miércoles, 17 de julio de 2019

Reflexión cristiana | Reflexiones para padres: ¿Por qué los niños no me escuchan?

Niño
image: Freepik.com
Reflexión cristiana | Reflexiones para padres: ¿Por qué los niños no me escuchan?
Después de la cena, mi esposo me enseñó una broma en su teléfono, que decía: “Debido a los malos resultados del examen, un niño fue reprochado por sus padres y le llamaron un pájaro estúpido. Luego, desafiante y desobediente, el niño dijo: “Hay tres tipos de pájaros estúpidos en el mundo. El primer tipo son los torpes y, por lo tanto, comienzan a volar temprano; el segundo son aquellos que tienen miedo de cansarse y por lo tanto no están dispuestos a volar”. “¿Y el tercero?”, preguntaron sus padres. El niño dijo: “Este es el tipo más molesto. Ellos mismos no pueden volar y, sin embargo, se esfuerzan por hacer volar a su descendencia”. Al terminar de leerlo, mi esposo y yo nos echamos a reír. Poco después, sin embargo, no pude evitar pensar en el pasado.


Después de tener a mi familia, a menudo me arrepentía de no haber estudiado mucho, así que solo podía ser una ama de casa. Sin embargo, varios compañeros de clase cercanos que habían ido a la universidad obtuvieron buenos trabajos, lo que les permitió llevar una vida material rica y vivir en condiciones decentes. Fue una lástima que no pudiera retroceder el reloj y que nunca fuera capaz de estar por encima del resto a través del estudio. Por lo tanto, deposité toda mi esperanza en mi hijo.
Para asegurar que mi hijo pudiera tener buenos prospectos en esta sociedad ferozmente competitiva, me concentré mucho en los resultados de sus exámenes. Cuando sus puntajes en las pruebas no estuvieron a la altura de mis expectativas, intenté varias maneras de mejorar sus calificaciones. Por ejemplo, a menudo iba a su escuela para comunicarme con sus maestros acerca de sus estudios. Y siempre le echaba un vistazo desde afuera del aula para ver si estaba prestando atención en clase. Si lo encontraba jugando en clase, le daría una lección cuando llegara a casa. Todos los días, le preguntaba qué le habían enseñado los maestros, tratando de averiguar si estaba escuchando atentamente en clase. Cuando sus compañeros de clase venían a invitarlo a jugar, primero les hacía muchas preguntas y, como resultado, no se atrevían a volver. Además, por el bien de mejorar sus calificaciones, economicé y ahorré para contratar un tutor privado para él. También le dije que mientras estudiara mucho y obtuviera buenas calificaciones, le compraría todo lo que quisiera. Pero si no le iba bien con los exámenes, entonces no obtendría nada. Sin embargo, lo que yo había hecho había involuntariamente creado un estrés enorme en mi hijo.
Una vez, él realmente no pudo soportarlo más, así que me contradijo diciendo: “No iré más a la escuela si tú vas a la escuela otra vez. Cuanto más me obligas a aprender, más indispuesto estoy de hacerlo”. Entonces dije en tono malhumorado: “¿No es acaso lo que estoy haciendo por tu propio bien?”. Sorprendentemente, dijo: “Simplemente no lo necesito. Todo lo que quiero es libertad”. De ahora en adelante, mi hijo y yo nos separamos cada vez más.
Estaba desconcertada por esto y pensé: ¿Cómo es que no puede entender mi intención? Todas las madres esperan que, en el futuro, sus propios hijos tengan un buen destino, nunca les falte nada y sean superiores al resto. ¿Nos equivocamos al esperar eso?
Entonces, un día cuando fui a la casa de mi prima, les conté mi problema mientras charlábamos. Mi prima dijo: “No podemos controlar el destino posterior de nuestros hijos. Lo has estado intentando todos estos años, ¿verdad? Pero, ¿cómo han resultado las cosas? ¿Y qué cambios has hecho? Solo hace que tú y tu hijo sufran más. A menudo se dice, ‘El destino del hombre está determinado por el Cielo’. Dios ha predeterminado el tipo de destino que uno tendrá; no es algo que el conocimiento o un buen diploma universitario pueda cambiar”. Al escuchar las palabras de mi prima, me sumergí en el pensamiento: Eso es correcto. Después de todo, he hecho tanto por mi hijo, no sólo no han mejorado sus calificaciones, sino que nos hemos ido distanciando cada vez más el uno del otro. Luego también pensé en el hijo de mi vecino. Estudió en una universidad durante tres años, sin embargo, después de su graduación, él de hecho vivió vendiendo el aperitivo Liangpi y sandía. Parece que haber asistido a una universidad no necesariamente puede cambiar el destino de uno.
Después de eso, mi prima me leyó estas palabras: “Estas saben que están indefensas y desesperanzadas en esta vida, que no tendrán otra oportunidad, otra esperanza, de destacar sobre los demás, y que no tienen elección sino aceptar sus destinos. Y, por tanto, proyectan todas sus esperanzas, sus deseos e ideales no realizados en la siguiente generación, esperando que sus descendientes puedan ayudarles a lograr sus sueños y materializar sus deseos; que sus hijas e hijos traigan gloria al apellido, sean importantes, ricos o famosos; en resumen, quieren ver aumentar las fortunas de sus hijos. Los planes y las fantasías de las personas son perfectos; ¿no saben que el número de hijos que tienen, el aspecto de sus hijos, sus capacidades, etc., no es algo que ellos puedan decidir, que los destinos de sus hijos no descansan en absoluto en las palmas de sus manos? Los humanos no son señores de su propio destino, pero esperan cambiar los destinos de la generación más joven; no tienen poder para escapar de sus propios destinos, pero intentan controlar los de sus hijos e hijas. ¿No están sobrevalorándose? ¿No es esto insensatez e ignorancia humanas?” “Lo triste del hombre no es que busque una vida feliz ni que persiga fama y fortuna o luche contra su propio destino a través de la niebla, sino que después de haber visto la existencia del Creador, después de haber conocido la realidad de que Él tiene soberanía sobre el destino humano, siga sin enmendar sus caminos, sin poder sacar los pies del fango, y endurezca su corazón persistiendo en sus errores. Preferiría quedarse revolcándose en el barro, compitiendo obstinadamente contra la soberanía del Creador, resistiéndose a ella hasta el amargo final, sin la más mínima pizca de remordimiento, y sólo cuando yace quebrantado y sangrando decide finalmente rendirse y darse la vuelta. Esto es lo realmente triste del ser humano. Así pues, digo que aquellos que deciden someterse son sabios, y aquellos que deciden escapar son testarudos”.
Después de leer estas palabras, me sentí iluminada en mi corazón. Luego, a través de la comunicación de mi prima acerca del conocimiento de estas palabras, me di cuenta de: Qué tipo de destino tengo que esté predeterminado por el Creador y no soy yo para elegir. Del mismo modo, si mi hijo tendrá un buen destino que también se encuentre dentro de la ordenación de Dios. Pensando en el pasado, cuando mi hijo no obtuvo las calificaciones que yo esperaba, intenté cambiar la situación utilizando todo tipo de métodos. Sin embargo, al final, no solo no funcionó, sino que empeoró las cosas: cuanto más lo hacía, más rebelde se volvía mi hijo. Previamente, pensé que era porque mi hijo no era lo suficientemente sensato y no podía entender mi cuidado laborioso por él. Pero ahora, sé que fue completamente mi propio problema. Estaba luchando contra el destino y ejerciendo dolor en mi hijo. Y como resultado, nos sentimos como extraños, viviendo en dolor. Pensando en el pasado, ¿no soy exactamente la tonta y estúpida Madre Ave?
Desde entonces, creí en Dios. Puse el destino de mi hijo en las manos del Creador y estaba dispuesta a obedecer la soberanía y los arreglos de Dios. Ya no hice ningún plan para el futuro de mi hijo ni le presioné para que estudiara mucho. Un día, mientras estábamos hablando de corazón a corazón, admití que era culpa mía haberle causado tanto estrés todos estos años. Además, le prometí que nunca lo forzaría a vivir de acuerdo con mi voluntad, sino que lo haría después de llegar a un entendimiento común. Después de escucharme, mi hijo dijo, con los ojos húmedos: “Mamá, ya no soy un niño pequeño. Haré lo mejor que pueda en mis estudios y sé qué hacer”. Al escuchar sus palabras, me sentí como si hubiera crecido de repente. Después de eso, nunca se peleó conmigo como lo había hecho antes.
Cuando dejé de presionar a mi hijo, se volvió activo en prepararse para el examen de ingreso a la escuela secundaria y estaba dispuesto a hablar conmigo sobre lo que le pasaba en la escuela. Y ya no le hice exigencias estrictas. Incluso si lo hiciera mal en los exámenes, no lo reprocharía, sino que lo alentaría, diciendo que estaba bien siempre y cuando lo hubiera hecho lo mejor posible. No me concentré más en si él podría entrar en una buena universidad o destacarse de los demás, ni tenía la visión equivocada de que “El conocimiento puede cambiar el destino”. Más bien, pasé más tiempo contándole acerca de la creencia en Dios, y con frecuencia le encomendaba su futuro a Dios en mis oraciones. Creo que el tipo de vida que mi hijo vivirá no está completamente relacionado con sus calificaciones, sino que está determinado por la maestría y la predestinación de Dios. Como su madre, es mi deber guiarlo a creer en Dios y adorar a Dios, porque solo poniendo primero a Dios, buscando verdades y viviendo la semejanza de un hombre real, mi hijo irá por el camino correcto de la vida.
(Traducido del original en inglés al español por Giuliana Mattos)
Fuente: Evangelio de la Fuente de la Vida
Recomendación: Reflexiones Cristianas

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