tuviera la misma opinión que Él. Él sabe lo que hay en el hombre, y aquello de lo que este carece. Sabe lo que tiene que proveer y cómo debe guiarlo, y también lo que este debería o no hacer. El hombre es como un muñeco: aunque no tenía entendimiento de la voluntad de Dios, no podía evitar ser guiado por la obra de gestión de Dios, paso a paso, hasta hoy. No había confusión en el corazón de Dios respecto a lo que debía hacer; existía un plan muy claro y gráfico, y Él llevaba a cabo la obra que Él mismo deseaba, según Sus propios pasos y Su plan, progresando desde lo superficial hasta lo profundo. Aunque no había indicado la obra que iba a hacer más adelante, la subsiguiente seguía llevándose a cabo y progresando estrictamente de acuerdo con Su plan, que es una manifestación de lo que Dios tiene y es, así como la autoridad divina. Independientemente de la etapa de Su plan de gestión en la que esté obrando, Su carácter y Su esencia lo representan; en esto no hay error. Cualquiera que sea la época, o la etapa de la obra, hay cosas que nunca cambian: el tipo de personas que Dios ama, la clase de personas a las que aborrece, Su carácter y todo lo que Él tiene y es. Aunque estas regulaciones y principios que Dios estableció durante la obra de la Era de la Ley parecen muy simples y superficiales para las personas de hoy, y aunque son fáciles de entender y cumplir, sigue habiendo en ellas la sabiduría de Dios, Su carácter y lo que Él tiene y es. Y es que en estas normativas aparentemente simples se expresan la responsabilidad de Dios y Su preocupación por la humanidad, así como la esencia de Sus pensamientos exquisitos, permitiéndole al hombre ser verdaderamente consciente de que Dios gobierna todas las cosas y Su mano todo lo controla. No importa cuánto conocimiento domine la humanidad, cuántas teorías o misterios entienda, para Dios ninguna de estas cosas puede reemplazar Su provisión y Su liderazgo a la humanidad; esta será siempre inseparable de Su dirección y de Su obra personal. Así es la relación inseparable entre el hombre y Dios. Independientemente de que Él proporcione un mandato o una normativa, o te provea verdad para que entiendas Su voluntad, haga lo que haga, Su objetivo consiste en conducir al hombre a un hermoso mañana. Las palabras pronunciadas por Dios y la obra que hace son la revelación de un aspecto de Su esencia, así como de Su carácter y de Su sabiduría; son un paso indispensable de Su plan de gestión. ¡Esto no se debe pasar por alto! La voluntad de Dios está en todo lo que Él hace; Él no teme a las observaciones inapropiadas ni a cualquiera de las nociones o pensamientos del hombre sobre Él. Simplemente lleva a cabo Su obra y continúa Su gestión de acuerdo con Su plan de gestión, sin restricciones de cualquier persona, asunto u objeto.

Muy bien. Eso es todo por hoy. ¡Nos vemos en la siguiente ocasión!

9 de noviembre de 2013

De “La Palabra manifestada en carne”

Unas citas bíblicas son tomadas de LA BIBLIA DE LAS AMERICAS® (LBLA) Copyright © 1986, 1995, 1997 por The Lockman Foundation usado con permiso. www.LBLA.com.

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